Cuando hablamos de democracia le pedimos mucho a la palabra democracia. Parece que fuera la perfección y, por eso, siempre estamos insatisfechos, porque, como dice Rosseau, la democracia es para los dioses; nosotros, humildes mortales, no hacemos nada más que caminar hacia la democracia. Por tanto, sin intentar responder de manera ordenada a las preguntas que se han planteado, sino de manera desordenada, para que después cada uno haga sus reflexiones, creo que una primera idea que se podría poner sobre la mesa es la siguiente: ¿Por qué le pedimos a la palabra democracia que siempre sea tan perfecta? Queremos una democracia perfecta. Pero, ¿por qué queremos esta perfección en la democracia? Creo que básicamente por siete cosas:
La democracia es una forma de organizar la convivencia, que es el gran problema de la humanidad, y de trasladar la propia vida hacia los otros, que es un tema profundamente político. Como el tema de la convivencia no lo tenemos resuelto, recurrimos a la democracia para ver si nos ayuda.
También queremos la perfección en la democracia porque afecta una cuestión política, la vida en común, y su máxima aspiración, que es que haya un gobierno de los aspectos comunes a partir de una idea que no siempre se tiene presente; y que es que aquello que es político puede serlo por dos motivos: porque forma parte de la vida en común o porque nos lo han impuesto como político. En otras palabras, tenemos una concepción aristotelicotomista de la política (el hombre como animal político que busca la convivencia), ante una concepción maquiavélica, que es la dominante, que busca el poder y, en consecuencia, traslada los centros de interés hacia los otros. Dicho de otra manera: yo mando, por tanto, yo hago que los otros se ocupen de las cosas que a mí me interesen. Eso es política, eso es común.
La democracia tiene la virtud de ser perfectible: como siempre es perfectible, siempre podemos estar insatisfechos y nos planteamos ciertas preguntas. ¿Por qué siempre debemos estar insatisfechos con la sociedad que tenemos? ¿Por qué siempre pensamos que el pasado fue mejor? De esto, tiene un poco de culpa la misma democracia, que se convierte en un problema.
La democracia tiene muchas acepciones: la ciencia política ha hablado de democracias pluralistas, democracias mayoritarias… Pero cuando hablamos de democracia, nos referimos a tres aspectos que no siempre se alcanzan: a) una forma de gobierno, de escoger a los gobernantes por elección popular para cubrir los cargos públicos; entonces surge la pregunta de si puede existir una democracia en la que haya instituciones políticas perfectamente escogidas por los ciudadanos; b) un alto grado de asociacionismo, de pluralismo, de vida social, pero sin una cultura democrática, es decir que el hombre no sea demócrata; c) las democracias pueden ser una forma de organizar la sociedad, pero también han de ser humanas, porque la democracia o es humana o no es nada (una democracia que no fuera humana no tendría ninguna trascendencia, porque no llegaría a aquello esencial de las personas, que es la capacidad de trascender los aspectos individuales y preocuparse por los aspectos comunes).
Nuestra democracia es una democracia constitucional, no al estilo del Buen Salvaje de Rosseau en El contrato social, sino una democracia que comporta una manera de gobierno que se ejerce de acuerdo con un contrato que es la Constitución. Eso tiene consecuencias importantes desde el punto de vista democrático; por ejemplo, es incompatible con la revolución. La democracia constitucional comporta un régimen de derechos fundamentales; comporta unos derechos básicos, como la libertad de expresión y, por tanto, está relacionada con los medios de comunicación, que tienen una tarea fundamental dentro de la democracia constitucional, la de crear una opinión pública libre. Por eso, la democracia se fundamenta en la concepción de que el ser humano es un ser racional, es decir, que piensa, presunción sobre la cual se ha montado el esquema democrático y que iría muy bien demostrar.
Sobre la democracia, yo haría un diagnóstico de los problemas que me preocupan. En primer lugar, la erótica del poder (cuando alguien llega al poder le coge gusto, porque manda); en segundo lugar, la soberbia (los políticos necesitan una dosis de humildad para restaurar la idea clásica de servicio público); y, por último, los cambios generacionales (estamos instalados en la cultura de la transición).
Creo que, para hacer un diagnóstico de los problemas de la democracia, se deben tener en cuenta cuatro ideas:
a) restaurar la afectividad que debería tener la política, con el fin de superar el distanciamiento de la solemnidad y ser capaz de aproximarse al ser humano concreto;
b) aumentar la tolerancia, un elemento básico de una cultura democrática, respeto a la diversidad; una tolerancia positiva no se basa en respetar la diversidad, porque no tenemos más remedio, sino como valor positivo;
c) restablecer el sentido común cuando se habla del concepto de nación. Sobre todo en Cataluña, en España, en el País Vasco, se ha perdido el sentido común; parece que la nación y el nacionalismo son cosas de locos, cuando el hecho colectivo más importante de Europa antropológicamente es la nación. No se entiende la historia de Europa sin el hecho nacional; ni tampoco, obviamente, no se entiende la de Cataluña, la del Estado español o la de Polonia;
d) tener presente aquella famosa dualidad de la cual habló Mounier (personalista francés) entre la persona y la comunidad. La expresión del personalismo comunitario es un poco eso: el individuo no es estrictamente material, individuo objeto, sino que es una persona dotada de dignidad y, en consecuencia, con voluntad de trascender en este mundo para los otros; y para los creyentes, trascender en otro mundo, pero trascender sobre todo formando comunidad. En conclusión, reafirmando los lazos comunitarios, que pueden ser perfectamente nacionales en nuestra casa y en cualquier territorio europeo, se podrá mejorar sustancialmente la democracia, porque también mejorarán las personas.
¿Por qué le pedimos a la palabra democracia que siempre sea tan perfecta?
http://www.universitasalbertiana.org
Por Joan Lluis Pérez Francesch, Director del Instituto de Estudios Humanísticos Miquel Coll i Alentorn.