Benedicto XVI. Viajes

ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE CAMERÚN

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Iglesia Cristo Rey de Tsinga – Yaundé

Miércoles 18 de marzo de 2009

Señor cardenal,

queridos hermanos en el Episcopado:

Es una gran alegría para mí este encuentro con los Pastores de la Iglesia católica en Camerún. Agradezco al Presidente de vuestra Conferencia Episcopal, Mons. Simon-Victor Tonyé Bakot, Arzobispo de Yaundé, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Es la tercera vez que vuestro País acoge al Sucesor de Pedro y, como sabéis, el motivo de mi viaje es ante todo tener una ocasión para encontrarme con los pueblos del querido Continente africano, y también para entregar a los Presidentes de las Conferencias Episcopales el Instrumentum laboris de la Segunda Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para África. Esta mañana, por medio de vosotros, quisiera saludar afectuosamente a todos los fieles encomendados a vuestros cuidados pastorales. Que la gracia y la paz del Señor Jesús sea con todos vosotros, con todas las familias de vuestro grande y hermoso País, con los sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y cuantos están comprometidos con vosotros en el anuncio del Evangelio.

En este año dedicado a San Pablo, es particularmente oportuno recordar la necesidad urgente de anunciar el Evangelio a todos. Este mandato, que la Iglesia ha recibido de Cristo, sigue siendo una prioridad, porque todavía hay muchas personas aguardando el mensaje de esperanza y de amor que les permita «entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rm 8,21). Con vosotros, pues, queridos Hermanos, también vuestras comunidades están llamadas a dar testimonio del Evangelio. El Concilio Vaticano II recordó con énfasis que «la actividad misionera dimana íntimamente de la naturaleza misma de la Iglesia» (Ad gentes, n. 6). Para guiar y alentar al Pueblo de Dios en esta tarea, los Pastores, ante todo, deben ser ellos mismos predicadores de la fe para llevar a Cristo nuevos discípulos. Anunciar el Evangelio es propio del Obispo, quien, como San Pablo, puede decir también: «El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16). Los fieles necesitan la palabra de su Obispo, que es el catequista por excelencia, para confirmar y purificar su fe.

Para cumplir esta misión de evangelización y responder a los numerosos desafíos de la vida del mundo de hoy, es indispensable, más allá de las reuniones institucionales, en sí mismas necesarias, una profunda comunión que una a los Pastores de la Iglesia entre sí. La calidad de los trabajos de vuestra Conferencia Episcopal, que reflejan la vida de la Iglesia y la sociedad en Camerún, os permiten buscar juntos respuestas a los múltiples retos que la Iglesia debe afrontar, ofreciendo directrices comunes mediante vuestras cartas pastorales para ayudar a los fieles en su vida eclesial y social. La honda conciencia de la dimensión colegial de vuestro ministerio os debe impulsar a realizar entre vosotros diversos gestos de hermandad sacramental, que van desde la acogida y estima mutua hasta las diferentes iniciativas de caridad y colaboración concreta (cf. Pastores gregis, n. 59). Una cooperación efectiva entre las diócesis, particularmente para una mejor distribución de los sacerdotes en vuestro País, favorecerá las relaciones de solidaridad fraterna con las Iglesias diocesanas más necesitadas, de modo que el anuncio del Evangelio no se resienta por la falta de ministros. Esta solidaridad apostólica ha de extenderse con generosidad a las necesidades de otras Iglesias particulares, especialmente de las de vuestro Continente. Así se mostrará claramente que vuestras comunidades cristianas, a ejemplo de las que os han traído el mensaje del Evangelio, son también una Iglesia misionera.

Queridos Hermanos en el Episcopado, el Obispo y sus sacerdotes están llamados a mantener estrechas relaciones de comunión, fundadas en su especial participación en el único sacerdocio de Cristo, aunque en grado diferente. También es de capital importancia una relación de calidad con los sacerdotes, que son vuestros principales e irrenunciables colaboradores. Al ver en su Obispo un padre y un hermano que los ama, los escucha y conforta en las pruebas, que presta una atención especial a su bienestar humano y material, se verán alentados a hacerse cargo plenamente de su ministerio de manera digna y eficaz. El ejemplo y la palabra de su Obispo es para ellos una valiosa ayuda para dar un espacio central en su ministerio a su vida espiritual y sacramental, animándoles a vivir y descubrir cada vez más profundamente que lo específico del pastor es ser ante todo una persona de oración, y que la vida espiritual y sacramental es una riqueza extraordinaria, que se nos da para nosotros mismos y para el bien del pueblo que se nos ha encomendado. Os invito, en fin, a poner una atención especial a la fidelidad de los sacerdotes y personas consagradas a los compromisos contraídos con su ordenación o entrada en la vida religiosa, para que perseveren en su vocación, con vistas a una mayor santidad de la Iglesia y la gloria de Dios. La autenticidad de su testimonio exige que no haya diferencia alguna entre lo que enseñan y lo que viven cotidianamente.

En vuestras diócesis, muchos jóvenes se presentan como candidatos al sacerdocio. Hemos de dar gracias al Señor por ello. Lo esencial es que se haga un discernimiento serio. Para eso, os animo, no obstante las dificultades organizativas en el plano pastoral que pudieran surgir, a dar prioridad a la selección y preparación de formadores y directores espirituales. Éstos han de tener un conocimiento personal y profundo de los candidatos al sacerdocio y ser capaces de asegurar una formación humana, espiritual y pastoral sólida, que haga de ellos hombres maduros y equilibrados, bien preparados para la vida sacerdotal. Vuestro constante apoyo fraterno ayudará a los formadores a desempeñar su tarea con amor por la Iglesia y su misión.

Desde los orígenes de la fe cristiana en Camerún, los religiosos y religiosas han dado una contribución fundamental a la vida de la Iglesia. Doy gracias a Dios con vosotros y me alegro del desarrollo de la vida consagrada entre los hijos e hijas de vuestro País, que ha permitido también manifestar los carismas propios de África en las comunidades nacidas en vuestro País. En efecto, la profesión de los consejos evangélicos es como «un signo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a realizar con decisión las tareas de su vocación cristiana» (Lumen gentium, 44).

En vuestro ministerio de anunciar el Evangelio os ayudan también otros agentes de pastoral, especialmente los catequistas. En la evangelización de vuestro País han tenido y desempeñan todavía un papel determinante. Les agradezco su generosidad y fidelidad en el servicio a la Iglesia. Por medio de ellos se lleva a cabo una auténtica inculturación de la fe. Por tanto, su formación humana, espiritual y doctrinal es esencial. El apoyo material, moral y espiritual que los Pastores les ofrecen para cumplir su misión en buenas condiciones de vida y de trabajo, es también para ellos una expresión del reconocimiento por parte de la Iglesia de la importancia de su compromiso en el anuncio y el desarrollo de la fe.

Entre los muchos retos que encontráis en vuestra responsabilidad como Pastores, os preocupa particularmente la situación de la familia. Las dificultades, debidas de manera especial al impacto de la modernidad y la secularización en la sociedad tradicional, os impulsan a preservar con determinación los valores fundamentales de la familia africana, haciendo de su evangelización de manera profunda una de las principales prioridades. Al promover la pastoral familiar, os comprometéis a favorecer una mejor comprensión de la naturaleza, la dignidad y el papel del matrimonio, que supone un amor indisoluble y estable.

La liturgia ocupa un lugar importante en la expresión de la fe de vuestras comunidades. Por lo general, estas celebraciones eclesiales son festivas y alegres, manifestando el fervor de los fieles, felices de estar juntos, como Iglesia, para alabar al Señor. Es esencial, por tanto, que la alegría demostrada no sea un obstáculo, sino un medio, para entrar en diálogo y comunión con Dios a través de una verdadera interiorización de las estructuras y las palabras que componen la liturgia, con el fin de que ésta refleje realmente lo que sucede en el corazón de los creyentes, en una unión real con todos los participantes. Un signo elocuente de ello es la dignidad de las celebraciones, sobre todo cuando tienen lugar con gran afluencia de participantes.

El desarrollo de las sectas y movimientos esotéricos, así como la creciente influencia de una religiosidad supersticiosa y del relativismo, son una invitación apremiante a dar un renovado impulso a la formación de jóvenes y adultos, especialmente en el ámbito universitario e intelectual. A este respecto, quisiera felicitar y alentar los esfuerzos del Instituto Católico de Yaundé, y de todas las instituciones eclesiásticas cuya misión es hacer accesible y comprensible a todos la Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Me alegra saber que son cada vez más en vuestro País los fieles comprometidos en la vida de la Iglesia y la sociedad. Las numerosas asociaciones de laicos que florecen en vuestras diócesis, son signo de la acción del Espíritu en el corazón de los fieles y contribuyen a un renovado anuncio del Evangelio. Me complace destacar y alentar la participación activa de las asociaciones femeninas en diferentes sectores de la misión de la Iglesia, demostrando así una toma de conciencia real de la dignidad de la mujer y de su vocación específica en la comunidad eclesial y en la sociedad. Doy gracias a Dios por la voluntad que muestran los laicos en vuestras comunidades de contribuir al futuro de la Iglesia y al anuncio del Evangelio. Por los sacramentos de la iniciación cristiana y los dones del Espíritu Santo, tienen la capacidad y el compromiso de anunciar el Evangelio, sirviendo a la persona y a la sociedad. Os animo encarecidamente a perseverar en vuestros esfuerzos por ofrecerles una sólida formación cristiana que les permita «desarrollar plenamente su papel de animación cristiana del orden temporal (político, cultural, económico, social), que es compromiso característico de la vocación secular del laicado» (Ecclesia in Africa, n. 75).

En el contexto de la globalización que bien conocemos, la Iglesia tiene un interés particular por los más necesitados. La misión del Obispo le lleva a ser el principal defensor de los derechos de los pobres, a favorecer y promover el ejercicio de la caridad, que es una manifestación del amor del Señor por los pequeños. De esta manera, se ayuda a los fieles a comprender concretamente que la Iglesia es una verdadera familia de Dios, reunida en amor fraterno, lo cual excluye todo tipo de etnocentrismo y particularismo excesivo, y contribuye a la reconciliación y la colaboración entre los grupos étnicos para el bien de todos. Por otra parte, la Iglesia, mediante su doctrina social, quiere despertar la esperanza en el corazón de los excluidos. Y es también un deber de los cristianos, especialmente de los laicos que tienen responsabilidades sociales, económicas o políticas, dejarse guiar por la doctrina social de la Iglesia, con el fin de contribuir a la construcción de un mundo más justo, en el que todos puedan vivir dignamente.

Señor Cardenal, queridos Hermanos en el Episcopado, al término de nuestro encuentro, quisiera manifestar una vez más mi alegría por estar en vuestro País y encontrar al pueblo camerunés. Os agradezco vuestra calurosa bienvenida, signo de la generosa hospitalidad africana. Que la Virgen María, Nuestra Señora de África, vele por todas vuestras comunidades diocesanas. A Ella confío a todo el pueblo de Camerún, y os imparto de corazón una afectuosa Bendición Apostólica, que hago extensiva a los sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.

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