Dos paralíticos y amigos

La curación de dos paralíticos por Jesús es útil para conocer algo más el corazón humano. La parálisis hace que la curación sea peculiar pues al no poder caminar no podían acudir por sí mismos a pedir el milagro. Ambos fueron curados, pero con una gran diferencia, uno tenía amigos dispuestos a todo por ayudarle, y el otro estaba sólo.

La amistad de varios con el paralítico de Cafarnaúm debía ser tan grande que no se limitan a cumplir el trámite de pedir la curación, sino que vencen obstáculos, inventan soluciones, dedican tiempo, y, sobre todo, consiguen el fin pretendido: colocar delante del Señor a su amigo impedido. Es posible que el lector del evangelio insinúe una sonrisa ante el espectáculo de ver descendiendo por los aires, desde el techo, a un hombre cuando Jesús predicaba dentro de la casa de Pedro.

La sorpresa debió ser notable, y también el alboroto ante lo poco habitual de la situación. No nos extrañaría que muchos se quejasen de aquel exceso de celo, quizá espolvoreados por el polvo del techo extraído a viva fuerza; pero Jesus no se molesta, sino que antes de que le pidan nada viendo la fe de ellos[352] (refiriéndose a sus amigos) curó al paralítico. No se fija el Señor en la fe del paralítico -que probablemente la tenía-, sino en la fe de sus amigos. Éstos no se asustan ante el gentío que hace casi imposible presentar a su amigo ante Jesús, sino que suben por la escalera posterior de la casa, ascienden a la terraza, abren un agujero en el techo y le descienden con cuidado ante la mirada sorprendida de todos los que llenaban la estancia. El cariño a su amigo les lleva a encontrar medios tan sorprendentes como abrir en tejado y aparecer en una reunión desde lo alto.¡Hermosa locura!

No ocurrió igual con el paralítico de la piscina de Siloé. Llevaba esperando treinta y ocho años la curación. Un año tras otro sucedía lo mismo. Cuando eran agitadas las aguas de la piscina se concedía la curación al primero que entrase en ellas. Él intentaba llegar, pero no podía: no tengo un hombre que me introduzca en la piscina cuando se mueve el agua; mientras voy, desciende otro antes que yo[353], dice a Jesús desconsolado. La escena tiene un cierto patetismo. Podemos imaginar los movimientos frenéticos y torpes del paralítico cuando todos se dirigen al agua, y su desilusión ante cada fracaso. Y así durante treinta y ocho años. No tenía a nadie que le ayudase, ni un familiar, ni un amigo; nadie. Está sólo, y no puede alcanzar lo que tanto desea, cada vez menos esperanzadamente.

No tengo un hombre que me introduzca en la piscina. Esta es la explicación que da el paralítico, aunque mejor podía decir no tengo un amigo que me traslade. Nadie está a su lado vigilando el movimiento de las aguas para acercar velozmente al impedido hacia la curación. ¿Por qué está tan sólo?.

Una luz acerca de su soledad la podemos vislumbrar en la advertencia de Jesús cuando le encuentra después de haberle sanado y de haber sido reprendido por los judíos del Templo: Mira,-le dice- has sido curado; no peques más para que no te ocurra algo peor. No es fácil descubrir todo lo que le quiere decir Jesús con esta advertencia; pero parece claro que, antes de la curación, tenía algún pecado o un defecto notable. ¿Era esa la causa de su soledad? Tampoco lo sabemos. Es probable que la enfermedad le hubiese agriado el carácter y sus quejas continuas hubiesen alejado a los que le ayudaban. Pero también es posible que nunca hubiese tenido a nadie que le hubiese querido de verdad. Lo cierto es que no tenía quien le ayudase en su mayor necesidad. Estaba sólo.

Jesús valora la amistad en torno al paralítico de Cafarnaúm. La amistad es motivo suficiente para que realice Jesús un milagro, parece como si este valor humano, unido a la fe de ellos, le mueva a actuar de un modo divino. Estos dos casos nos ayudan a reflexionar sobre la amistad. No en vano conviene recordar que para ser muy divinos, hay que ser también muy humanos[354].. Mala cosa sería pensar que vivir muy cerca de Dios deshumaniza, más bien es al contrario, cuando se vive vida sobrenatural lo humano mejora; y a la inversa si se poseen valores humanos es muy fácil el paso a lo espiritual y a lo divino.

La amistad es el valor humano más preciado. Ya Aristóteles decía que sin amigos nadie querría vivir, aún cuando poseyera todos los demás bienes, hasta los ricos y los que tienen cargos y poder parecen tener necesidad de amigos"[355]. Era pagano, pero le bastaba observar lo que veía a su alrededor y en su corazón para decir algo tan certero. La amistad hace más humanos a los hombres. Un hombre que no quiera tener amigos demuestra creerse superior a los demás, aunque la realidad es que es inferior, -un animal – decía Aristóteles; quizá exagere, pero en cualquier caso es muy poco humano. La amistad dignifica y ennoblece al hombre. Sin ella, además, los demás bienes de la tierra se tornan insípidos y pierden valor. Con amigos, en cambio, hasta lo pequeño se hace grande y brillante.

En el Antiguo Testamento se habla bastante de la amistad. El libro del Eclesiástico dice:Un amigo fiel es poderoso protector, el que le encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel, su precio es incalculable. Un amigo fiel es remedio saludable: los que temen al Señor lo encontrarán. El que teme al Señor es fiel a la amistad, y como fiel es él , así lo será su amigo"[356]. Esta expresión: un amigo es un tesoro, ha quedado impresa de una manera fortísima en la conciencia de los hombres y en la cultura.

La amistad suele darse cuando hay una cierta igualdad entre los amigos; pero la diferencias -mayores o menores- son inevitables. Entre dos amigos, uno suele ser algo más rico, o más sabio, o más listo que el otro; es imposible que los dos sean exactamente iguales en todo. Se mire la cualidad que se mire habrá siempre desigualdades. Pero con amistad esas diferencias no separan, sino que, al contrario, fomentan la ayuda y el espíritu de servicio. El que tiene más, eleva al amigo ayudándole a superarse. El afecto verdadero entre los amigos hace que cada uno se enriquezca con los dones y virtudes del otro. Pero además, sólo el hecho de dar mejora al que más tiene, porque le hace mejor. El mejor amigo es el que más ama.

San Pedro aconseja demostrar esa amistad de un modo práctico: Mantened entre vosotros una ferviente caridad, porque el amor cubre la multitud de los pecados [357]. Por lo tanto, que cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido[358]. Se consigue con este servicio lo que prometió Jesús en la Ultima Cena si estas cosas entendéis, seréis felices si las practicais[359].

Jesús vive la amistad de una manera plena. El es Dios y, por tanto, infinitamente superior a nosotros; como hombre es poseedor de todas las virtudes en su mayor grado: inteligencia, sabiduría, voluntad, afectuosidad, generosidad, delicadeza, firmeza etc. De ahí el inmenso valor de sus palabras cuando les dice a quienes le rodean: os llamo amigos. Jesús eleva a los suyos a su nivel porque les quiere. Se abaja para subirles. Eso sí, les pide que no le rechacen.

En la intimidad de la Ultima Cena, cuando fluye toda la intensidad de su amor, les dice: Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os llamo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca, para que cuanto pidiereis en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros[360]. Jesús es el Amigo que nunca traiciona.

Volviendo a contemplar a los dos paralíticos, comprendemos mejor lo agradable que resulta a Jesús ver al paralítico de Cafarnaúm rodeado de buenos amigos, y lo que le duele la soledad del de Jerusalén.

El paralítico de Cafarnaúm pudo celebrar su curación con aquellos amigos que le querían de verdad. Quizá sea bueno imaginar la fiesta que debió celebrar el ex-paralítico con sus amigos; no es insentato pensar que hubo un cierto baile, según el modo al que tan dados eran los israelitas.

Buena cosa sería que los cristianos usasemos la amistad sincera para acercar a Jesús a tantos seres queridos que quizá tienen almas paralíticas. El sacramento de la Penitencia realizará en el alma milagros mayores que la recuperación del paralítico de Cafarnaúm, y ¿que amigo no quiere lo mejor para los que ama?.

El paralítico de la piscina de Siloé quizá tuvo que comenzar sólo, pero podemos pensar que a partir de aquel momento ayudaría a los necesitados, pues ya tenía experiencia de la soledad, y lo valioso de la ayuda de aquel desconocido que le había tratado con amor divino. Nosotros podemos hacer el propósito de ayudar a los demás. ¡Que nadie se sienta sólo!. O mejor aún ¡que todos se sientan ayudados a alcanzar las aguas de la salvación!


[352] Mt 9,2-8; Mc 2,2-12; Lc 5,17-26

[353] Jn 5,2-9

[354] Beato Josemaría Escrivá, Conversaciones n. 104

[355] Aristóteles. Ética a Nicomáco. VIII

[356] Ecclo 6,14-17

[357] 1 Pe 4,8

[358] 1 Pe 4,10

[359] Jn 13,14

[360] Jn 15,15-17

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2 comentarios

  1. Excelente enseñanza Hno.(na) realmente todos anhelamos amigos como esos en realidad la palabra de Dios se cumple cuando dice que el que encuentra un amigo encuentra un tesoro.Dios lo continué Bendiciendo Amen…

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