No siempre es fácil seguir las propias convicciones, pero saber que la lealtad nos hace felices es un estímulo. Con él, además, podemos ayudar a los de nuestro alrededor
De vez en cuando me voy a tomar el café conmigo misma. La verdad es que me caigo tan bien y me la paso tan a gusto conmigo que disfruto de mí, de pensar y observar a las personas que pasan a mi alrededor. Y claro, de repente se me hace grande el oído y cuando menos pienso ya estoy solita -meticheando- en las conversaciones de la mesa de al lado. ¡A veces hasta me enojo con lo que escucho! Vaya que estoy loquilla.
Una forma de traición
Resulta que Ana lleva años teniendo conflictos con algunos de sus parientes porque estos han sido increíblemente traicioneros con ella en muchos sentidos. Hasta le han robado y difamado, entre otras cosas. Ella esperaba -como creo que la gran mayoría lo haríamos- que su familia más allegada -papás y hermanos- estuvieran de su lado en esto, que la protegieran de tanta infamia. Pero resultó que no.
Por lo menos los hermanos han sido veletas -según ella expresaba- que se han ido del lado que les ha ido conviniendo y han resguardado únicamente sus intereses personales olvidándose de lo que ella sentía y del dolor por el que pasaba.
Ana se veía desencajada y hablaba con mucha pasión, desilusión y tristeza al respecto. De hecho, decía que ya no le dolía tanto la felonía de sus parientes como la deslealtad de sus hermanos porque de hecho ellos convivían aún más con los traicioneros que con ella. Me dolía escucharla cuando decía lo que le podía cuando veía fotos de sus hermanos en gran convivencia con todos esos que a ella le han hecho tanto daño. ¡Vaya que la entendí!
Y bueno, justo en esa cafetería tan asistida y al escuchar a mis vecinas de mesa comenzó mi reflexión acerca de la lealtad y de esa línea tan delgadita que se puede llegar a cruzar hasta convertirnos en personas desleales y traicioneras, no solo hacia otros, sino con nosotros mismos.
Una actitud de vida
La lealtad es un valor y una actitud de vida. Es también una virtud o hábito operativo bueno que nos da la habilidad de cumplir con todo aquello que hemos prometido, de permanecer con las personas en las buenas y en las malas, de protegerlas y cuidarlas, aún cuando las circunstancias sean adversas.
Una persona leal tiene la habilidad de poner a los demás antes que a ella misma. Hay cosas en las familias que simplemente se “deberían” dar por hecho, son como promesas tácitas. Una de ella es la lealtad. Vaya, no solo en las familias, sino en las amistades, en el trabajo, con la pareja, en los matrimonios, con nuestra religión, con nosotros mismos, etc.
Desafortunadamente nos hemos dejado seducir por un mundo y una sociedad que nos ha envuelto en sus egoísmos, en que veamos nada más para nuestros propios intereses buscando satisfacer solo nuestras necesidades personales y no nos ha importado a quién pisamos o a quién le estamos siendo desleales. ¡No puede ser!
La lealtad más importante comienza por la familia
Yo, en lo personal, difícilmente confío en alguien que no sabe ser leal a quien por naturaleza son los más cercanos a su corazón como lo son padres y hermanos.
Recuerdo estar cenando con una conocida que hacía mucho que no veía y con una de mis hermanas. Esta “amiga” se la pasó hablando fatal de su hermana toda la velada, pero increíblemente mal, al grado de difamarla. De verdad, yo ya estaba estresadísima de escuchar tanto y por más que le cambiaba el tema, ella regresaba a él.
Al terminar la cena y ya de regreso a casa platicando con mi hermana le dije que claro que entendía la situación de mi amiga y que por un lado le agradecía el que me tuviera esa confianza porque ella sabía que de mi boca nunca saldría nada. Que también entendía que ella necesitaba un lugar “seguro” para desahogarse porque vaya que tenía el pecho lleno de cosas en contra de la hermana. Pero de ahí a que a mí me interesara reiniciar una amistad como tal con ella, lo siento, pero no.
Yo soy del pensar que, si ella fue capaz de expresarse así de una hermana, sin compasión alguna, ¿qué me puedo yo esperar? ¿Con qué confianza podría yo compartirle mis cosas? Si no hay lealtad para su familia, difícilmente la habrá para alguien más. Insisto, la verdadera fidelidad comienza en la familia.
La lealtad entre amigas y amigos
Esta es muy delicada. Todos soñamos con tener a esa que será nuestra “BFF”. Es decir, nuestro mejor amigo para siempre. Como en toda amistad en esta debe de haber confidencialidad, compartir nuestros “secretillos” y debilidades, complicidad -en el mejor de los sentidos- entre muchas otras cosas más. Como amigas todo nos platicamos, hasta lo que no deberíamos nos lo decimos. Literal, muchas veces la amiga sabe más de nuestras vidas que el propio esposo.
Pero de repente algo sucede que la amistad se quiebra y ya no se trabajó para recuperarla. ¡Ya no somos “BFF”! ¿Qué pasa con todos esos secretos compartidos? Se supone que estos deben quedar en la memoria del corazón y jamás salir de ahí. Desafortunadamente no siempre sucede así.
Esa que era tu amiga decide que como ya están peleadas y se lastimaron tanto, ya no necesita haber lealtad entre ustedes y comienza a hablar de tus cosas con terceros. ¡Eso es una canallada! Aquí y en China se le llama traición, deslealtad.
Los secretos recibidos deben ser tesoros en nuestro poder, regalos de alguien que en su momento nos amó y nos confió lo más profundo de su ser y no se vale que porque hoy ya nos somos “amiguis” estos corran peligro de ser revelados. Eso es una porquería y una infamia de las más grandes. Simplemente, los secretos que nos confían nunca serán nuestros y jamás será nuestro derecho revelarlos ni al confesor. Y bueno, no solo los secretos. Cualquier conversación compartida debe quedar en el más absoluto de los sigilos.
¿Y que decir de la deslealtad hacia nosotros mismos, a nuestras creencias, costumbres y convicciones? ¡Uf! Hay mucho que decir… Creo que este tipo de infidelidad es de las que más duele porque hay una cosa que jamás se irá de nosotros y que se llama conciencia, digo, si es que no la hemos anestesiado. Esta nunca nos va a soltar y siempre será como nuestro “Pepe Grillo”, ese que le decía a Pinocho lo bueno y lo malo.
La tentación del libertinaje
Por mucho que el mundo nos venda una idea distinta sobre algo que ya traemos arraigado en nuestro ser, no nos podremos acomodar a ella sin que haya dolor como consecuencia. Respecto a esto, hace algunos años conocí a una mujer que era divorciada, pero que no le interesaba tener ninguna relación con otro hombre porque ella estaba convencida de que no era lo correcto.
En su círculo de amigas también divorciadas se “usaba” el tener sexo sin compromiso con quien se les pegara la gana. Total, eran sus cuerpos y ellas hacían con él lo que ellas sintieran. Ella cayó en la tentación de vivir ese libertinaje al igual que sus “cuatas” yendo en contra de sus convicciones morales. Simplemente se dejó llevar y muy pronto pagó las consecuencias.
Un día me buscó llorando, me decía que no entendía lo que le pasaba, que se sentía muy vacía, asqueada y súper deprimida. De inmediato entendí lo que le pasaba y se lo compartí. Le dije que ella estaba siendo desleal con el estilo de vida que siempre había llevado y del que estaba convencida, con la moral con la que había crecido y toda la vida había creído. Estaba haciendo cosas que ella sabía que no le convenían y su espíritu estaba sufriendo. Reconoció que era verdad. Dejó a esas “amistades” y su vida de promiscuidad -que no le resultó nada fácil hacerlo- y su vida volvió a la estabilidad acostumbrada.
Para no dejarnos llevar por lo que “se usa” o está de moda y para ser leales a nosotros mismos se necesita de mucha valentía y convicción. Sobre todo, de un respeto personal profundo hacia nuestra persona y hacia esas creencias que nos conviene que sigan latentes porque estas siempre se encaminarán hacia un bien mayor. Necesitamos aprender a valorar a las personas que son leales y, más aún, nosotros trabajar día con día para no dejarnos llevar por nuestra emocionalidad y siempre ser fieles -a todo y a todos- lo sintamos o no y pese a las circunstancias que la vida nos presente.
Por Luz Ivonne Ream
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