El feminismo que todos conocemos tiene su valor y sentido en el momento de su aparición. Gracias a sus móviles políticos, las mujeres obtuvimos el derecho de participar en la vida nacional y el derecho al voto tras una ardua lucha que hay que reconocerles y agradecerles. Gracias al movimiento feminista se reconoció la rica personalidad femenina y su valiosa aportación a la convivencia en el ámbito cultural, social y político.
Pero, mi duda era si dentro del catolicismos se da una verdadera subyugación de la mujer como se dice o si se le reconoce en su igual dignidad con el hombre y si es así, desde cuando, así que me puse a investigar y descubrí que la primera y más antigua narración conocida hasta ahora sobre la dignidad y la igualdad entre los sexos y su complementariedad, se encuentra precisamente en la Biblia, en el Génesis, que es donde se describe la aparición del ser humano sobre la tierra. El hombre y la mujer irrumpen juntos en la historia en plena igualdad, tanto que se designan con el mismo nombre, en masculino y en femenino (is-issah). Y no sólo eso sino que Dios los creó a imagen y semejanza de Él y los bendijo con el don de la fertilidad y de la administración de la creación, “por igual”.
Aún en el segundo relato sobre la creación del ser humano, que podría confundir, al narrar como la mujer es creada de una costilla del hombre, si se entiende el estilo semita, se comprende que ambos están llamados a ser una misma carne y que al seguir siendo asignados con el mismo nombre (is-issah), se les sigue reconociendo iguales y tan sólo complementarios en lo que tienen de femenino y masculino, por sus diferencias sexuales, que embonan perfectamente en todos los sentidos. Un sexo tiene sentido en la medida que es para el otro y viceversa. .
Por lo tanto, se puede afirmar que no hay páginas más feministas en la literatura universal que estas. En cualquier lengua varón y mujer se designan de diferente forma, la Biblia es el único lugar en donde se consideran iguales, por eso se mencionan con el mismo vocablo, con la única diferencia de género.
He descubierto que la visión sobre el matrimonio de algunas personas es pobre porque lo reducen a una “lucha de poder”, premisa de la ideología marxista, que ha probado su ineficacia ampliamente y ha llevado a muchos matrimonios al fracaso, por eso, debería ser asunto del pasado histórico.
El matrimonio y la familia se deben de fundar en el amor entre el varón y la mujer y su naturaleza complementaria -desde el ámbito biológico, emotivo y espiritual-. Es un sometimiento mutuo de los cónyuges, consentido libremente, por el deseo de ser un bien para el otro, al que se le considera valioso y al que se le elige para formar una familia y compartir un proyecto biográfico compartido, basado en la mutua ayuda.
Por otro lado, he notado que se hace mucho uso de las estadísticas, en ciencias como la sociología y la demografía, para explicar la realidad. Pero, es un método muy riesgoso porque, los números sólo muestran una parte de la realidad que por sí sola no explica nada. Esa realidad siempre tendrá unas causas que la motivaron y que es lo que vale la pena estudiar. No se pude partir de las historias de fracaso o de enfermedad para hacer generalizaciones, caeríamos en el error de Freud, que partiendo de los casos patológicos generalizo sus hallazgos a las personas sanas, que son la mayoría. El procedimiento es exactamente a la inversa, como lo realizan los médicos: se parte de la salud, que se estudia a profundidad. Se describe la mejor forma de ser y estar, y entonces, se avalúan las diversas formas en las que se manifiesta esa realidad dentro de la naturaleza y la cultura y se evalúan según su cercanía a ese ideal del ser, qué será el que mejor cumpla con sus funciones y más plenamente realice y acerque a la persona a su perfección y a su fin trascendente.
Para afirmar la postura cristiana sólo hay que leer a San Pablo: “Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama y nadie aborrece jamás su propio cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne”. Existen muchos matrimonios cristianos profundamente felices, siguiendo lo que el magisterio enseña sobre el matrimonio y la familia. No es un camino fácil, pero si muy gratificante, que además, da sentido al vivir y nos perfecciona y enriquece a través del ser compartido.
Como afirmó Pablo VI: “En el cristianismo, más que en cualquier otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio (…) la mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y operante del Cristianismo de un modo tan prominente que acaso no se hayan todavía puesto en evidencia todas sus virtualidades”.
En la Carta Apostólica de Juan Pablo II “Mulieris dignitatem”, el Papa reasume el pensamiento de la Iglesia sobre la dignidad de la mujer y su relevante puesto que ha de ocupar en la vida social, al tiempo que reclama su paridad y distinción de papeles en relación al hombre, tanto dentro del matrimonio, como fuera del ámbito familiar. Les recomiendo la lean detenidamente.
Pero, también descubrí con mucho dolor que la lucha que han tenido que emprender las feministas ha dejado en ellas dos heridas que es preciso sanar: 1. Una susceptibilidad exagerada en la defensa de sus derechos que en muchas ocasiones llega a lastimar y/o olvidar los derechos de otros. Y 2. El acercamiento y mimetismo al ser masculino, que la empobrece.
Estas dos deficiencias deben de ser superadas para que varón y mujer se descubran como ámbitos de interacción amorosa y enriquecedora. Por eso, es importante la diferencia entre el varón y la mujer porque es la que enriquece y les complementa. De la competencia por el poder que no lleva a nada, hay que pasar a la convergencia, a la creación de sinergias para el logro de una vida en común-unidad amorosa. En el matrimonio y en la familia varón y mujer aportan lo que le es más propio, se enriquecen mutuamente, colaboran en igualdad y realizan funciones complementarias, según la naturaleza y sensibilidad de cada uno, sin competencia y sin mimetismo alguno. Siendo cada uno lo que es.
La mujer por su propia naturaleza lleva consigo la maternidad como potencia inscrita en su ser y por lo tanto, posee un lugar privilegiado para la formación de una familia y de una sociedad. Características que no se oponen a su presencia en los diversos campos de la vida social, sino que le ofrece gran cantidad de posibilidades riquísimas que ofrecer.
Subordinar la maternidad y la vida familiar a la vida social y laboral, es un terrible error que han cometidos muchas mujeres en aras de su “liberación”, que más bien ha sido una liberación para los hombres, y en aras de su masculinización; privándolas del amor y la riqueza que les permite su ser femenino: de un esposo y una familia. Es necesario encontrar un equilibrio entre ambos ámbitos y para eso es, necesario el trabajo conjunto y ordenado entre los cónyuges para que ambos logren el balance entre trabajo y hogar. No es una labor fácil pero, si es una labor que las madres podemos trabajar con nuestros hijos e hijas para que se revalore al matrimonio y a la familia desde todos los ámbitos.
Es muy diferente el caso de la mujer que renuncia a la vida matrimonial y familiar por razones nobles y/o de vocación. Sin que esto la exima de llevar una vida casta y ejemplar, según su dignidad de hija de Dios, de ser Templo del Espíritu Santo.
No perdamos nuestro ser femenino que hace más humano y vivible cualquier ambiente: nuestra delicadeza para los detalles, la ternura ante el pequeño ser, nuestra generosidad que nos hacer más amables, la realización de lo concreto, nuestro sexto sentido para descubrir los sentimientos más íntimos del otro, nuestra fe profunda, nuestra tenacidad ante la adversidad, el amor por los nuestros, la atención de los más necesitados, nuestro cariño por las tradiciones, nuestra fortaleza, nuestra coquetería natural, etc. No tengamos miedo a vernos y ser bonitas por dentro y por fuera.
La mujer para cumplir su misión ha de desarrollar su propia personalidad. Una mujer bien formada, con autonomía personal, con autenticidad, realizará eficazmente su labor, la misión a la que se siente llamada. Su vida y su trabajo serán constructivos y fecundos, llenos de sentido, ya sea en el matrimonio y la familia, o renunciando a ellos por razones nobles; la mujer que es fiel a su vocación humana y divina se realiza plenamente. (San Josemaría Escrivá de Balaguer)
SOBRE LA FAMILIA DESCUBRÍ EN CONTRA DE LO QUE SE DICE QUE:
La familia “si” es una institución natural –la más natural de las instituciones-, porque su fundación, originada en la atracción, conocimiento y voluntad de los cónyuges, en la que se comprometen su amor generoso de por vida, para constituir una misma carne, por su misma naturaleza, engendra a los hijos. Por lo tanto, la consanguinidad permite gritar de verdad las voces: “madre”, “padre”, “hijo”, “hija”, “hermano” y “hermana”. Ser familia es pertenecer a una misma estirpe, compartir una misma sangre.
La familia es el único ámbito humano en el que cada uno de sus miembros es querido y valorado por sí mismo y por lo que representa: la familia se rige por la ley de la gratuidad, del amor. No de la justicia o del beneficio y mucho menos la lucha de poder, que es la causa de no pocos fracasos matrimoniales. A la familia va asociado el término hogar, pero no lo suple como algunos quieren hacerlo. “Hogar” es el sitio donde “se prende el fuego”. Y en torno al fuego, se enciende la unión de las personas que forman la familia y se inflama el calor del amor entre sus miembros. La familia y el matrimonio participan del mismo hogar, de la misma mesa, del mismo fuego, del mismo techo. La casa es el espacio donde la unidad familiar vive y con-vive bajo el mismo techo, es el lugar donde se reúnen y por lo tanto, ha de ser un lugar digno y apropiado a las necesidades de intimidad y convivencia familiares, que favorezca un clima humano, un clima familiar, un clima de hogar.
Sobre la historia de la familia: Ya Aristóteles, en la ética a Nicodemo, destaca el aspecto visceral en el origen de la familia: “La afección entre personas de una misma familia, aun revistiendo muchas formas, deriva toda entera de la relación que existe entre padre e hijos. Los padres quieren a sus hijos como una parte de sí mismos, en cuanto de ellos han recibido lo que son (…). Los padres aman, pues, a sus hijos como a sí mismos; por haber sido los hijos arrancados de ellos, son como encarnaciones de la persona de los padres (…). Los sentimientos recíprocos de los hermanos se explican por esta comunidad de origen. Este origen común es precisamente lo que inspira entre ellos estos sentimientos idénticos (…). Los miembros de la familia son compañeros de mesa y fogón”, es decir de una atmósfera agradable de convivencia amorosa alrededor del fuego del hogar es lo normal dentro de una familia funcional, desde antes de Cristo.
También el pensamiento romano ensalzaba el valor de la familia, a pesar de su deterioro social, Cicerón afirmaba que la familia era “el principio de la ciudad y el seminario de la república”, puesto que de la familia salían los mejores ciudadanos, aún con la corrupción que aquejaba a la familia de su tiempo.
Esta realidad es lo que hace que la familia sea valorada por todas las instancias sociales de mayor rango, así: La Declaración Universal de los Derechos Humanos, afirma: “La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene el derecho a la protección de la sociedad y del Estado” (a. 16, 3)
Descubrí que este lugar privilegiado que ocupa la familia no se debe sólo a la influencia cristiana, sino a una interpretación espontánea y común a todas las culturas, de forma que cuanto más primitivas –tal como se revela en los pueblos africanos y orientales-, más reflejan estos rasgos viscerales del concepto de familia. La familia pertenece al patrimonio más original y sagrado de la humanidad.
A este aprecio cultural de la familia, la concepción cristiana la engrandece a partir de dos nuevos elementos: la idea bíblica de haber sido creados varón y mujer a imagen y semejanza de Dios, y la grandeza del Sacramento del matrimonio, del cual se origina la familia. Para la iglesia católica la familia es: una comunidad de vida y amor. Es la llamada al hombre y a la mujer a vivir en comunión de amor, cuya misión es custodiar, revelar y comunicar el amor. La familia es una comunidad de personas llamadas a vivir y a existir en comunión. Es una imagen y una representación histórica del misterio de la Iglesia, es la Iglesia Doméstica. Es el lugar privilegiado donde se realiza esa unión del despertar religioso. La familia es la verdadera ecología humana. Es el espacio primero de la humanización del hombre. Es un verdadero sujeto social. Es un lugar de libertad. No entiendo porque atacan esta concepción del hombre, del matrimonio y de la familia que lo único que hace es engrandecerlos y otorgarles una dignidad sobrenatural.
“La familia es la primera sociedad natural, la célula primera y fundamental de la sociedad. Desempeña en la sociedad una función análoga a la que la célula realiza en un organismo viviente. A la familia está ligado el desarrollo y la calidad ética de la sociedad.
La familia es, en verdad, el fundamento de la sociedad”. Dado que la familia ocupa un lugar destacado en la vida personal y social debe ser reconocida y protegida por los Estados; derecho reconocido por la Declaración de las Naciones Unidas; por lo que Juan Pablo II editó La Carta Magna de los Derechos de la Familia (1983). En ella se contienen los derechos fundamentales inherentes a esta sociedad natural y universal que es la familia. Los derechos enunciados en la Carta están impresos en la conciencia del ser humano y en los valores comunes a toda la humanidad y la sociedad está llamada a defenderlos contra toda violación, a respetarlos y a promoverlos en la integridad de su contenido que se abrevia enseguida: 1. Derecho a contraer matrimonio y formar una familia. 2. Las “libertades” en el matrimonio, como elegirse mutuamente con libertad. 3. La paternidad responsable corresponde exclusivamente a los esposos. 4. El respeto a la vida, que ha de ser protegida desde la concepción. 5. El derecho originario, primero e inalienable de los padres a la educación de sus hijos. 6. Derecho a existir y progresar como familia. 7. Derecho a la libertad religiosa. 8. Derecho a ejercer una función social y política en la construcción de la sociedad. 9. Derecho a que exista una política familiar. –No una política con perspectiva de género disfrazada de perspectiva de familia-. 10. Derecho a que la vida laboral favorezca una convivencia familiar digna. 11. Derecho a una vivienda digna. 12. Derechos de la familia de los emigrantes. Ojala también la lean y estudien con detenimiento, sobre todo lo que respecta a las políticas familiares.
SOBRE EL MATRIMONIO DESCUBRÍ QUE:
“El matrimonio es la alianza matrimonial en la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole y se considera sacramento entre los bautizados”. Es una definición bien clara, que acota perfectamente la realidad del matrimonio por eso, no es adecuado querer usar ese término en realidades diversas. Sería comparable a una persona que va al Notario para realizar un contrato de compra-venta pero, cuya intención es, de antemano, la de no traspasar la propiedad al comprador… ¡sería un fraude! Lo mismo pasa con las otras realidades a las que se les quiere asignar el término de matrimonio, acaban siendo un fraude por que no cumplen con las características esenciales del contrato de matrimonio y con el tiempo, invariablemente, acaban fracasando.
El matrimonio lo produce el consentimiento de las partes legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles, consentimiento que ningún poder humano puede suplir. Consentimiento que es un acto de voluntad, por el cual varón y mujer se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable, para formar una familia. Quien quiera otra cosa, que le llame como quiera, pero que no le llame matrimonio porque no lo es. Por ejemplo, aunque todos nos pongamos de acuerdo para llamar delfines a las ballenas, ninguna de las dos realidades transformaría su naturaleza para adecuarse al cambio de nombre, que sólo crearía confusiones entre los que quisieran estudiarlos o simplemente referirse a ellos.
El matrimonio es una institución natural porque se fundamenta en la misma naturaleza, sexualmente diferente del ser humano: la realidad de hombre y de mujer llevan en su propia estructura somática y psíquica la categoría de mutua relación y de complementariedad. El matrimonio es la institución más natural dado a que goza al menos de estas tres prerrogativas originarias, grabadas en su propio ser: a) brota de los mismos genes, en los que se configura el carácter masculino o femenino del nuevo ser desde la concepción; b) se configura más tarde con las diferencias genitales que se acoplan perfectamente y permiten más adelante manifestar la unidad que son los cónyuges; c) se da una atracción fortísima entre los dos sexos que abarca no sólo la genitalidad, sino lo más específico del ser humano, lo que le es propio por su espiritualidad, el amor, es decir, un movimiento unitivo que abarca todo su ser que le permite abrir su intimidad al otro y entrar a la intimidad del otro, es conocerse, valorarse, respetarse y con todo el ser y la afectividad darse y acogerse mutuamente, desde lo más íntimo, hasta lo más periférico de la corporalidad, aquí y ahora y para siempre. Por eso, los enamorados acaban casándose, comprometiendo su amor, es la consecuencia natural de todo proceso amoroso aquí y en China.
Todo intento de superar la categoría de “matrimonio” por el de “pareja” tiene en contra la realidad e indica un deslizamiento hacia el zoologismo. Los hombres no se aparejan, se descubren en su valor, en su unicidad, en su irrepetibilidad, en su evolución constante, se eligen, se unen personalmente, para realizar un proyecto biográfico compartido y continuado motivado por el amor y para el amor a Dios, a los hombres, a la familia y al cónyuge.
La radicalidad antropológica del matrimonio explica que no es un simple hecho social, ni cultural, sino una realidad común a todos los seres humanos y asimismo un fenómeno universal, por cuanto traspasa el tiempo y se encuentra en las más diversas culturas. Lo único que es cambiable son los modos de iniciarse (ritos, ceremonias, etc.) e incluso la forma concreta de vivirse, pero la sustantividad del matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer, es común y universal en todas las culturas y épocas.
El matrimonio demanda estabilidad, el seguir la misma suerte, porque en el matrimonio verdadero hombre y mujer se entregan en totalidad, se dan en su propia persona, con todo su haber y posibilidades de futuro. La mujer entrega su feminidad y el varón su masculinidad, entregan lo que son, no lo que tienen o lo que quieren, por eso, el estado matrimonial se expresa en términos de “ser” y no de “estar”, pues el matrimonio configura el ser y el vivir de la persona.
El amante no desea que su esposo/a comparta con otro/a lo que tienen entre sí, ese mundo único creado por ellos y sólo para ellos, eso se llama unidad, el amor exige la fidelidad, el hecho de ser uno para una y viceversa y por siempre, sin excepciones, sin condiciones. Por eso, la poligamia y la poliandria son injustas para el que tiene que compartir al que ama. Y la infidelidad genera sentimientos tan fuertes de dolor, porque quien debería de amar incondicionalmente ha traicionado a quien forma parte de su propio ser.
Unidad e indisolubilidad se incluyen mutuamente y constituyen propiedades esenciales del matrimonio.
El matrimonio es uno, porque los cónyuges sólo pueden entregarse en su ser una sola vez, incluso hay países en los que hay concordatos entre Iglesia y Estado como era el caso de España –que se acabó con la introducción de la posibilidad de divorcio por el Estado-, donde la Iglesia reconocía los matrimonios realizados con la forma civil y el Estado reconocía los realizados con forma canónica. Pero, actualmente, algunas personas prefieren casarse sólo por lo civil porque reconocen en él la posibilidad de un divorcio futuro, por cualquier razón, y por lo tanto, no es verdadero matrimonio, en cambio, quienes se casan por la Iglesia tienen la intención de amarse y respetarse toda la vida, con todo lo que eso implique.
El divorcio devuelve ficticiamente su estado de soltería a los cónyuges, como si ese trenzado biográfico, que ya no se puede deshacer, nunca hubiera existido y sobre él, les da la posibilidad de volverse a casar, de formar una nueva trenza sobre la anterior. Es una forma de legalizar el adulterio, es una injusticia para los cónyuges y para sus hijos, que tienen derecho a gozar de un ambiente de amor y acogida dentro de su hogar, que les ayude y permita crecer como personas a lo largo de su biografía.
La separación matrimonial es cuando de hecho o por sentencia, dos esposos se separan de cohabitación y lecho, por razones graves, con la posibilidad de una reconciliación futura, si la causa de la separación se logra superar.
La declaración de nulidad, que puede ser civil o canónica, consiste en declarar que nunca existió matrimonio porque en el momento de la fundación del mismo faltaron elementos esenciales para su formación. Por ejemplo, la falta de libertad del muchacho que se casa porque tiene junto al suegro que le amenaza con una escopeta o el que tras una noche de copas amanece casado, o el que no está bien de sus facultades mentales para asumir las responsabilidades derivadas del compromiso matrimonial.
El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes. A pesar de que la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad, existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza y sacralidad de la unión matrimonial.
PERO LO MÁS IMPORTANTE QUE DESCUBRÍ AL COMPARAR EL FEMINISMO COMÚN Y EL CATÓLICO ES LA VISIÓN QUE TIENE LA IGLESIA DE LA PERSONA HUMANA:
Descubrí que para un manejo adecuado de cualquier tema que incumba a la vida humana, es necesaria una visión cristiana del ser humano, ya que el resultado de este saber es el asombro ante la grandeza y dignidad de la persona humana y por lo tanto, es garantía de respeto y de promoción de la misma.
Ya desde la antigüedad la filosofía antigua destaca la diferencia del hombre frente a los demás seres: los griegos le definen por el “logos”: el hombre es un animal racional, por lo que la diferencia frente al animal es tal, que Séneca lo califica de “res sacra” (cosa sagrada).
Por parte, la Revelación, que se abre con la creación del hombre a “imagen y semejanza de Dios” (Gen 1, 26) y culmina con la venida de Jesucristo redentor y nuestra incorporación por el Bautismo al mismo Cristo, que nos muestra como hemos sido elevados a un grado sobrenatural de “hijos de Dios” y de nuestra participación de la misma naturaleza Divina (2 Petr 1,4). En la teología paulina, el bautizado se sitúa en un orden de naturaleza y de existencia nuevas: es otro Cristo, dado que está “injertado” en la persona de Jesús (Rom 6,5).
Descubrí que existe una íntima relación entre la concepción del hombre y la doctrina ética, de forma que el contenido moral que se ofrezca depende del concepto que se tenga del hombre. Una sana filosófica, de la que se derive una ética filosófica, debe fundamentarse en una antropología que profese al menos las siguientes realidades:
1. El hombre es un ser que tiene alma. La existencia del espíritu marca una censura ontológica entre el hombre y los demás seres. No hay punto de comparación. El espíritu permite al ser humano el uso de la inteligencia, la decisión de la voluntad libre y desarrollar la riqueza de la vida afectivo-sentimental. Razón, voluntad y sentimientos son factores que desempeñan un papel decisivo en el comportamiento moral. Del espíritu brota la libertad y la conciencia, sin las cuales resulta fácil explicar al acto moral. Hombre y mujer son iguales en dignidad y la diferencia sexual en masculino y femenino sólo nos muestra que uno es para el otro y viceversa.
2. Existe una unidad radical de la persona humana. La dualidad cuerpo-alma constituye la unidad más profunda de la persona humana, de forma que no cabe hablar de alma más que por referencia al cuerpo y de éste en relación al alma. Esta unidad es tal, que, no debe hablarse de compuesto de cuerpo y alma, sino de unidad del ser mismo de la persona, pues el alma, si no es animadora de un cuerpo, se llamaría espíritu y de modo semejante el cuerpo sin alma se denominaría cadáver. Es una tesis de la filosofía Tomista que explicó tal unidad con la categoría de “materia y forma”. Por eso, es falso cuando alguien afirma que al tener relaciones sexuales pone su cuerpo, pero no se pone él, no hay forma que eso suceda. Al ser espiritual y corpóreo se le atribuye el bien y el mal morales.
3. El hombre es un ser inclinado al mal. Esta nota antropológica tiene una explicación más coherente en el cristianismo que profesa la verdad acerca del pecado original. La herida de origen, como subraya santo Tomás, condiciona la actividad moral (Sum Teolog. I-II, q. 109, a. 3). Pero también ha de ser tenida en cuenta en cualquier otra concepción del hombre. Es preciso eliminar el concepto rousseauniano de la persona, pero, también el pesimismo antropológico, como si el hombre fuese una perversidad constitutiva inevitable. La fe en el pecado original supone que la persona es capaz de alcanzar metas muy altas de heroísmo, pero también advierte que puede cometer las mayores villanías. Olvidar este dato antropológico equivale a negar los conceptos del bien y del mal que están en la base de cualquier concepción ética.
4. Igualdad y diferencia entre hombre y mujer. Es un dato reconquistado por la antropología moderna, porque es lo que afirma el capítulo primero del Génesis: las dos narraciones bíblicas proponen la igualdad entre varón y mujer. Esa igualdad es total, incluso filosóficamente. Pero, dentro de esa igualdad radical, existe la posibilidad de una complementación mutua.
5. El hombre es un ser social. Ya Aristóteles argumentaba que mientras que el animal vive en rebaño o en manada, sólo el hombre vive en sociedad. Por ello, enseña que la socialidad brota de la propia estructura del ser humano y no se origina sólo por motivos útiles para subsistir. El hombre vive y con-vive, de forma que ser hombre equivale a saber que no es un accidente puntual en la naturaleza, sino que es co-hombre, un co-ser. De la socialidad del hombre derivan en buena medida las exigencias sociales y políticas de la fe.
6. El hombre es un ser histórico. El hombre vive en el tiempo, tiene historia y él mismo es historia. Por eso, la antropología ha de saber introducir el tiempo y la historia en la biografía ontológica del ser humano, para poder hacer una recta interpretación de la historicidad y poder juzgar las sensibilidades y las valoraciones éticas de cada época.
7. El hombre es un ser ético. El mismo Aristóteles sitúa una diferencia radical entre el hombre y el animal, precisamente en el comportamiento ético: el hombre es y practica una moral; el animal no, que solo se guía por el instinto. Por eso añade: “El hombre es el mejor de los animales cuando se conduce éticamente y el peor de todos cuando prescinde de la ética” (Política I, 1 1253 a-b). Por otra parte, en la primera narración del estado original se habla del árbol de la ciencia del bien y del mal (Gen 2,9; 3,1-19). De ahí la grandeza de la persona cuando empeña su existencia por la ruta del bien.
8. El hombre es un ser abierto a la trascendencia. Esas cualidades específicas del hombre hacen que su existencia no se entienda plegada sobre sí mismo, sino que es un ser abierto a la realidad. Su yo hace referencia a la alteridad con otros seres y se comunica con los demás iguales a él. Pero sobre todo, está abierto a otro ser superior a él, por el cual se siente íntimamente llamado. La apertura a Dios, a la trascendencia, ha de considerarse como una nota fundamental en la concepción de la persona humana, que deberían de tener investigadores e investigadoras de las realidades humanas. Ya que, esta nota es imprescindible y es la que da el verdadero sentido a todas las demás características aquí enunciadas. Tomas de Aquino afirma que esa dependencia natural de Dios hace que, por inclinación natural, el hombre goza de una disposición natural para amar a Dios antes que amarse a sí mismo (Sum. Teológ. I, q. 60, a. 5). Si bien esa inclinación quedo atenuada por el pecado original (I-II, q. 109, a. 3).
9. La antropología sobrenatural. La gracia sobrenatural es la participación en la vida divina que se alcanza mediante la acción salvadora de Jesucristo: por el Bautismo, los cristianos “están incorporados a Él” (Rom 6,5). Ello conlleva a “participar de la vida divina”; supone un nuevo nacimiento, por el cual se llega a ser hijos de Dios, pues el bautizado ha nacido en Dios. Por este nuevo nacimiento, el creyente participa de la misma vida de Cristo; se configura en Él, está revestido de Cristo e injertado en Cristo, por eso vive en El, es una nueva criatura, es un hombre nuevo y en consecuencia, los cristianos tenemos que ser imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor, por amor y para el amor. Estamos obligados a llevar una vida nueva y una existencia digna del Evangelio. Al final de esta transformación en Cristo como señala San Pablo: “Ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Expresión que señala la grandeza de la antropología cristiana y la altura de la moral exigida a los Cristianos.
Por Blanca Mijares