Nuestra Señora del Rosario
«Rezar el Santo Rosario, no sólo es hacer memoria del gozo, el dolor, la gloria, de Nazaret al calvario. Es el fiel itinerario de una realidad vivida, y quedará entretejida, siguiendo al Cristo gozoso, crucificado y glorioso, en el Rosario, la vida». Así reza el himno de Laudes de la fiesta de este día, y que es una síntesis de lo que es y de lo que significa el Santo Rosario.
Esta festividad fue instituída por el Papa San Pío V en el aniversario de la victoria obtenida por los cristianos, en la batalla naval de Lepanto, el año 1571, contra el invasor turco. Esta victoria se atribuyó a la Madre de Dios, invocada con la oración del Rosario.
De acuerdo con una tradición, esta devoción fue revelada por la Sma. Virgen a Santo Domingo de Guzmán. No existe ninguna prueba de que esta devoción se rezara antes de Sto. Domingo.
Nos podemos preguntar ¿qué es el Rosario? El Papa Paulo VI en su maravillosa Carta Apostólica «MARIALIS CULTUS», uno de los documentos más preciosos que se hayan escrito sobre la Virgen María, nos dice:
«Es una manera muy popular de elevarnos muy filialmente hasta la Virgen, considerándola como lo que es: la Puerta del Cielo».
«El Rosario es el compendio de todo el Evangelio»
«El Rosario es una oración Evangélica, de orientación profundamente Cristológica».
«El Rosario es una oración laudatoria, pero sobre todo, contemplativa».
«El Rosario es el Salterio de la Virgen mediante el cual los humildes quedan asociados al cántico de alabanza y a la intercesión universal de la Iglesia.»
Nuestra Señora demostró su complacencia por esta devoción, apareciéndose con el Rosario e invitando a rezarlo, en Lourdes y en Fátima.
Con el objeto de intensificar su piadosa práctica surgieron varias cofradías en muchos países de Europa. Durante la época colonial esta devoción mariana fue traída a América Latina por los misioneros de España y se difundió extensamente.
A partir del Papa León XIII todos los Papas han exhortado vivamente al rezo diario en familia y en particular de esta devoción. «REZAD EL ROSARIO», dijo la Virgen a Bernardita en Lourdes y a los pastorcitos de Fátima. También nos lo dice hoy a nosotros.
San Artaldo (+III)
Nació en Songieu, Francia, y fue un niño al que Dios concedió muchos talentos y virtudes. Fue paje de Amadeo de Saboya donde se le conocía por nunca adular, pedir o mentir. A los veinte años, dejó la corte para entrar en la cartuja de Portes. Enseguida se hizo querer, porque elegía preferentemente las tareas más incómodas. Sus hermanos decía que al verle celebrar la Santa Misa se creía más en la presencia real del Señor en la Eucaristía.
El obispo de Génova encargó a Artaldo fundar una cartuja en su diócesis, y salvo un breve intervalo en que lo obligaron a ser obispo, pasó allí el resto de su vida. Murió a la edad de ciento cinco años, arrodillado sobre ceniza y recitando un salmo de acción de gracias.
San Augusto o Gustavo (+560)
Escribe de él San Gregorio de Tours, que Augusto era tan tullido, que se arrastraba sobre el vientre cuando mendigaba. Con las limosnas recibidas hizo construir en Brives, una capilla en honor de San Martín y él mismo encontró allí la curación. Desde entonces, dirigió a la vez dos pequeños monasterios, uno en Brives y otro en Saint-Symphorien, no lejos del primero.
San Sergio (siglo III)
Siendo un joven oficial del ejército romano, Sergio fue ejecutado por haberse negado a hacer sacrificios a los dioses. La localidad de Rosafa, Siria, que encerraba su tumba, adoptó en su memoria el nombre de Sergiópolis, y se convirtió en un centro de peregrinación muy concurrido. Hoy no quedan de él más que ruinas esparcidas por el desierto de Siria, pero San Sergio sigue siendo todavía muy popular en Oriente.