¿Qué debió de sentir Judas al sentir las manos del Maestro lavándole los pies?
Quizá tuvo un sentimiento de arrepentimiento. Todavía estaba a tiempo de echar tierra a la traición y volver a empezar con un acto sincero de rectificación. Nada externo había salido a la luz, la traición no se había consumado. Era posible volver atrás; pero no lo hizo. Era la hora del amor de Jesús, y también la hora del endurecimiento definitivo de Judas.
Jesús ha hecho saber a Judas que conoce su traición. Judas se estremece. Pero confía en la bondad de Jesús. Y se sobrepone al miedo con una cara de circunstancias que oculta el estado de angustia y tensión que llevaba dentro. Juan dice el motivo de las palabras de Jesús: "sabía quién le iba a entregar, por eso dijo: No todos estáis limpios"(Jn). La tensión era patente. Y Jesús insiste al decir: "el que come mi pan levantó contra mí su calcañar. Os lo digo desde ahora antes de que suceda, para que cuando ocurra creáis que yo soy"(Mc).
"Cuando dijo esto, Jesús se conmovió en su espíritu y declaró: En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará"(Jn). Entonces, los discípulos -cada vez menos seguros de sí mismos- ante la seguridad con que Jesús asegura que uno de ellos será traidor dicen: "¿Acaso soy yo?"(Mc). La escena debió ser conmovedora por parte de los Once y patética por parte de Judas. Las miradas de Jesús hablan más que sus palabras. Por un momento todos se olvidan de juzgar a los demás y contemplan su pequeñez, capaz de cualquier miseria si Dios les abandona. La duda, unida a la rabia, les lleva a preguntarse: ¿quién es?, ¿por qué no lo dice Jesús?
Pedro no se conforma con la declaración genérica de Jesús, y quiere saber quién es el traidor. El Señor no quiere violencia, y menos aún en la Cena Pascual en la que instituye la Eucaristía. La inquietud de Simón crece; entonces su mirada se cruza con Juan que estaba al lado del Señor "recostado en el pecho de Jesús"(Jn), le hace señas para que pregunte, y Juan se atreve a dirigirle a Jesús la tremenda pregunta: "¿quién es?"(Jn).
La pregunta es grave. Las consecuencias pueden ser terribles. Conociendo como son los apóstoles es fácil pensar que si Jesús pronunciaba el nombre del traidor se alzasen contra él, y en el mejor de los casos lo expulsasen con violencia, si es que no lo herían, o, incluso, lo mataban. Ninguna de estas posibilidades es impensable.
La discreción de Jesús es comprensible. No quiere que sus discípulos manchen sus manos de sangre, aunque se diesen variadas razones para justificar una conducta defensiva, pero violenta. Además, ¿no se había de consumar el sacrificio como había sido profetizado? Jesús calla hasta que Juan pregunta.
Jesús conoce a Juan, por eso le revela quién es el traidor. Sabe el Señor que Juan no va a actuar de una manera contraria a como Él quiere. Juan conoce lo que hay en el corazón del Señor, y algo ha reflexionado sobre el sacrificio del Cordero inmaculado. Pero encontrarse delante de una traición sangrienta es distinto a conocerlo de un modo teórico y lejano. El corazón de Jesús debió acelerarse cuando anunció la traición. Juan puede escuchar y sabe lo que significan esos latidos del corazón de Jesús: amor divino y humano plenos, y dolor por la traición de un amigo íntimo.
Cuando Jesús, a través del gesto, confirma que el traidor es Judas, el dolor invade todo el ser de Juan. Su corazón también se acelera con el mismo sentir del Maestro, su mente se nubla. ¡Qué difícil es vivir la caridad! Hay que perdonar incluso a los enemigos, sí; pero la ira hierve en su interior. Ideas opuestas se cruzan en su pensamiento: horror, lástima, asco, venganza, y ese amor tan repetido por Jesús. ¿Podrá ser en él el amor más fuerte que la venganza y la ira? Mira a Jesús, que observa al discípulo amado comprendiendo sus luchas. Y Juan comprende que debe callar con un silencio que es perdón. Calla Juan, vence el amor que Jesús ha sabido sembrar en aquella alma tan dócil.
Juan calla. Pedro le mira con desasosiego, e insiste para que repita la pregunta o diga si Jesús ya ha respondido. Era posible ver el cambio en el rostro de Juan: está demudado. Entonces, ¿por qué no habla? Pero Juan no dice nada. Acaba de recibir una de las lecciones más difíciles de su vida. Aceptar el sacrificio para salvar a los pecadores. Juan se hace depositario de una confianza difícil de soportar: conocer el traidor y aceptar el sacrificio. Se le pide saber quién era el traidor y no reaccionar con violencia.
La situación ya es clara. Ya no hay ambigüedad ni medias palabras que oculten al culpable. Todos se estremecen con el dolor visible de Jesús. Pero Judas permanece quieto, como si las muchas ocasiones en las que ha sucedido algo similar le ocultasen que ahora es el momento del enfrentamiento definitivo.
Los hechos se suceden a iniciativa de Pedro, con la colaboración de Juan. Probablemente un poco antes, Jesús ha manifestado a todos- en realidad a Judas- que va a pasar la noche en el huerto de Getsemaní. El delator ya tiene la información buscada, pero "los discípulos se miraban unos a otros no sabiendo a quien se refería". Entonces Jesús "mojando, pues, el bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote"(Jn)
La hora tan esperada y preparada por Jesús había llegado. Cristo ha descubierto como traidor a uno de los suyos. Todos los intentos de retener han sido inútiles para aquella voluntad rebelde. "Entonces, tras el bocado entró en él Satanás"(Jn).
El bocado amistoso de Jesús produce en Judas el efecto contrario al buscado, por eso Jesús, que lee en los corazones, le dice: "lo que vas a hacer, hazlo pronto"(Jn). Y Judas se marcha a delatar el lugar donde podrán prender a Jesús aquellos que le odian. Cada prueba de amor endurece más el alma de quien no quiere vivir según Dios.
Judas "después de tomar el bocado, salió enseguida"(Jn). Ha visto el modo de delatarlo para que le prendan. Y aprovecha la ocasión de marchar sin escándalo. Triste ocasión. Triste victoria. Jesús podía realizar el sacrificio redentor del modo más cruento y más amoroso; pero Judas labraba su perdición. Juan, que era el único discípulo que sabía lo que sucedía, comenta de un modo escueto, pero gráfico: "era de noche"(Jn). Ciertamente serían las once, noche cerrada, pero el dato refleja también la oscuridad del alma de Judas y las tinieblas en las que se introducía, traicionando un amor verdadero y destruyendo su vocación, a pesar de tantas ayudas recibidas del mismo Redentor.
Cuando Judas abandona el Cenáculo ya no volverá a estar más en aquella compañía que había sido su vida durante casi tres años. La tinieblas de la noche eran un símbolo del nuevo camino que comenzaba. ¿Qué pensó Judas a salir a la calle en aquellos momentos? Su interior debía estar en un estado de agitación frenética. Es impensable un actuar frío y apático, aunque desde luego actuaba con una extraña lucidez que contrasta con el sueño y la pesadez de los Once tras la última Cena.
Era de noche; la negrura nocturna oculta exteriormente los sentimientos encontrados de Judas cuando acude con prisa al Sanedrín para denunciar el lugar donde encontrarán a Jesús, y poder, por fin, prenderlo o descubrir -pensaría en su interior con una duda sangrienta- la verdad entera de ese Jesús que sabe querer como nadie, pero tan difícil de entender. La mezcla de amor y odio, la frustración y la esperanza, el miedo y el arrojo se cruzaban en su mente. La imaginación ve sombras amenazadoras donde sólo había alguna luz temblorosa. Aún podía rectificar; ¿por qué no volver y pedir perdón a Jesús a solas… o ante todos? ¿Acaso no había perdonado a otros? Tanto el perdón, como el volver, le parecían imposibles. Y siguió adelante.
Las calles aumentaban su oscuridad, y su silencio. Judas se encontraba sólo ante su conciencia, que no dejaba de hablarle, pues la ayuda divina no le faltó ni un momento. Hasta que por fin llegó a la puerta tras la que se reunían los conspiradores. Quizá un instante de duda se encendió, como un destello fugaz en aquella noche de la conciencia. Pero se decidió a llamar, y llamó. La suerte está echada. "Cortemos la retirada. Vayamos hacia delante pase lo que pase". Y entró en aquel lugar tan distinto al Cenáculo donde en aquellos momentos se estaba instituyendo el memorial de la nueva Alianza para la salvación de los hombres.
La visión de los allí reunidos debió ser impactante y atrayente a un tiempo para Judas. De un lado sonrisas y felicitaciones, de otro hipocresía, falsedad, astucia. Le acogen con palabras aduladoras, adormecen con suavidad la previsible resistencia a delatar al Amigo y al Maestro.
¡En qué distinto ambiente se movía ahora respecto al grupo luminoso y alegre de los amigos del Señor! Jesús los agrupaba, los corregía y, sobre todo, les quería. Ellos eran conscientes de sus defectos, pero luchaban. Ahora se va a encontrar en medio de hombres pervertidos con los peores pecados, que son los del espíritu. Parece mentira cómo su agudo espíritu crítico se había adormecido respecto a los sanedritas y los suyos. Es como si el poder y sus pompas ocultasen la miseria de sus almas. Estaba ciego con esa ceguera que, por ser querida, ciega más y hace que todo vuelva de noche.
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios le glorificará a él en sí mismo: y pronto le glorificará"(Jn). Jesús les está diciendo que su amor es un amor divino sorprendente, pero que como hombre también está viviendo el amor a los enemigos. Esa es la gloria del Hijo: amar con un amor total. Y esa es la gloria del Padre: amar con un amor que perdona. Y el Padre premiará al Hijo en cuanto hombre con una vida desconocida hasta entonces: la vida resucitada.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
pedidos a eunsa@cin.es
Grandes felicitaciones por estas hermosas reflexiones que llegan al corazón del hombre actual en um mundo ta globalizado, que no permite de ver el mas alla del ser humano. Dios te bendiga.
Excelente este artículo… Nos ayuda a profundizar a todos tanto en la posible actitud de Judas esa nohe hasta en el perdón de los pecados y el amor a los enemigos.En la pastoral juvenil estamos planeando una obra teatral sobre la Pasión, y men realidad agradezco mucho haberme encontrado con este texto: nos permite conocer un poco más a Judas Iscariote, y así tratar de comprender porqué entregó a Nuestro Señor.
Excelente este artículo… Nos ayuda a profundizar a todos tanto en la posible actitud de Judas esa nohe hasta en el perdón de los pecados y el amor a los enemigos.En la pastoral juvenil estamos planeando una obra teatral sobre la Pasión, y men realidad agradezco mucho haberme encontrado con este texto: nos permite conocer un poco más a Judas Iscariote, y así tratar de comprender porqué entregó a Nuestro Señor.
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El amor a nuestros enemigos y entrega a la voluntad de Dios; tal la lección que nos deja Jesús. Sabiendo quien era el traidor, proteje su identidad para evitar que sea dañado, repeta su insana decisión a pesar que le costará la vida, le advierte incluso del mal que le sobrevendra, pero no lo escucha. Pone la mejilla ante Judas y la Justicia Divina lo alcanza: Mientras Jesús vence a la muerte a través de una cruz, Judás pierde la vida colgado de un árbol: El triunfo del amor sobre el odio; tal el camino que nos deja Jesús
El amor a nuestros enemigos y entrega a la voluntad de Dios; tal la lección que nos deja Jesús. Sabiendo quien era el traidor, proteje su identidad para evitar que sea dañado, repeta su insana decisión a pesar que le costará la vida, le advierte incluso del mal que le sobrevendra, pero no lo escucha. Pone la mejilla ante Judas y la Justicia Divina lo alcanza: Mientras Jesús vence a la muerte a través de una cruz, Judás pierde la vida colgado de un árbol: El triunfo del amor sobre el odio; tal el camino que nos deja Jesús
El amor a nuestros enemigos y entrega a la voluntad de Dios; tal la lección que nos deja Jesús. Sabiendo quien era el traidor, proteje su identidad para evitar que sea dañado, repeta su insana decisión a pesar que le costará la vida, le advierte incluso del mal que le sobrevendra, pero no lo escucha. Pone la mejilla ante Judas y la Justicia Divina lo alcanza: Mientras Jesús vence a la muerte a través de una cruz, Judás pierde la vida colgado de un árbol: El triunfo del amor sobre el odio; tal el camino que nos deja Jesús