Santoral 1 de enero | Santa María: Madre de Dios, San Telémaco, San Fulgencio

Santa María: Madre de Dios

No podíamos empezar mejor el Año Cristiano que bajo la protección de María, Madre de Dios.  Y ¿cuál es el privilegio mayor de María?  Sin duda alguna la Maternidad Divina.  Y María es constituida Madre de Dios en el momento preciso de la Encarnación, cuando presta su asentimiento al plan de Dios.  La Encarnación, la Divina Maternidad, es el centro y fuente de todos los privilegios de María.  Los demás privilegios, todos, parten de esta raíz.

Efectivamente, Dios hizo a María, Inmaculada, para que pronunciase mejor el Sí de la Encarnación.  La vida de María es una repetición mantenida de este Sí.  Su presencia en la Cruz es la consumación del mismo Sí.  Y la actividad maternal de María en el cielo es prolongar su servicio a la obra de Cristo.

«La verdad sobre la maternidad divina de María, -recuerda la Encíclica «La Madre del Redentor», de Juan Pablo II-, fue confirmada solemnemente como verdad de fe de la Iglesia, con gran gozo de los cristianos, en el Concilio de Efeso el año 431.  María es la de Dios, LA THEOTOKOS, ya que por obra del Espíritu Santo concibió en su seno virginal y dió al mundo a Jesucristo, Hijo de Dios, consustancial al Padre.  Hija y madre a la vez la llama la Liturgia, «Madre de su Progenitor», y no duda en saludarla con las palabras que Dante Alighieri pone en boca de San Bernardo: «Hija De Tu Hijo».  El Vaticano II lo confirma: «Madre de Dios Hijo, y Por Tanto, Hija del Padre y Sagrario del Espíritu Santo».

De aquí le viene a María la grandeza de su dignidad.  «María por ser Madre de Dios tiene cierta dignidad infinita» (Sto. Tomás).  «La dignidad de Madre de Dios toca los linderos de la divinidad».  (San Cayetano)

Esta es María.  Constituida Madre de Dios en la Encarnación, constituida madre nuestra en el Calvario:  Tan cercana de Dios por su Divina Maternidad, y tan cercana a nosotros por su humana naturaleza.  Madre de Dios para alcanzarlo todo, Madre nuestra para concederlo todo.  María, dice Guardini en «La Madre del Señor», es el más amable y encantador misterio de nuestra fe.  La fuerte, la dulce, cuya alma es un abismo de dolor y de amor.  María es Madre de todos.

San Telémaco (+400)

Tras pasar largos años en Oriente viviendo como anacoreta, viajó a Roma.  Bajó a la arena del circo donde se estaba llevando a cabo un combate de gladiadores e intentó parar la lucha.  Se armó un buen revuelo entre la muchedumbre, frustrada por no poder asistir al sangriento espectáculo.  El suceso causó gran escándalo y el emperador Honorio I aprovechó para prohibir los combates de gladiadores en el año 405.

San Fulgencio (467-533)

Era discípulo de San Agustín y obispo de Ruspe, Túnez, desde el 507 hasta su muerte. Trasmundo, rey arriano de los vándalos, lo desterró por dos ocasiones a Cerdeña. Escribió numerosas obras que refutaban los errores arrianos, pelagianos y monofisitas.

San Odilón (siglo X)

Abad de Cluny, en Francia, del 998 al 1048.  En esa época la abadía ejercía una enorme influencia en toda Europa.  A él se debe la festividad de todos los difuntos y la idea de la “Tregua de Dios”, que consistía en la interrupción de todo acto guerrero o de bandolerismo desde la tarde del miércoles al lunes por la mañana.

 

*  Meditemos frecuentemente todo lo que hemos oído de Nuestra Madre, en una oración sosegada y tranquila. Y se irá grabando en nuestra alma ese compendio, para acudir sin vacilar a Ella, especialmente cuando no tengamos otro asidero.

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