Santoral 25 de febrero | Beato Sebastián de Aparicio, San Avertano y el Beato Romeo, San Etelberto y Santa Jacinta

Beato Sebastián de Aparicio (1502-1600) 

Nació en Galicia, España. En 1533 decide ir a Nueva España, fijando su residencia en Puebla, donde se dedicó a la agricultura y al comercio. A los 70 años de edad cedió todos sus bienes, que eran considerables, a unas religiosas y se hizo religioso franciscano. Sus restos se veneran en el templo de San Francisco, Puebla, México. 

San Avertano y el Beato Romeo (+1380)

Solo se sabe a ciencia cierta de estos dos monjes carmelitas que llegaron al hospital de Lucca, en Italia,  enfermos de la peste negra.  Avertano era sacerdote y Romeo hermano converso.  Pronto murieron ambos y se les hicieron unos espléndidos funerales pues su fama de santidad los había precedido.  Pronto fueron veneradas sus reliquias y los dos amigos llevados a los altares.

San Etelberto (560-616)

Etelberto era rey de Kent, en el extremo sudoriental de Inglaterra, y recibió a san Agustín de Canterbury y a sus monjes en el 597, fecha probable de su conversión, en la que sin duda influyó su esposa Berta, ya cristiana, princesa franca hija de Cariberto, rey de París.

A diferencia de lo que solía ocurrir en estos casos, no obligó a sus súbditos a abrazar el cristianismo, pero este monarca, muy influyente en el sur de esta isla, hizo construir la catedral de San Andrés en Rochester y contribuyó a la conversión de Saberto, rey de los sajo-nes del este, en cuyo territorio hizo levantar la primitiva catedral de San Pablo en Londres. 

Santa Jacinta (+1640)

Jacinta es una santa que tuvo dos conversiones en su vida:  de ser una mujer frívola y mundana, se convirtió en monja, y  de una vida de relajación y poco fervor en el convento a una vida de gran santidad.

La segunda conversión fue el resultado de una grave enfermedad que sufrió a los 30 años de edad, cuando se sintió a las puertas del sepulcro. Ofreció a Dios sus dolores para que le perdonara y mandó llamar a un sacerdote.  Este franciscano era muy estricto y al llegar a su celda y verla llena de lujos y adornos le dijo que no estaba viviendo como religiosa franciscana. 

Jacinta renunció a todos sus caprichos y de ahí en adelante vivió como la más pobre y humilde de las hermanas, haciendo grandes penitencias por sus pecados.  

Fue maestra de novicias, con las que era muy bondadosa y comprensiva. Fundó dos asociaciones  piadosas:  la Compañía de Penitentes y los Oblatos de María.  Estas personas se dedicaban a visitar enfermos, a instruir niños en la religión y a desagraviar a Dios por las ofensas que se le hacen.  La santa propagó mucho la costumbre de las 40 horas de adoración al Santísimo Sacramento.

El Señor le concedió el don de conmover los corazones, aun los más duros y empedernidos, consiguiendo así muchas conversiones. 

* Buen ejemplo de lo que debe ser la generosidad de los bienes.

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