La Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor
Así contaba el breviario, hasta la última reforma litúrgica, la historia de esta festividad:
En tiempos del Papa Liberio, a mediados del siglo IV, vivía en Roma una familia noble y muy rica. Tan rica que, por más limosnas que, como cristianos ejemplares entregaban a los pobres, no se agotaban nunca. Cierto día los dos esposos acudieron a la Virgen María, suplicándole que les inspirase el modo más del agrado suyo y de su Hijo, de hacer uso de sus riquezas. La Virgen vino en ayuda de Juan Patricio y su esposa mientras dormían. En sueños, y por separado, se les manifestó la Virgen María indicándoles que era su deseo que levantasen un templo en su honor en el lugar que Ella les indicase. Debían edificarlo sobre el Monte Esquilino y en aquella parte donde apareciera todo nevado. Los dos esposos se dirigieron al Papa Liberio, para contarle la visión.
El Papa había tenido también la misma visión que ellos. El Sumo Pontífice organiza una Procesión y todos se dirigen cantando himnos al Señor y a su Madre la Virgen María hacia el lugar indicado. Al llegar allí todos quedan admirados al contemplar aquellas maravillas. Aparecía un gran trozo de monte acotado por la nieve fresca y blanquísima. El pueblo canta de alegría y allí, en el corazón de Roma, levantan una magnífica Basílica en honor de Santa María, que dedicarían cuatro años después. Así surge la advocación de Nuestra Señora de Las Nieves, Santa María del Pesebre o Santa María la Mayor, Basílica Liberiana, etc., como se le llama.
La leyenda de este relato no aparece hasta muy tarde. Lo cierto es que ha influido en la verdadera historia y ha hecho de esta magna Basílica una de las cuatro Mayores de Roma y una de las más bellas y más visitadas de la cristiandad. La devoción del pueblo romano a la Virgen está fomentada, sobre todo, por este suntuoso templo dedicado a la Madre de Dios y en donde se conserva la parte mayor de la Cuna de Belén y, en Nochebuena, suele celebrar la Eucaristía en esta Basílica el Papa, que es a la vez el Obispo de Roma. Está considerada como la Iglesia más antigua en Occidente, dedicada a la Virgen María.
San Abel (+750)
Nació en Escocia y pasó parte de su vida como misionero en Lobbes, Bélgica. Fue nombrado obispo de Reims.
San Abel obispo de Reims y apóstol de los Países Bajos, oriundo de Irlanda o Escocia, fue encargado por San Bonifacio para evangelizar algunas regiones del centro de Europa que aún permanecían en el paganismo. Tuvo que luchar duramente para superar la crisis y las disensiones en que había dejado la diócesis de Eims su predecesor Milón. Amenazado por los simoníacos, tuvo que retirarse al monasterio de Lobbes, donde siguió siendo un ejemplo de caridad y de austeridad. Los monjes, deseosos de estar bajo su magisterio espiritual, lo eligieron abad. Los que llevan este nombre pueden optar por el 28 de diciembre o el 5 de agosto para celebrar su onomástica.
Santa Afra (+304)
Fue prostituta en Augsburgo, Alemania, donde fue catequizada y convertida al cristianismo. Cuando la conminaron a que realizara sacrificios a los dioses paganos, dijo: “Mis pecados son demasiados para que los siga aumentando: mi martirio me servirá de bautismo. ¡Dios sea loado al darme una gracia semejante”. La arrojaron a una hoguera donde murió abrasada.
San Osvaldo (siglo VII)
Fue rey de Northumbria, Inglaterra. Pidió a san Aidan que evangelizara su reino y les construyó a él y a sus monjes un monasterio en la isla de Lindisfar. Tanto fue el interés del rey, que mientras los misioneros aprendían la lengua del país, les servía de intérprete. Fue un rey ejemplar. Murió en el curso de una guerra con su vecino pagano Penda, rey de Mercia.