San Raimundo De Peñafort, presbítero (1175-1275)
Vivió entre sabios y santos. Tuvo la dicha de estar rodeado de hombres tan santos como San Alberto Magno, que fue su profesor y San Pedro Nolasco el que dirigió su conciencia.
Nació por el año de 1180, en Cataluña. Hechos sus estudios en su pueblo, marchó a Barcelona para graduarse en Leyes. A la vez que aprendía, enseñaba la moral y las virtudes a los demás. Marchó a Bolonia para ampliar sus estudios y se dedicó de lleno al estudio de las leyes en las que será un gran maestro. Posteriormente, el Obispo de Barcelona le pidió ayuda para dirigir y corregir los defectos de su Diócesis. Pronto su fama se extendió como en Bolonia. Todos acudían a él con sus dificultades y a todas partes llegaba su acción iluminadora y caritativa.
A sus 47 años, un día le dice al Padre Provincial: «Padre, deme por favor una buena penitencia por mis muchos pecados, sobre todo por los que cometí en Bolonia por mi soberbia». Y el P. Provincial le impuso el escribir una SUMA sobre Teología moral que aún hoy es una maravilla de precisión y seguridad y que tantos juristas durante siglos se aprovecharon de ella.
Fundó junto con San Pedro Nolasco y el rey Jaime I la Orden de la Merced para redimir a los cautivos que tanto abundaban en aquella época. Cada uno tuvo una gran misión en el nacimiento y desarrollo de esta Orden. Raymundo, a pesar de huir de puestos honoríficos, fue encargado por los reyes y Papas de grandes misiones y embajadas y en todas salió airoso y con gran fruto. Fue elegido Superior General de su Orden en la que tanto y tan bien trabajó…
Recorrió varias naciones y países para predicar, con ardiente caridad, la fe en Jesucristo a judíos y moros… San Raymundo fue el consejero de miles de personas y gran director de conciencias. Ya centenario murió el 6 de enero de 1275.
San Carlos de Sezze (1613-1670)
El pastorcito Gian Carlo, que vivía en el pueblecito de Sezze, al sur de Roma, logró su única ambición: convertirse en lego franciscano. En el monasterio de San Pietro in Montorio no pasó de las actividades más modestas: cuidar enfermos, hacer de sacristán, pedir limosna. Incluso dentro de su orden era un don nadie, pero resulta que hacía estupendos milagros, como si Dios se complaciese en no respetar el escalafón de las dignidades eclesiásticas.
Durante una misa, al elevarse la Hostia de ella partió un rayo luminoso que le hirió en el pecho hasta penetrar en su corazón (que se conserva incorrupto y con la señal de la cruz). A pesar de tener muy pocos estudios, escribió libros admirables de profundidad mística, como «Las grandezas de la misericordia de Dios».
El papa Juan XXII le canonizó en 1959, honrando en nombre de la Iglesia la singularidad del más humilde de los ideales vividos como una entrega anónima y alegre.
* Pidamos su intercesión por los abogados y los confesores.