Cada año, en la misa del Jueves santo por la mañana, o si no es posible los días anteriores, los sacerdotes renuevan sus promesas en torno al obispo.
Ellos están vinculados con Cristo para servir a los fieles cristianos. Deben, por eso, obediencia a la Iglesia y han de esforzarse por ser santos. Al acercarse el año de la fe, Benedicto XVI les ha recordado la necesidad de enseñar los fundamentos de la fe, y de desempeñar su ministerio en favor del “hombre entero”, con alegría y disponibilidad.
Configuración con Cristo
Este día el obispo pregunta a los sacerdotes: “¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él, renunciando a vosotros mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes que, por amor a Cristo, aceptasteis gozosos el día de vuestra ordenación para el servicio de la Iglesia?”.
Con esto, según el Papa, se expresan sobre todo dos cosas: el vínculo interior o configuración con Cristo y “la necesidad de una superación de nosotros mismos, una renuncia a aquello que es solamente nuestro, a la tan invocada autorrealización”. Es decir, “se pide que nosotros, que yo, no reclame mi vida para mí mismo, sino que la ponga a disposición de otro, de Cristo. Que no me pregunte: ¿Qué gano yo?, sino más bien: ¿Qué puedo dar yo por él y también por los demás? O, todavía más concretamente: ¿Cómo debe llevarse a cabo esta configuración con Cristo, que no domina, sino que sirve; que no recibe, sino que da?; ¿cómo debe realizarse en la situación a menudo dramática de la Iglesia de hoy?.
Obediencia
En segundo lugar, ha señalado Benedicto XVI cómo recientemente un grupo de sacerdotes ha publicado, en un país europeo, una llamada a la desobediencia, en nombre de la renovación de la Iglesia. Se pregunta el Papa si la desobediencia “es verdaderamente un camino para renovar la Iglesia”; si en ella se puede ver “algo de la configuración con Cristo, que es el presupuesto de toda renovación, o no es más bien sólo un afán desesperado de hacer algo, de trasformar la Iglesia según nuestros deseos y nuestras ideas?”
Y explica que, ciertamente, Cristo “ha corregido las tradiciones humanas que amenazaban con sofocar la palabra y la voluntad de Dios”. Y “lo ha hecho para despertar nuevamente la obediencia a la verdadera voluntad de Dios, a su palabra siempre válida”.
Pero de esta manera, todavía se interroga, “¿acaso no se defiende de hecho el inmovilismo, el agarrotamiento de la tradición?” Y responde que no. Especialmente se ve que no es así cuando se mira a tantas personas, concretamente sacerdotes santos, que han contribuido notablemente a la renovación de la Iglesia, precisamente desde su configuración con Cristo. “Los santos nos indican cómo funciona la renovación y cómo podemos ponernos a su servicio”, sobre todo bajo el humilde signo del grano de mostaza.
Anunciar y enseñar el mensaje de la fe
En tercer lugar subraya el Papa uno de los deberes sacerdotales: la enseñanza. Alude al “analfabetismo religioso que se difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente”. Concretamente, “los elementos fundamentales de la fe, que antes sabía cualquier niño, son cada vez menos conocidos”. Y este conocimiento es necesario porque “para vivir y amar nuestra fe, para poder amar a Dios y llegar por tanto a ser capaces de escucharlo del modo justo, debemos saber qué es lo que Dios nos ha dicho; nuestra razón y nuestro corazón han de ser interpelados por su palabra”.
La cercanía del año de la fe, con motivo de los 50 años del Concilio Vaticano II, “debe ser para nosotros una ocasión para anunciar el mensaje de la fe con un nuevo celo y con una nueva alegría”. ¿Dónde está ese mensaje? “Los textos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica son los instrumentos esenciales que nos indican de modo auténtico lo que la Iglesia cree a partir de la Palabra de Dios”. Benedicto XVI se refiere también al magisterio de Juan Pablo como fuente de orientaciones para las necesidades de nuestro tiempo.
Ahora bien, observa el Papa, no por predicar la fe de la Iglesia perdemos nuestra personalidad. Al contrario, según San Agustín: “No me pertenezco y llego a ser yo mismo precisamente por el hecho de que voy más allá de mí mismo y, mediante la superación de mí mismo, consigo insertarme en Cristo y en su cuerpo, que es la Iglesia”. A lo que se añade un motivo de credibilidad: “Si no nos anunciamos a nosotros mismos e interiormente hemos llegado a ser uno con aquél que nos ha llamado como mensajeros suyos, de manera que estamos modelados por la fe y la vivimos, entonces nuestra predicación será creíble. No hago publicidad de mí, sino que me doy a mí mismo”. Así lo hizo el Cura de Ars, llegando con su predicación al corazón de la gente.
Servir al «hombre entero»
Finalmente Benedicto XVI evoca la expresión “celo por las almas” que hoy se usa poco, porque a algunos les parece que expresa un falso dualismo entre el cuerpo y el alma. Evidentemente, replica, el hombre es una unidad, destinada a la eternidad en cuerpo y alma. “Pero esto no puede significar que ya no tengamos alma, un principio constitutivo que garantiza la unidad del hombre en su vida y más allá de su muerte terrena”.
Y explica algo que considera necesario aclarar hoy: “Como sacerdotes, nos preocupamos naturalmente por el hombre entero, también por sus necesidades físicas: de los hambrientos, los enfermos, los sin techo. Pero no sólo nos preocupamos de su cuerpo, sino también precisamente de las necesidades del alma del hombre: de las personas que sufren por la violación de un derecho o por un amor destruido; de las personas que se encuentran en la oscuridad respecto a la verdad; que sufren por la ausencia de verdad y de amor. Nos preocupamos por la salvación de los hombres en cuerpo y alma”. Esto es lo que, en cuanto sacerdotes de Jesucristo, hacemos con celo (que significa, según el diccionario del castellano: cuidado, diligencia y esmero que se pone en una tarea)
Concluye el Papa enlazando con los argumentos anteriores: “Por eso no podemos dar la sensación de que “cumplimos concienzudamente nuestro horario de trabajo, pero que antes y después sólo nos pertenecemos a nosotros mismos”. El sacerdote, insiste, no se pertenece a sí mismo: pertenece a Cristo y por eso está para servir, con alegría y celo, a la verdad y al amor.
Es esta una llamada a la fidelidad renovada y creativa, al compromiso humilde y entusiasta en la tarea ministerial al servicio de todos.
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