La duda de San José

 San José es el mayor de los santos después de María.

San José es el mayor de los santos después de María. Esta doctrina está hoy generalmente aceptada. León XIII, en la Encíclica Quamquam plures ([1]), escrita para declarar a San José patrono de la Iglesia universal, dice: "Como San José estuvo unido a la Santísima Virgen por el vínculo conyugal, no cabe la menor duda que se aproxima más que persona alguna a la dignidad sobreeminente por la que la Madre de Dios sobrepasa de tal manera a las naturalezas creadas … ; si, pues, Dios le dio por esposo a José, ciertamente no sólo se lo dio como ayuda en la vida, sino que también le hizo participar, por el vínculo matrimonial, en la eminente dignidad que Esta había recibido".

Juan XXIII, en el año 1962 ([2]), enseña: «San José, ilustre descendiente de David, luz de los Patriarcas, esposo de la Madre de Dios, guardián de su virginidad, padre nutricio del Hijo de Dios, vigilante defensor de Cristo, Jefe de la Sagrada Familia; fue justísimo, castísimo, prudentísimo, fortísimo, muy obediente, fidelísimo, espejo de paciencia, amante de la pobreza, modelo de obreros, honor de la vida doméstica, guardián de las vírgenes, sostén de las familias, consolación de los desgraciados, esperanza de los enfermos, patrono de los moribundos, terror de los demonios, protector de la Iglesia Santa. Nadie es tan grande después de la Virgen María».

La razón de esta preminencia está en la plenitud de gracia recibida por San José, proporcionada a su misión de padre nutricio de Jesús, puesto que fue directa e inmediatamente elegido por el mismo Dios para esta misión única en el mundo. La misión de San José, en efecto, supera el orden mismo de la gracia y linda con el orden hipostático constituido por el misterio mismo de la Encarnación.

«La Iglesia entera reconoce en San José a su protector y patrono. A lo largo de los siglos se ha hablado de él, subrayando diversos aspectos de su vida, continuamente fiel a la misión que Dios le había confiado. Por eso, desde hace muchos años, me gusta invocarle con el título entrañable: Nuestro Padre y Señor» ([3]). Las virtudes de San José señaladas por Juan XXIII son un espléndido modelo propuesto para nuestra imitación. "Nuestro Padre y Señor San José es Maestro de la vida interior.-Ponte bajo su patrocinio y sentirás la eficacia de su poder" ([4]).

La duda de san José

Parece que, después de la Anunciación, la Virgen Madre, guardó para sí el gran misterio que había acontecido en Ella, la Encarnación del Verbo. Ni había palabras para expresarlo ni parece que el Señor quisiera que lo revelara por sí misma, ni siquiera a San José. No obstante, Isabel fue informada del misterio por el Espíritu Santo, como se deduce de la escena de la Visitación. ¿Habían hablado previamente de ello María y José? ¿Acompañó José a María en la visita a Isabel? ¿Había tenido lugar ya la revelación del Ángel a José? Los textos evangélicos dejan todas las respuestas abiertas.

Las traducciones que han llegado hasta nosotros no facilitan la intelección de los sentimientos y actitudes de José: «El origen de Jesucristo fue así: Desposada su madre María con José, antes de que convivieran resultó que había concebido del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo (dikaios) y no quería denunciarla (deigmatisai), pensó repudiarla (apolusai) en secreto”.(Mt 1,19).

Es muy difícil creer que José – que era muy santo y estaba sin duda dotado del don de sabiduría, así como los demás del Espíritu Santo, más que cualquier otro salvo la Virgen Santa -, conociendo como conocía a María, se le ocurriese pensar en alguna especie de infidelidad. Lo más razonable es pensar que José recordase la profecía de Isaías sobre la virgen que había de concebir al Enmanuel. Es lo más seguro que de algún modo se diera cuenta de que un gran misterio divino había acontecido en María, aunque no sospechara quizá la divinidad del niño que la Virgen llevaba en su seno. Pero el Mesías estaba anunciado para aquellos tiempos. La duda de José no era sobre la inocencia de María, sino sobre su papel y situación en aquel misterio. En este sentido se han pronunciado una parte de los Padres y santos doctores de la Iglesia (no todos, por lo que vamos a ver a continuación).

Afortunadamente, los análisis filológicos y la más reciente exégesis bíblica parecen haber resuelto el difícil texto de Mt 1, 19, traducido de modos muy diversos, afectando, como es lógico, a la comprensión en diversos sentidos de la actitud de José ante el misterio de la concepción de Jesús. Mt 1, 19 contiene tres palabras de difícil traducción:

1) dikaios

2) deigmatizô

3) apoluô

Vistas las diversas interpretaciones nos parece la más sólida y congruente la que se resume seguidamente.

1 ) Hoy está claro que dikaios se traduce por “justo”

-No en el sentido de ser simplemente riguroso observante de la Ley judía, que favorecería la interpretación según la cual José hubiera pensado que su esposa – según la Ley – había de ser denunciada y lapidada.

-Tampoco es exacto traducir dikaios simplemente por “bueno” o “de buen corazón”. Como José era “de buen corazón” decidiría “repudiar” (apolusai) en secreto a María, para evitar la lapidación que mandaba la Ley. Esta no puede ser buena traducción puesto que dikaios nunca ha significada “bueno” o “persona de buen corazón”; el griego dispone de otros términos para expresar ese sentido ([5] ).

-Lo más razonable es traducir dikaios por “justo” en el sentido de un respeto total por la voluntad de Dios y por su acción en nuestra existencia. Se puede resumir así: «En el lenguaje hebreo, justo quiere decir piadoso, servidor irreprochable de Dios, cumplidor de la voluntad divina; otras veces significa bueno y caritativo con el prójimo. En una palabra, el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres ([6])

2 ) El verbo deigmatizô es muy raro en griego y quizá por eso se ha traducido e interpretado de formas muy diversas. Es más usual el verbo compuesto – no sinónimo de aquél – paradeigmatizô, que tiene el sentido peyorativo de “exponer a la afrenta”, “exponer las injurias”. Pero esta resonancia negativa no se incluye necesariamente en el verbo sencillo (deigmatizô). Éste puede significar simplemente “dar a conocer”, “sacar a luz”, “revelar”, “hacer visible”, “manifestar” sin resonancia negativa alguna. Será negativa o no según lo que se “saque a relucir”. Lo que se “revela” puede ser bueno o malo, edificante o vergonzoso.

3) El verbo “luô”, del que deriva el término “apoluô”, utilizado en Mt 1, 19, puede significar “despedir”, y especialmente se dice en el sentido de “deshacer, romper el vínculo del matrimonio”. Por eso, según ciertos autores, podría significar “repudiar”, “divorciar”. Pero también puede significar simplemente “dejar libre”, “dejar ir”.

En consecuencia, puede ser perfectamente correcta la traducción:

«José, su esposo, como fuese justo y no quisiese revelar (el misterio de María), resolvió separarse de ella secretamente»[7]

Es muy congruente esta interpretación técnicamente irreprochable, puesto que siendo José santo, era prudente. No se le ocurrió acusar de delito alguna a su esposa, ni tampoco “repudiarla”. El divorcio era un acto público, ante testigos, y aquí el verbo va acompañado por el adverbio “secretamente”. No tendría mucho sentido. Lo que decide en conciencia es lo más costoso para él: “abandonarla”, “separarse” de Ella secretamente.

Queda explicar por qué. La respuesta se encuentra en la línea de aquellos Padres de los que se hace eco Santo Tomás de Aquino: «José quiso abandonar a María no porque tuviese ninguna sospecha sobre ella, sino porque, debido a su humildad, temía vivir unido a tanta santidad; por eso después le dijo el ángel: no temas» [8]

Es muy comprensible que José, ante la inmensidad del misterio de la maternidad virginal de María, pensase que él había errado el camino al desposarse con la Virgen anunciada por los profetas. La única salida, aunque durísima para él, era la “secreta”. De este modo, Dios podría llevar a cabo los planes sobre María sin el “estorbo” que José erróneamente se consideraba.

El Ángel no sólo le confirma que lo sucedido en su Esposa es obra divina, sino que le comunica que él tiene también una misión en el misterio: poner el nombre a Jesús, lo cual significa, en el modo de hablar bíblico, que iba a ser el padre de Jesús según la ley.

La paternidad de san José

Ahora bien, ¿la paternidad de José fue meramente legal? Evidentemente fue mucho más que “legal”, “putativa” o “adoptiva”. Juan Pablo II dice que en José «se reflejó más plenamente que en todos los padres terrenos la paternidad de Dios mismo» ([9]). Con sobria y densa elocuencia, nos lo había presentado san Mateo al decir: «José, esposo de María, de la cual nació Cristo» (Mt 1, 16) «Virum praedestinatum Maríae», dice San Ireneo [10]. Es el mismo Padre Dios quien elige para su Unigénito un padre humano virgen. José, obviamente, no es padre como la Virgen es Madre. Pero lo es en un sentido muy real y profundo, espiritual. «¿Cómo era padre José? – se pregunta San Agustín -. Tanto más profundamente padre, cuanto más casta fue su paternidad» Y añade: «A José no sólo se le debe el nombre de padre, sino que se le debe más que a otro alguno» ([11]).

Salvada la virginidad, el Padre Dios otorga a José todo lo que constituye a un hombre como padre: la cabeza y la responsabilidad, pero ante todo, lo que le da el Creador de los corazones (Qui finxit singilatim corda eorum ([12])> es un corazón a la medida del Hijo de Dios y de su Madre María ([13]).

En el Evangelio José aparece siempre como padre y cabeza de la Sagrada Familia. Impone el nombre a Jesús, recibe las órdenes del Ángel. «Veneramos a José – dice Juan Pablo II -, que construyó la casa familiar en la tierra al Verbo Eterno, así como María le había dado el cuerpo humano. ‘El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros’» ([14]). Al extremo que el Unigénito del Padre “le estaba sujeto”.

Prerrogativas de san José

José ha sido llamado por los clásicos castellanos “criador del Creador”, “providencia de la Providencia”, “Cuna que a Dios mece”, “Brasero de amor que le calienta”, “Cama blanda donde se adormece”, “Árbol donde Dios se arrima y regocija”, “Árbol que con su buena sombra a Dios cobija”, “Redemptor de Jesús, liberador y salvador” (recordemos la huida a Egipto), “Descanso de Jesús y María”, “Dulce refrigerio de Jesús y María”, “Ángel de la guarda (de Jesús y María)”, “Don de Dios”, “Viceparáclito”…

Valga como resumen intuitivo de la dignidad de José (solo superada por la Madre de Dios) este párrafo de un autor espiritual: “Los reyes de la tierra han de inclinarse en su presencia porque él es más rey que todos ellos, puesto que gobierna al Rey de los reyes, rige la Sagrada Familia y manda al Rey del mundo. ¡Qué grande es el reino interior de Nazaret! Tiene algo de infinito (…) Rigiendo a Jesús, rige en cierto modo toda la naturaleza creada, resumida en la humanidad de Nuestro Señor (…) Es, realmente, una maravilla que José reine sobre unos seres tan superiores como Jesús y María, quienes le aventajan respectivamente según un grado infinito y según un grado que no se puede concebir. Reverenciemos las maravillas del buen Dios y no olvidemos que, habiendo sido José tan honrado por Dios, es de razón que nosotros le rindamos también un alto tributo de honor” ([15])

La institución de una fiesta litúrgica específicamente dedicada a San José acontece en 1476, por Sixto IV; Inocencio VIII (1486) la eleva a mayor categoría. Gregorio XV, en 1621 la declara obligatoria para todo el orbe católico. En 1870, el Concilio Vaticano I, se plantea la proclamación de San José como «primero y principal patrono de la Iglesia universal»; el documento no puede ser firmado. Pío IX, el Papa que había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción, reconoce el título el 8 de diciembre de 1871.

Juan Pablo II ha dedicado a San José una Exhortación Apostólica, Redemptoris custos ([16]), en la que recoge la tradición patrística y teológica sobre San José, abriendo horizontes de estudio y meditación sobre la figura de este santo, que está, en la escala que baja del Cielo, inmediato a María, por encima de los Ángeles.


[1] LEON XIII, Encíclica Quamquam plures, del año 1899.

[2] JUAN XXIII, Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos del año 1962, por el que se incluía el nombre de San José en el Canon de la Misa.

[3] BEATO JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n. 39

[4] Camino, 560

[5] Cfr. IGNACIO DE LA POTTERIE, María en el misterio de la Alianza, BAC, Madrid 1993, pp 70-71.

[6] Es Cristo que pasa, 40

[7] IGNACIO DE LA POTTERIE, María en el misterio de la Alianza, BAC, Madrid 1993, p. 69.

[8] SANTO TOMAS DE AQUINO, In IV Sent. 30, 2, 2.

[9] JUAN PABLO II, Homilía al pueblo de Terni (19-lII-1981).

[10] «La existencia de un verdadero matrimonio entre la Santísima Virgen y San José viene afirmada por el Magisterio de la Iglesia. El papa León Xlll enseñaba: «Pero sin embargo, ya que medió un vínculo matrimonial de San José con la Santísima Virgen… Ahora bien, si Dios le dió un esposo a la Virgen, no fue sólo para darle una compañera en su vida, testigo de su virginidad, y defensora de su honestidad, sino también para hacerlo participe de su excelsa dignidad en virtud del compromiso conyugal), (Encíclica Quamquam pluries, 15-VIII-1889, ASS 22,66). Este magisterio se apoya principalmente en el pasaje evangélico en que María es presentada como esposa y José es llamado su esposo (Mt 1,16-20). Por su parte los santos Padres, al referirse al matrimonio entre María y José, ponen de relieve la providencia y sabiduría divinas al disponer que Jesucristo naciera virginalmente de una Madre desposada» Javier Ibáñez – Fernando Mendoza, María, Madre del Redentor, pp. 4O-52). Juan Pablo II, en Redemptoris custos, 7, indica el fundamento de la paternidad de José en el verdadero matrimonio con María. Respecto a éste, ver RC, 8 y 18

[11] SAN AGUSTIN, Sermo 51, 20. Los Padres que han tratado con mayor profundidad teológica a San José son san Agustín, san Hilario, san Jorónimo, san Cirilo, san Juan crisóstomo, san Juan Damasceno y san Bernardo.

[12] Salmo 32, 15.

[13] JUAN PABLO II, RC, 8

[14] JUAN PABLO II, Homilía al pueblo de Terni (19-lII-1981).

[15] R. BERINGUER, San José, Barcelona 1932, p. 2.

[16] JUAN PABLO II, Exhor. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989.

Texto íntegro del capítulo VIII del libro de Antonio Orozco, Madre de Dios y Madre nuestra. Introducción a la Mariología, Ediciones Rialp, Madrid, 1ª edición 1996

(6ª edición, año 2000). En Venezuela, Ediciones Vértice, 1997.

Traducido al inglés en Estados Unidos de América, por Scepter Publishers, 1997.

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2 comentarios

  1. en san jose se cumple la promesa que Dios le da al rey david y que esta escrita en la biblia por lo tanto san jose es la descendencia de reyes en la que niestro señor Jesucristo nacio. Ojala todos pudieramos entender eso. Dios bendiga a todos los de esta pagina que contribuyen emgran manera a la evangelizacion gracias por todo.

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