Relativismo: Artículos de prensa para pensar y discutir

La razón de la fe

La Historia es el lugar donde podemos constatar la acción de Dios en favor de la Humanidad. Él se nos manifiesta en lo que para nosotros es más familiar y fácil de verificar, porque pertenece a nuestro contexto cotidiano, sin el cual no llegaríamos a comprendernos. Este texto de la encíclica Fides et ratio deja bien claro que la entraña de la fe no es algo etéreo, ahistórico, como si nada tuviera que ver con la vida real de los hombres. La Historia se encarga de enseñar, a quien no se empeñe en ignorarla, que nada es tan indispensable para vivir como el aferrarse al Único que es Dueño y Señor de la vida, y eso justamente es la fe.

Desde hace unos pocos años, tras la caída del telón de acero, la Iglesia católica, por primera vez en la Historia, está establecida, con su jerarquía correspondiente, en diversas regiones de la antigua Unión Soviética, y de un modo bien significativo en Siberia. La diócesis católica de Novosibirsk, con una extensión aproximada equivalente a 48 veces la de España, cuenta con unos dos millones de católicos, la gran mayoría en la capital: los hijos de la multitud de deportados por Stalin a Siberia, sobre todo católicos polacos y alemanes, que en sus familias, transmitiéndola de padres a hijos, han mantenido heróicamente la fe, y han hecho posible que la jerarquía ortodoxa rusa -nada favorable a los católicos- no haya tenido más remedio que aceptar el derecho de la Santa Sede a atender a sus hijos de Siberia y a nombrar obispos católicos que aseguren en aquellos inmensos territorios una presencia de la Iglesia católica. Esta presencia la hace, sin duda, respirar más plenamente con su pulmón oriental, lo cual significa una gran esperanza para el continente asiático.

El Monumento siberiano erigido en Varsovia a la memoria de los deportados por el régimen de Stalin ante el que, como puede verse en nuestra portada, pasa Juan Pablo II durante su emocionada visita a Polonia, es el justo homenaje a esa semilla de nuevos cristianos que fueron los mártires del stalinismo. Misterioso designio de la Providencia divina: la criminal irracionalidad de Stalin convertida en ocasión del crecimiento de la Iglesia, al igual que en los primeros siglos cristianos. La fuerza de Dios, la fuerza de la fe, manifestada en la debilidad de la Iglesia; la razón de la fe que pone en evidencia la irracionalidad de la diosa razón de los ilustrados, cuya herencia no ha sido otra que el liberalismo y el comunismo, que por mucho que se maquillen no pueden menos que reflejar la profunda sinrazón de la mera razón.

Nada puede subsistir sin Dios y nadie puede hacer nada, ni mover un dedo -¡cuánto menos razonar!-, sin Cristo. Por si alguien se atreve a dudarlo, la Historia, especialmente la de este siglo que está a punto de finalizar, se encarga de ponerlo bien de manifiesto.

Las dos alas

La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad.

Sobre todo en nuestro tiempo, la búsqueda de la verdad última parece a menudo oscurecida. Sin duda, la filosofía moderna tiene el gran mérito de haber concentrado su atención en el hombre.

Los resultados positivos alcanzados no deben llevar a descuidar el hecho de que la razón misma, movida a indagar de forma unilateral sobre el hombre como sujeto, parece haber olvidado que éste está también llamado a orientarse hacia una verdad que lo trasciende. Sin esta referencia, cada uno queda a merced del arbitrio, y su condición de persona acaba por ser valorada con criterios pragmáticos basados esencialmente en el dato experimental, en el convencimiento erróneo de que todo debe ser dominado por la técnica. Así ha sucedido que, en lugar de expresar mejor la tendencia hacia la verdad, bajo tanto peso, la razón se ha doblegado sobre sí misma haciéndose, día tras día, incapaz de levantar la mirada hacia lo alto para atreverse a alcanzar la verdad del ser. Ello ha derivado en varias formas de agnosticismo y de relativismo, que han llevado a la investigación filosófica a perderse en las arenas movedizas de un escepticismo general.

La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Éste es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza en la verdad, que es posible encontrar en el contexto actual.

Hay una profunda e inseparable unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe. El hombre, a veces, evita la verdad, porque teme sus exigencias. Toda la verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, debe serlo siempre y para todos. Ninguna forma histórica de filosofía puede legítimamente pretender abarcar toda la verdad.

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