Entonces algunos soldados que estaban en el Pretorio – 625 formaban la cohorte- aprovechan la debilidad del flagelado y cometen un nuevo escarnio sobre él: "entonces los soldados del Procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la cohorte. Le desnudaron, le pusieron una túnica roja y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, y en su mano derecha una caña; se arrodillaban ante él y se burlaban diciendo: Salve, Rey de los judíos. Le escupían, le quitaron la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de reírse de él, le despojaron de la túnica, le pusieron sus vestidos y le llevaron a crucificar"(Mt). Algunos "le adoraban"(Mc). otros "pusieron sobre su cabeza una corona que tejieron de espinas(…) y le daban bofetadas"(Jn).
En este triste juego se ha intentado ver algunas costumbres de aquellos tiempos, como la del basileus en la que después de nombrar rey a uno y azotarle, se le mataba, o algunos similares; sin embargo el ensañamiento se ha repetido tantas veces en la historia que no es necesario buscarle demasiadas justificaciones. Basta ver a unos hombres acostumbrados a la violencia, para comprender por qué vuelcan su brutalidad sin motivo en quien parece un desgraciado. Jesús quiere padecer burlas, insultos, amarguras sin sentido.
Jesús se convierte en un rey de burlas. Calla. No se resiste. Las burlas son heridas para el alma, humillaciones dirigidas a destacar lo ridículo de una situación. Se cumple lo profetizado por Isaías: "Ofrecí mi espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido, por eso ofrecí mi rostro como pedernal"(Is).
Los más imaginativos acuden a una zarza y elaboran un casquete que colocan en la cabeza de Jesús como una corona de espinas, es una manera de burlarse de lo que ha sido, de ehcho, la primera y principal causa de su condena. Encuentran un manto viejo de púrpura, y se lo colocan en las espaldas. El aspecto es ridículo y humillante. Jesús va a reinar de un modo bien distinto al de los reyes de la tierra; es un rey de humillaciones. Quiere reinar en los corazones de los hombres, por eso acepta arrancar del hombre todo lo que pueda ser amor propio.
Jesús será humillado también con esta vileza moral que es la burla Su silencio y su paciencia son un ejemplo más para aquellos que tengan que sufrir burlas en su vida. Con frecuencia, las burlas suelen venir de aquellos que intentan justificar su mala conducta o sus limitaciones, demasiado evidentes, mediante el ridículo. La envidia y el resentimiento utilizan con frecuencia esas armas innobles. No todos los soldados participan en aquel juego zafio; algunos se apartan con disgusto ante aquella conducta cobarde. Pero otros, los más débiles, ven la oportunidad de destacar. Uno inventa la corona de espinas, otro le coloca un viejo manto de púrpura; otro se arrodilla delante de él como ante el emperador; otro cambia el beso por un escupitajo en la cara; otro le golpea con la caña. La inventiva va creciendo con las risas de los que miran y se ensañan con este Jesús silencioso. Jesús se humilla, los soldados se degradan.
La ceremonia de burlas que Jesús padeció era necesaria para establecer el Reino de Dios que Cristo traía al mundo, porque su reino exige que esté fundado en hombres pacientes, hombres que estén por encima de las glorias humanas y dispuestos a soportar todos los insultos y todas las burlas sin más motivo que la envidia o la malicia de otros. Entra así en el mundo una lógica nueva de amor generoso y humilde. Ni las burlas, ni los insultos, ni las humillaciones podrán conseguir que hombres y mujeres así se plieguen a las presiones de cada momento.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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hay que bueno es saber que el reino de Dios acepta a gente buena mansa y humilde