San Policarpo, obispo y mártir (+ 155)
Si quisiéramos resumir la vida de este hombre, de este gran Obispo, habría que hacerlo en una sola palabra: AMOR.
Amó y supo enseñar el amor único y verdadero. Todo lo demás debía, -decía él- ser colocado al servicio de este Amor… Todos sabían de la gran bondad y tierno corazón de Policarpo. El fue duro consigo mismo, pero muy suave y dulce para con los demás. De sus labios brotaron palabras de amor y cariño y no sólo palabras, sino hechos maravillosos a favor de los pobres y enfermos. A todos atendía con caridad sin igual y como si del mismo Maestro se tratara. A veces hasta los niños quedaban extasiados escuchando sus ardorosas palabras. Uno de estos niños que no perdía palabra de cuanto oía a este anciano venerable, se llamaba Irineo, quien llegaría a ser Obispo de Lyon y un gran Padre de la Iglesia.
Durante la persecución de los cristianos es apresado y aquellos hombres embravecidos quieren atarle para arrojarle a las llamas. El pide que no lo atendiciendo: «AQUÉL QUE ME HA DADO LA VOLUNTAD DE SUFRIR, ME DARÁ LA FUERZA».
Antes de expirar, Policarpo, con gran asombro de todos los presentes, exclama con valentía: «Dios de los ángeles, os doy gracias porque es un gran honor para mí, poder acercar mis labios al cáliz que bebió Jesucristo, tu Hijo». Y aquel 22 de febrero del año 155, expiraba santamente este «Padre de los cristianos y Príncipe del Asia».
* Pidamos a Dios la más importante de todas sus gracias: la perseverancia final y una muerte santa.