Un intento por recuperar autoridad

Poco se podía lograr en un medio donde las maquinaciones políticas llevarían al asesinato del Obispo de Roma.

Anastasio III

 

Parece ser que Anastasio fue un hombre íntegro, pero ¿qué podía hacer en Roma y en aquel tiempo contra las maquinaciones de Teodora o de Marozia, o contra el todopoderoso Alberico de Espoleto? Nada destacable ha quedado de su breve pontificado. Murió en junio del año 913.

 

Landon

 

No se distinguió más que su predecesor, a no ser que se considere su absoluta docilidad a Teodora, a uno de cuyos protegidos nombró arzobispo de Rávena. Murió en febrero del 914.

 

Juan X

 

Juan de Tossignano, en la Romaña, había sido consagrado obispo de Bolonia en el año 905. Teodora, que le protegía, influyó decisivamente para que le consagraran arzobispo de Rávena en el 914. Según Liutprando de Cremona (t 972), obispo, diplomático e historiador de aquella época -aunque demasiado apasionado con frecuencia-, el nuevo arzobispo de Rávena había sido amante de Teodora. Aunque parece que la acusación carece de fundamento, no quiere eso decir que Juan de Tossignano fuera de una moralidad irreprochable, pero, al menos, fue un hombre enérgico que desde su elección como papa, en marzo del 914, se aplicó a terminar con la disgregación de las fuerzas italianas para unirlas contra los sarracenos. Así logró, en agosto del año siguiente, cercar y diezmar al ejército invasor en Garellano. Juan X participó en la batalla y dio muestras de una formidable bravura.

 

En diciembre del 915, con vistas a asegurarse el apoyo de Berengario de Friul, le coronó emperador. Pero quedó decepcionado porque éste no le prestó la más mínima ayuda.

 

El norte de Italia estaba de nuevo desgarrado por luchas intestinas, y las incursiones húngaras se hacían cada vez más frecuentes. En tales circunstancias no le resultaba fácil al obispo de Roma salvaguardar la autoridad del papado. Sin embargo, lo intentó con todas sus fuerzas, dentro de lo posible.

 

En el año 916 envió un legado, Pedro de Orta, para que presidiera el sínodo imperial de Hohenaltheim, cerca de Noerdlingen. Las prerrogativas de la Iglesia sobre el poder secular quedaron reafirmadas. Y todavía aquí apelaron los obispos a las famosas Decretales del seudo-Isidoro en defensa de sus puntos de vista.

 

También cuidó Juan X de manera especial las Iglesias en España, Grecia y las regiones eslavas, y puso empeño en la conversión de los normandos.

 

En el año 926, el papa, presionado por Guido de Tuscia, segundo marido de Marozia, reconoció rey de Italia a Hugo de Provenza, sucesor de Berengario -asesinado en el 924-, y para manifestar su complacencia a este monarca llegó hasta el extremo de consagrar arzobispo de Reiins a su hijo, a la sazón un niño de cinco años. Lo que el pontífice perseguía con tales decisiones era obtener del nuevo rey de Italia un apoyo político capaz de contrarrestar, en Roma, la influencia aplastante de Marozia. Pero a ésta no se le escapó el sentido de la maniobra. A fines de mayo del 928 hizo que encarcelaran al papa y que lo asesinaran en su propia celda.

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