Los milagros son un anticipo de la salvación, además de ser una llamada a la fe Se ha estudiado que Cristo predica un nuevo Reino de Dios, que realiza y supera todas las esperanzas del pueblo elegido. Esta predicación queda ampliamente aclarada con los milagros. Los milagros son un anticipo de la salvación, además de una llamada a la fe. Por eso hay milagros que significan una clara salvación y redención de los tres males que esclavizan a los hombres: el demonio, el pecado y la muerte. Con los milagros, Jesús quiere dejar patente que ya ha llegado el Reino de Dios. En una ocasión dirá: «el Reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc. 17, 21) Jesús hace varios milagros en sábado. No es una casualidad. Tiene un carácter de enseñanza. Quiere decir que los últimos tiempos ya han llegado. Vivimos ya en el tiempo de la salvación. Los judíos prohibían curar en sábado. Jesús muestra que curar es un acto salvador. La salvación viene de Dios y no tiene límites humanos. La mujer encorvada, por ejemplo, llevaba dieciocho años atada (por causa de un espíritu) y ahora queda libre. Además del amor por los que sufren, este curar es un símbolo de que Dios ha irrumpido con fuerza en la vida de esta mujer. Ella glorificaba a Dios, al sentir la alegría de verse libre. «En el Reino de los Cielos, la vida triunfa sobre la muerte; la alegría sobre el llanto; el amor sobre la indiferencia» (B.p.1.i.c., t. 2, p. 163) Algunos milagros sobre la naturaleza, sobre el mundo de los espíritus, sobre la enfermedad corporal, etc., muestran la presencia de Dios en todos los ámbitos de la creación (cfr. Lc. 8, 22-56) En el caso de los endemoniados aparece claro cómo el poder de Jesús manifiesta que el Reino de Dios hace retroceder al reino de Satanás. Efectivamente: - Los espíritus reconocen claramente a Jesús como el Hijo de Dios que viene a turbar su tranquila posesión del mundo. - Ante Jesús de Nazaret los espíritus huyen y los hombres pasan a pertenecerle: se quedan a sus pies y desean seguirle. Dios prometió a nuestros primeros padres, después del pecado original, que sería aplastada la cabeza de la serpiente (cfr. Gn. 3, 15) Por eso son tan frecuentes las expulsiones de demonios. En una ocasión, los discípulos le comentan llenos de alegría que «hasta los demonios se nos sometían en tu nombre y El dijo: Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc. 10, 17-18) Efectivamente se lee en San Juan que «ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera» (Jn. 12, 31) El poder de Satanás será definitivamente aplastado al final de los tiempos con la segunda venida de Jesucristo. Mientras tanto, tiene todavía un cierto poder para tentar a los hombres. San Pedro advierte que nuestro «adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y buscando a quien devorar, al cual hemos de resistir fuertes en la fe» (1 Pe. 5, 8) En muchas ocasiones precede a los milagros la absolución de los pecados por Jesucristo. En el caso del paralítico de Cafarnaúm los escribas le criticaban diciendo dentro de sí: Este blasfema. Jesús les dijo: «¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados; o decir levántate y anda? Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, dijo al paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a casa. El levantándose, fuese a su casa» (Mt. 9, 4-7) En realidad todos los milagros están dirigidos a la superación del pecado, pues de poco sirve superar la enfermedad del cuerpo que acaba desapareciendo, si no se supera la enfermedad del alma que durará para siempre. El milagro físico, en el caso del paralítico de Cafarnaúm, es el signo de una acción más profunda: el perdón de Dios. Los escribas y fariseos no lo entendieron. Tras el pecado original la muerte es un castigo. Por eso Cristo vence a la muerte especialmente en sí mismo. Después de pasar por ella de la manera más cruel y atroz, resucita glorioso. Jesucristo realizó varias resurrecciones. Dios es el Señor de la vida y de la muerte. Jesucristo es «el Camino, la Verdad y la Vida», por eso dice «Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi, aunque muera vivirá» (Jn. 11, 25) Con ello indica la nueva vida en el espíritu de los convertidos, pero también lo atestigua con las resurrecciones que obró milagrosamente. Algunos milagros del Señor son, a primera vista, más difíciles de entender. Pero hemos de estar seguros de que todos tienen un sentido. Así, por ejemplo, Jesús maldice una higuera: «No era tiempo de higos» nos dice San Marcos (11, 13) Probablemente se trata de un acto simbólico de Jesús. La higuera sin frutos es un símbolo adecuado del Templo, cuyos vendedores iba a arrojar airadamente. Se puede decir que los judíos ofrecían a Dios un culto rico en hojas pero estéril en frutos de santidad. La higuera seca de raíz puede ser un símbolo de la suerte que le espera tanto a la ciudad como al templo, que era su orgullo. También se ha de considerar un hecho importante: Los milagros se extienden a personas que no pertenecen al pueblo de Israel. Con ello, se pone de manifiesto que el Reino de Dios es para todos. La curación del hijo del funcionario real, que era un pagano (lo mismo ocurre con la hija de la cananea y otros), es un nuevo signo de esa universalidad del Reino. Por último, en el evangelio de San Juan, los milagros de Jesús alcanzan su máxima dimensión de signos o señales, al mostrarnos que el Reino de Dios inaugurado por el Hijo hecho hombre, supone un renacer («el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios», 3, S) Por ello, significa una nueva vida («Yo soy la resurrección y la vida», 11, 24) Jesús dice también que El es la luz del mundo (8, 12) Por último, otro gran tema del cuarto evangelio es el de la hora que ha llegado para la salvación de los hombres («Ha llegado la hora», 12, 23) y que significa el momento del triunfo y glorificación de Jesús.
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