No deja de ser curioso que la fiesta de Todos los Santos se haya convertido en la fiesta de todos los difuntos. Aparte la facilidad que a todos proporciona el día de fiesta para visitar el cementerio y recordar a sus difuntos, tiene además un cierto sentido el que esto sea así: porque la fiesta de todos los santos no es sólo la celebración global de todos los santos, cuyas fiestas hemos ido conmemorando día tras día a lo largo de todo el año, sino la fiesta de todos los "muertos que han muerto en el Señor", porque ellos también son ya santos y bienaventurados en el cielo.
Claro que el recuerdo de los difuntos, que siempre son seres queridos y muy cercanos a nosotros, pone un tinte de tristeza a una fiesta que es de gozo, al reconocer la santidad de aquéllos a quienes Dios ha recibido en su Reino. Pero la tristeza presente es todavía consecuencia de nuestra situación de peregrinos que aún estamos soportando las consecuencias del pecado. Por lo demás, que la fiesta de todos los santos sea un día de gozo, no significa precisamente un día de risa. Y el gozo que nos proporciona le fe, por la que creemos que nuestros difuntos están ya en el reino de la luz y de la paz, es perfectamente compatible con los legítimos sentimientos de dolor por la ausencia de los que estuvieron unidos en nuestro camino por la tierra.
EUCARISTÍA