San Jerónimo Emiliano(1486-1537)
Noble veneciano que luego de estar en la cárcel se convirtió de una vida mundana y, desde entonces, consagró su vida a los indigentes, especialmente a los enfermos y a los huérfanos. Junto con unos compañeros que se le unieron, fundó en Somasca la Sociedad de los Servidores de los Pobres, (Padres somascos). Murió de peste, atendiendo a los enfermos. El Papa Pío XI lo declara Patrono de los niños huérfanos.
Beata Jacqueline
La encantadora y virtuosa mujer a la que san Francisco llamaba “hermana Jacqueline” se había casado con Graciano Frangipani, señor de San Marino, que pronto la dejó viuda con dos niños. Recibía al Poverello en su palacio romano del monte Palatino y le confeccionaba unas natillas de almendras que hacían las delicias del gran santo. Éste le regaló, cuenta san Buenaventura, un cordero que la seguía hasta la iglesia, se quedaba a su lado mientras rezaba y la acompañaba de vuelta a su casa. Si por la mañana tardaba en levantarse, se acercaba a acariciarla con su cabeza y a balarle suavemente en la oreja.
La víspera de su muerte, san Francisco dictó una carta para Jacqueline: “Querida amiga, te hago saber que el final de mi vida está cercano, según Cristo bendito me ha permitido conocer. Ponte en camino si quieres verme otra vez. Trae contigo una sábana de tela áspera para amortajar mi cuerpo y lo necesario para la sepultura. Trae también, te lo suplico, esa cosa rica que me dabas de comer cuando estaba enfermo en Roma…” En ese instante del dictado se escucho el ruido de una cabalgadura. Era Jacqueline que llegaba seguida de sus dos hijos. Dios le había inspirado en la oración que partiese para Asís a toda prisa. Llevaba todo lo necesario para sepultar a su amigo: un velo para cubrir su rostro, la almohada donde reposaría su cabeza en el ataúd, la sábana de tela áspera que cubriría su cuerpo y la cera suficiente para los funerales. También traía esa natilla que le encantaba, murió Francisco sin probarla, y fue Bernardo de Quintaville, su “primogénito en Cristo” quien, por deseo suyo, se la tomó.
Jacqueline pasó sus últimos años en Umbría, para así estar cerca de los que habían conocido a san Francisco. Fue inhumada no lejos de él en la gran basílica de Asís.
* «Todo el que recibe a un niño en mi nombre me recibe a Mí” (Mt. 25,40).