Clarividencia evangélica, oportunidad, generosidad y libertad

Ejemplar renuncia del papa

Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de las Casas, México

SITUACIONES

A todos nos causó sorpresa el anuncio de Benedicto XVI de renunciar a su ministerio como Sucesor de Pedro. Las reacciones han sido variadas. En vez de admirar y valorar su profunda madurez humana y cristiana, su clarividencia evangélica para decidir el momento oportuno, su generosidad espiritual al no estar aferrado a un puesto, su gran libertad para tomar decisiones tan trascendentes, y sobre todo su arraigado y sacrificado amor a la Iglesia, de inmediato se suscitan elucubraciones sobre quién podría ser elegido nuevo Papa, o sobre si hay otras razones para su renuncia. Unos que se consideran especialistas en asuntos religiosos, de inmediato expresan opiniones que nos confirman lo que ya había dicho Jesús, que quien tiene los ojos manchados, todo lo ve sucio… Unos fieles se sienten un poco desconcertados.

 

ILUMINACIÓN

Lo más indicado es analizar el texto de su renuncia: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.

Os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mí respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”.

Esta decisión no es una total sorpresa, pues hace poco más de dos años, cuando el periodista alemán Peter Seewald le preguntó al respecto, dijo: “Si el papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su servicio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar” (Libro Luz del Mundo, pág. 43).

Y el Código de Derecho Canónico, que norma la vida de la Iglesia, con toda claridad indica: “Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie” (canon 332,2).

 

COMPROMISOS

Sirva este signo profético del Papa como una invitación a no aferrarnos al ejercicio de una autoridad. Un padre de familia, a tiempo distribuya las herencias y no retenga su poder sobre los bienes que pueda dejar a los hijos. Un catequista, un servidor de la Iglesia, presente su renuncia periódicamente, para que la comunidad crezca. Un líder sindical, un gobernante, no se empecine en su cargo como si nadie más fuera capaz de ejercerlo. Los obispos presentamos al Papa nuestra renuncia, al cumplir 75 años, o cuando la salud u otras causas nos impiden presidir la diócesis. Esto es lo más sano para la Iglesia, a la que el Espíritu Santo no deja de asistir. La fe asegura que Jesús es el Supremo Pastor. Oremos por que se elija un buen sucesor y no nos impresionemos por opiniones sin fundamento real.

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