San Matías, Apóstol (+ 64)
Siguió a Jesús «desde que éste fue bautizado hasta su ascensión». Por este motivo, cuando Judas desertó y hubo necesidad de completar el número de los doce apóstoles, Pedro lo propuso para que se uniera al grupo apostólico y «se convirtiera en testigo de la resurrección» del Señor. Hoy recordamos lo maravilloso que es seguir a Jesús y la fidelidad que se debe a la vocación.
San Pacomio (Siglo III)
Nació en la Tebaida, Egipto. Siendo monje, le llamaba tanto la caridad de los cristianos que quiso conocer su religión. Un sacerdote lo instruyó sobre el Evangelio y le bautizó. Se hizo discípulo de un santo ermitaño llamado Palamón y vivió junto a él siete años. Siguiendo una moción interior, se dedicó a fundar cenobios de anacoretas, que una vez agrupados en comunidades podrían consagrar su alma a Dios, libres de ataduras materiales.
Después de varias desilusiones, pudo juntar un número cada vez más numeroso de hombres que sí deseaban santificarse en común. La comunidad llegó a contar con más de un millar, y los otro ocho monasterios fundados por Pacomio en la Tebaida también tenían varios centenares de monjes. La regla que redactó para ellos era tan sabia y revelaba tal conocimiento del corazón humano que inspiró a todas las que se elaboraron después. Poco antes de su muerte, San Antonio el Grande decía de él que era el alma más santa que había llegado a conocer.
San Miguel Garicoïts (1797-1863)
Vasco de origen, Miguel nació, vivió y murió en la diócesis de Bayona, Francia, y se le considera émulo en santidad de su contemporáneo el cura de Ars. Había sido sirviente en casa de un sacerdote y después con el obispo de Bayona, su principal ocupación era pasear al perrito de un anciano canónigo. Ordenado sacerdote en 1832, profesor del seminario mayor y director de escuela, fundó hacia 1832 la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Betharram, dedicada al apostolado. Esta institución se ha encargado, desde hace más de medio siglo, de dar formación al clero del patriarcado latino de Jerusalén. En 1983, había tres obispos y ochenta sacerdotes.
Santa Aglae y San Bonifacio (siglo IV)
Aglae era una matrona romana que tenía por amante, según se decía, a un tal Bonifacio, que era su administrador. Después de abrazar la fe, Aglae convirtió a Bonifacio que recibió el bautismo y se hizo un perfecto cristiano. Un día ella le manifestó su deseo de tener las reliquias de un mártir. Bonifacio prometió satisfacerla y partió hacia Oriente donde Maximino Gayo todavía perseguía a los cristianos. Bonifacio murió decapitado en Tarso, Turquía, por haber proclamado su fe en el estadio donde se daba suplicio a los cristianos. Los dos esclavos que lo acompañaban compraron su cabeza al verdugo y se la llevaron a Aglae, que la depositó en un oratorio construido por ella en la Vía Latina y a donde acudía cada día para rezarle.
San Isidoro ( Siglo III)
Fue un mártir en la isla de Chio. Se le ha venerado en regiones mediterráneas como patrono de marineros. Fue soldado en la flota de Numerio y se encargaba de distribuir la soldada a los compañeros. Por envidia lo denunciaron como cristiano. Sufrió largo interrogatorio durante el cual confesó valientemente su fe. Numero le hizo cortar la lengua antes de ordenar decapitarlo.
San Poncio (Siglo III)
Nació en Roma y se convirtió al cristianismo en tiempo del papa Ponciano. Distribuyó sus bienes entre los pobres y se refugió en Cimiez (Niza, Francia). Por su confesión de la fe cristiana fue decapitado.
* Haré el propósito de seguir los pasos de Jesús, viendo su rostro en todas las personas con las que convivo.