Santa Margarita Bourgeoy (1620-1700)
Religiosa canadiense nacida en Francia que fundó una novedosa (para esos tiempos) congregación de monjas que no hacían votos perpetuos ni vivían régimen de clausura: salían al exterior, extendiendo su celo por todos los territorios parroquiales.
Sufrió mucho por intrigas de sus propias religiosas, y los últimos siete años de su vida los dedicó totalmente a la oración.
San Arcadio (+304)
Pertenecía a distinguida familia de Mauretania- hoy Marruecos. En la persecución de Diocleciano, siendo Arcadio muy joven, sufrió el martirio de una manera muy cruel, pues primero le mostraron todos los instrumentos de tortura, y al no convencerlo, lo despedazaron a cuchilladas, pedazo a pedazo. Murió diciendo: “Los sufrimientos de esta vida no son comparables con la gloria que nos espera en el cielo”.
San Benito Biscop (628-690)
Fue un noble anglosajón que a los veintitantos años renunció al mundo para hacerse benedictino en el sur de Francia. Era apasionado de los libros, el arte y la cultura, y amaba el canto litúrgico de San Gregorio, por lo que decidió instalarse en Roma. El Papa dispuso que regresara a Gran Bretaña para consolidar la obra evangelizadora de San Agustín. Ahí fundó varios conventos procurando siempre el esplendor del culto para contribuir a la piedad de sus monjes. Pasó los tres últimos años de su vida inmovilizado por una cruel enfermedad durante la cual se mostró ejemplar y paciente.
San Ailred (1109-1167)
Nacido en Hexham, Inglaterra, Ailred era un hombre refinado que gustaba de leer a Cicerón, hasta que un día descubrió a “un maestro mejor”, es decir, hasta que entró en la corte del rey David de Escocia. Airled triunfaba en ese ambiente. Se le estimaba por su encanto y amenidad: “amaba y era amado”. Todos le creían dichoso y, “sin embargo -escribe Ailred-, una herida lacerante en el corazón me causaba tormentos indecibles. El peso de mis pecados me resultaba intolerable”. Después de romper tiernos lazos de amor, ingresó a los veintiséis años como cisterciense en Rievaulx. “Fue a partir de entonces, oh Dios mío, cuando pude disfrutar de la paz y la alegría de serviros.”
No tardó mucho en ser elegido abad y gobernó el monasterio hasta su muerte. Cuenta su biógrafo que dirigía con tal sabiduría y bondad a sus 600 monjes, que éstos respondían con fidelidad a sus requerimientos. A pesar de sus precoces enfermedades, tuvo que realizar numerosas visitas a religiosos de su Orden. “Oraba cuando los dejaba y lloraba cuando los encontraba”. No siguió leyendo a Cicerón, incapaz de pensar en nada que no fuese Nuestro Señor Jesucristo. Pero siguió escribiendo en latín. De hecho, su breve tratado sobre la amista espiritual es delicioso.
Santa Cesarina (+525)
Hermana de san Cesáreo (26 de agosto), era monja de Marsella cuando su hermano la mandó llamar desde Arlés para dirigir el convento de religiosas fundado por él.
* Haz propósito de conocer tanto de cultura religiosa y liturgia como te sea posible.