¿Ver o no ver? Esa es la cuestión

La polémica sobre la película de Mel Gibson ha llegado al Vaticano

La Santa Sede se pronunció al respecto. Mucho se ha especulado sobre la postura de Juan Pablo II respecto de “La pasión de Cristo”. Pareciera que los pasillos de la Curia vaticana se han vuelto un corredor de versiones no oficiales, una agencia de noticias off the record.

Para aclarar el asunto, la Oficina de Prensa de la Santa Sede ha sido terminante. En un reciente comunicado, afirma que “es costumbre del Santo Padre no expresar juicios públicos sobre obras artísticas, juicios que están siempre abiertos a diversas valoraciones de carácter estético”.

La misma nota, además, describe positivamente la película como “una adaptación cinematográfica del hecho histórico de la Pasión de Jesucristo según el relato evangélico”; una descripción no poco relevante, considerando que una de las controversias en torno a la película había sido la de su fidelidad a los hechos históricos y el relato evangélico.

Sin embargo, aunque el Papa no hará ningún pronunciamiento, algunos miembros de la Curia han externado su opinión, no para marcar una pauta al respecto, sino para servir de orientación ante los escándalos y confusiones que ha suscitado la película de Gibson.

Están, por ejemplo, las opiniones del arzobispo John Foley, presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales o de monseñor Augustine Di Noia, subsecretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe; quienes coinciden en que la cinta es digna de ser vista por todos.

En más de una ocasión, Joaquín Navarro-Valls, director de la Oficina de Prensa, se ha pronunciado para disolver cualquier controversia en torno a la opinión del Papa al respecto.

El cuidado de Juan Pablo II para no inclinar la balanza hacia ningún lado de la polémica es asombroso. Él sabe el peso que una opinión suya tendría en la controversia frente a algunas organizaciones judías o, simplemente, de cara a críticos especializados. Si bien ha sostuvo un encuentro con el protagonista y su familia, el Papa polaco se mantiene discreto respecto de verter alguna opinión personal.

El acercamiento personal a “La pasión de Cristo” debe ser una oportunidad de reflexión responsable. Si la película fuera blasfema, el mismo Papa hubiese sido el primero en advertirnos de ellos. Pero no ha sido así, nadie en el Vaticano se ha opuesto a que los católicos veamos la cinta de Mel Gibson porque no hay en ella nada que se oponga a la fe cristiana, ni en la forma ni en el contenido.

Es importante decir que la película tampoco es un dogma de fe. ¿Puede un católico seguir siéndolo sin verla? Evidentemente sí. De hecho, ésta es una de las razones por las que Juan Pablo II no se ha pronunciado a favor o en contra de ella.

En la Revelación pública todo quedo dicho. Las Sagradas Escrituras son todo lo que los cristianos debemos saber directamente de Dios. El Magisterio de la Iglesia sólo se encarga de contextualizar asuntos que, por la naturaleza de las Escrituras, requieren ser explicados de una forma u otra. (Hace 2,000 años no había clonación humana, por ejemplo). Pero todo está ahí.

Ahora bien, el caso de las Revelaciones particulares exige mayor cautela. Es el caso del texto que inspiraron la cinta, un relato lleno de viveza y fervor, escrito por la religiosa Anna Katharina Emmerich, cuya validez aún se está revisando.

De ahí que Juan Pablo II no vierta opinión alguna sobre la película: no es que esté mal, se trata de una obra artística, fiel a los evangelios y a la tradición, inspirada por el fervor religioso de muchos involucrados (el director, los actores, guionistas, etcétera).

Aún más. Si el Papa no ha hecho una declaración ex catedra es porque la película también cae en el vasto terreno de lo opinable. Ahí está el comunicado de Navarro-Valls: “es costumbre del Santo Padre no expresar juicios públicos sobre obras artísticas, juicios que están siempre abiertos a diversas valoraciones de carácter estético”. La opción, entonces, queda en nuestras manos.

Lo verdaderamente importante es que dediquemos un tiempo a meditar sobre la pasión de Nuestro Señor. Ir a los Evangelios, leer y releer, llevarlos a la oración y reflexionar sobre la fuerza del amor de Jesús, quien dio su vida por nosotros.

Una película o una historia novelada pueden ser de ayuda para ello. Pero debemos cuidar no perdernos en la emoción del instante en una sala de cine. Ese empujón emotivo debe traducirse en obras, en expiación y una clara intención de vivir cada día como verdaderos cristianos.

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