San Pablo Miki y compañeros, mártires (+ 1597)
Una de las más violentas persecuciones que soportaron los cristianos de Japón, ha sido la de Taicosama. En 1587 este emperador dictó un decreto suprimiendo a los jesuitas de sus estados. No sólo ninguno de ellos se fue sino
que, -seis años más tarde- les llegó un refuerzo de quince franciscanos que habían entrado subrepticiamente al país. Exasperado por ese doble desafío, Taicosama ordenó arrestar a todos los misioneros que se encontraran, así
como a sus colaboradores, y darles muerte. Se descubrieron veinticuatro. Primeramente fueron paseados, -durante semanas-, de pueblo en pueblo, sobre carretas, para intimidar al pueblo, y para que aquéllos que lo quisiesen pudiesen ultrajarlos. Después fueron conducidos a Nagasaki, en donde fueron crucificados de cara al mar, sobre una colina.
Había entre ellos tres jesuitas, seis franciscanos y quince terciarios laicos de San Francisco. Los jesuitas, encabezados por Pablo Miki, eran indígenas, al igual que los terciarios; exceptuando a uno, los franciscanos eran españoles.
Ninguno de los jesuitas era sacerdote; tres de los franciscanos lo eran, entre ellos Pedro Bautista, su superior, la mayor personalidad del grupo, a quien se le consideraba un santo. Fue él el último en ser crucificado.
San Amando (584-679)
Uno de los más grandes misioneros de la época merovingia en Francia. Este obispo itinerante ejerció su celo apostólico en el norte de Francia y en Bélgica, en donde fue molido a palos y echado al río por los mismo a quienes quería convertir. Esperó ser nonagenario para descansar. Se retiró entonces a Elnon, una de las abadías fundadas por él, donde murió cinco años más tarde.
San Gastón (+540)
Ocupó durante cuarenta años la sede episcopal de Arras, Francia hasta su muerte. Su biógrafo cuenta que, tras la victoria de Tolbiac, el rey franco Clodoveo buscaba un sacerdote que le instruyera rápidamente en las verdades de la fe para bautizarse. Gastón fue designado para acompañarle a Reims antes de su bautismo. El rey quedó tan satisfecho con su catequista que lo recomendó a san Remigio, el cual lo nombró obispo de Arras.
* Buen ejemplo de fortaleza, que nos anima a dar la vida, si hace falta, por defender nuestra fe.