La Magdalena corrió al cenáculo para avisar a Pedro y Juan que el sepulcro está vacío. Pedro y Juan corren sobresaltados para ver qué ha sucedido. No piensan, ni de lejos, en una posible resurrección. Sus mentes están todavía oscurecidas; su memoria no recuerda algo tan importante en la enseñanza de Jesús, y tantas veces repetido. Pero corren; no caminan, corren; la impaciencia, el sobresalto, el miedo a una profanación de aquel cuerpo que tanto han querido, les empuja. "Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio allí los lienzos plegados, pero no entró. Llegó tras él Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos plegados, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no plegado junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrrollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó. No entendían aún la Escritura según la cual era preciso que resucitara de entre los muertos. Los discípulos se volvieron de nuevo a casa"(Jn).
Al llegar al sepulcro ven la piedra a un lado y nadie alrededor. Miran al interior y ven a la luz de la mañana la sábana que habían colocado para envolver el cuerpo de Jesús, en su sitio, como vaciada de lo que contenía. Esta sábana cubría el cuerpo por delante y por detrás doblándose por la cabeza. El sudario estaba en el lugar correspondiente a la cabeza, como si se hubiese esfumado el cuerpo de su interior y todo lo demás permaneciese en su sitio. Juan al ver esto cree; no necesita ver más, se le hace la luz en la mente. Pedro no sale de su sorpresa.
Pocas cosas podían haber sucedido: o se lo habían llevado sus enemigos; o alguno de ellos, cosas todas impensables; o estaba vivo. Pero esto era muy difícil de creer. A Él no lo han visto, nadie lo ha visto, ¿qué ha pasado? Y vuelven al cenáculo.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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