¡Cuidado! Un hogar caótico puede afectar al desarrollo vital de los niños. Si quieres comprobar cómo es tu hogar, aquí encontrarás un cuestionario usado por psicólogos y expertos.
Si en nuestro hogar no somos capaces de conciliar la vida laboral y familiar y de establecer unas mínimas pautas de gobierno todo andará mal. Nuestro hogar se puede convertir en un lugar caótico. Si por el contrario todos cumplimos una serie de normas y las tareas asignadas a cada uno, nuestra vida será mucho más sencilla.
¿Cómo son estos hogares caóticos?
Existe un marco conceptual que estudia el grado de desorden al que puede llegar una familia en su vivienda: se habla de hogares caóticos (Household Chaos).
Estos hogares se caracterizan por tener unos padres desesperados y estresados que andan sumergidos en una tormenta que les puede y, a la vez, no les permite ver más allá. Consideran que tener hijos pequeños en casa es naturalmente imposible de controlar y crecen en una negativa indefensión aprendida.
Progresivamente se sienten más impotentes y la profecía de que nada puede ser resuelto se va cumpliendo. En ese tipo de hogar todo puede ir a peor todavía.
Las características de este progresivo caos son las siguientes:
– Ausencia de conciliación de horarios familiares, laborales, escolares y personales
-Falta de rutinas, normas, horarios: comidas, hora de ir a dormir y levantarse)
-Ruido excesivo: del barrio, del inmueble, procedente de dispositivos móviles o de la televisión emitida en más de 85 decibelios
-Saturación en cuanto a la presencia de personas y objetos en el hogar
La convergencia fatal de estos factores da lugar a un ambiente impredecible. Mencionemos solo un efecto entre muchos: el estrés vivido por cada miembro en función de su sexo, edad y personalidad.
¿En qué tipo de familias abunda el caos?
Fácilmente se argumentará que este tipo situaciones se da en los hogares de las clases más desfavorecidas, en las familias más afectadas por la pobreza y la adversidad social o circunstancial. Sin embargo, hay muchos momentos en que las familias de las clases medias y más acomodadas pueden sufrir episodios o temporadas en las que el caos inunda el hogar.
Es verdad que las familias de estatus social bajo son más proclives a padecer este caos, pero una familia con los padres excesivamente ocupados (ganando buenos sueldos), pueden desembocar en estas situaciones. ¡Ah! Ocupados en el trabajo y en el ocio más allá de los hijos.
El caos depende mucho de la crianza (parenting en inglés) que ejerzan los padres. Hay padre proactivos y pacientes que llevan organizando las rutinas desde que nacen sus hijos y otras familia viven a salto de mata: improvisando, resolviendo los problemas cuando aparecen a menudo sin criterios ni experiencia.
Pero lo más serio de este asunto es que el hogar caótico acaba redundando negativamente en el desarrollo de los niños. Y este desarrollo de los niños pierde pie en planos como
la adquisición del lenguaje;
la autorregulación en la que todos los niños deben desarrollarse;
una menor capacidad de concentrarse en aquellas tareas intelectuales o lúdicas calmadas que exigen atención;
una menor actividad física;
una peor alimentación;
y una peor higiene del sueño.
Los niños en la escuela rinden menos pues andan estresados y el estrés no es un buen predictor del progreso en el aprendizaje. (Esto también sucede cuando se pagan buenos colegios.)
Empantallados, desconcentrados
A menudo la solución a la que apuntan muchos padres poco avisados es recurrir a las pantallas: ofrecer un smartphone o una tableta en propiedad al hijo cuando no plantarlos ante la televisión toda una tarde.
Estos niños a menudo no saben jugar. Han perdido la capacidad para concentrarse en un juego.
Los padres están muy convencidos de que han adoptado una solución ideal, que los niños “van a aprender mucho” (ironía) en estos tiempos en que todo va a acabar siendo digital. Pero no es así: pan para hoy y hambre para mañana se dice en castellano.
Unos niños empantallados crecen en atención involuntaria, que no exige ningún esfuerzo, y menguan en atención voluntaria. Esta última es la atención esforzada que se necesita para construir un puzzle o leer un libro. Además el niño no tiene límites y quiere la pantalla para todo: comer, dormir, vestirse.
Y desde luego una familia caótica-empantallada no tiene tiempo para enseñar a comer, dormir, vestirse. No tiene previsión ni agenda para el tiempo libre productivo como ir al parque o salir un domingo soleado de excursión.
Además, las pantallas son un ruido que dispersa a la hora de concentrarse. Son ruido que a veces reciben a través de cascos para oír mejor la música o jugar mejor con su app. O la televisión permanentemente encendida lo contamina todo de un ruido de fondo estridente.
La conclusión más predecible de un hogar caótico es
el estrés;
la ansiedad;
la desorientación;
los malos humores;
las pataletas –hablamos de niños que no se gobiernan a sí mismos-
y los gritos a menudo de los padres que han perdido la autoridad y solo cuentan con la amenaza que exige frecuentemente alzar la voz. Ahí caben conatos de maltrato como insultos o algún azote desproporcionado.
Entonces los padres se van de casa (física y mentalmente) y dejan a sus hijos a cargo de los abuelos o de la canguro que no mejora las cosas pues siempre son gobiernos provisionales.
Muchos niños acaban presentando problemas de comportamiento (externalizado e internalizados: actitudes desafiantes o retraimiento excesivo) cuando el hogar caótico converge con otros problemas como un verdadero maltrato por negligencia de los hijos –dejar a los hijos sin atención- o unas discusiones de pareja de alta agresividad. Pero la pendiente, disculpen el tono crudo, empieza por un crónico hogar caótico.
Examinemos si somos una familia caótica
Demos un paso más para examinar qué pasa en una casa caótica con el mismo cuestionario (CHAOS) que usa la ciencia psicológica para medir estos hogares.
Estamos hablando de preguntas que se responden por grado de acuerdo: los hogares caóticos responden con mucho desacuerdo ante las situaciones positivas y con mucho acuerdo ante las situaciones negativas.
Hay muy poco alboroto en nuestro hogar.
Generalmente podemos encontrar las cosas cuando las necesitamos.
No importa cuánto lo intentemos, siempre llegamos tarde.
Nuestra casa un verdadero zoológico.
En casa podemos hablar entre nosotros sin ser interrumpidos.
A menudo en nuestra casa se producen berrinches
No importa cuáles sean los planes de nuestra familia, generalmente no funcionan.
A menudo me atraen los argumentos de otras personas en casa.
Nuestra casa es un buen lugar para relajarse.
A primera hora del día, tenemos una rutina regular en casa.
¿Qué hacen las familias ordenadas?
¿Qué hacen las familias que se salvan del caos y evitan estos conflictos o, en muchas ocasiones, crisis crónicas?
– Pues primero de todo cuidan la autorregulación de mayores y pequeños. Los mayores son modelo para los pequeños. Todos se auto-obedecen.
– Y como la autorregulación empieza en el ejemplo se establecen unas normas que todos cumplen, padres e hijos.
– Normas, orden, rutinas.
– Todos saben qué hacer en cada momento: desde el uso del baño por la mañana, desde el horario de la comida durante el día (pensemos en un domingo) hasta la hora fijada de ir a dormir.
– Horarios, calendarios: en una palabra orden.
– Son familias que logran que el orden les guarde. O dicho al de otra forma: son familia que se sienten cuidadas por el orden: también el de la ropa, el de los platos, bajar la basura o pasear al perro, etc.
– Y este orden solo se alcanza con puntualidad y encargos. Todos tienen sus encargos y nadie se inhibe (en castellano castizo: nadie se escaquea). Existe una responsabilidad familiar en la que, aun los más pequeños, saben que la vida en el hogar es un asunto muy serio que se alcanza cuando una familia se comporta como un auténtico equipo.
– El ruido y las pantallas, son temas que van en paralelo, han de tener sus horarios y sus prioridades.
– Primero los deberes, la merienda y la higiene: si todo funciona todo llegará.
– Y pantallas pocas y compartidas.El secreto son los turnos ycompartirlo todo: el computador y la TV del salón.
– Y nada de móviles y tabletas en propiedad hasta los 15 (por ejemplo).
– El juego sosegado va antes que las pantallas.
– La habitación ordenada antes que salir al parque.
Sin embargo todo este proceso no se logra si no se escuchan atentamente las órdenes de los mayores y los matices que ofrecen los más pequeños: y ahí obedecer es escuchar atentamente.
Los gritos y la prisa han desaparecido así como las peleas y las quejas.
Mimar el silencio
En esta dirección es muy bueno que una familia que quiere ser ordenada mime el silencio, cuide las voces suaves y sin tonos forzados. El silencio en las habitaciones y el comedor, en el salón y la cocina.
Si el orden guarda a la familia el silencio las ampara en la reflexión, el sosiego y la prudencia. Unos padres sosegados y que hablan en voz baja contagian a sus hijos. Y el silencio y el orden solo se pueden vivir en un respeto grande por los otros, sus ideas, sus argumentos.
Porque a los hijos hay que facilitarles la vida y el silencio facilita la focalización de la atención y las tareas sosegadas sean juego sean deberes para la escuela.
Y más aún: el silencio, el orden y el respeto facilitan el descanso y de pronto aparece tiempo que no sabíamos que teníamos y entonces es cuando se puede salir de excursión, leer o prolongar una sosegada tertulia tras la comida, o una buena película que los padres comentan y explican.
Ignasi de Bofarull
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