Con este título no se quiere indicar sólo una pedagogía caracterizada por la caridad o encaminada a la caridad; sino que la caridad misma tiene una importante función pedagógica, que nada puede sustituir. Por eso la educación en la fe requiere de la caridad, para ser una fe viva y operativa, como ya decía San Pablo: “la fe actúa por la caridad” (Ga 5, 6).
El amor lleva a escuchar, observar y discernir
Benedicto XVI lo ha subrayado en un discurso con motivo del 40 aniversario de Caritas italiana (24-XI-2011). Ha dicho algo que vale para todo cristiano, puesto que es lo característico del cristiano: “Cada uno (…) está llamado a dar su contribución para que el amor con el que Dios nos ama desde siempre y para siempre se convierta en actividad de la vida, en fuerza de servicio y en conciencia de responsabilidad”. Pues realmente el “amor de Cristo nos apremia” (2 Co 5,14), Y esto, aunque el camino se haga cuesta arriba, y el esfuerzo parezca no dar resultados.
La caridad debe llevar a escuchar: “Ciertamente, escuchar para conocer, pero también para hacerse prójimo, para sostener a las comunidades cristianas en la ayuda a quien necesita sentir el calor de Dios a través de las manos abiertas y disponibles de los discípulos de Jesús”. Por eso lleva también a observar, a ser “capaces de comprender y hacer comprender, de anticipar y prevenir, de sostener y proponer soluciones en la línea segura del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia”.
Cierto. Esta pedagogía de la caridad, que enseña a escuchar y atender las necesidades de los demás, se hace hoy más urgente. Implica que las comunidades cristianas (la Iglesia como tal, a nivel universal o local, o las familias cristianas, las parroquias o las escuelas, los asociaciones y estructuras pastorales de la Iglesia) se planteen continuamente (el Papa habla aquí de “discernimiento”) las necesidades que surgen por todas partes.
Así lo dice el Papa: “El individualismo de nuestros días, la presunta suficiencia de la técnica, el relativismo que influye en todos, exigen suscitar en personas y comunidades formas más elevadas de escucha, capacidad de apertura de la mirada y del corazón a las necesidades y los recursos, hacia formas comunitarias de discernimiento sobre el modo de ser y de situarse en un mundo en produnda transformación”.
En efecto. Y esto no es exclusivo de Caritas, institución que tiene en el mundo entero, a nivel universal y local, un merecido prestigio por su buen hacer.
La pedagogía de Jesús
De hecho Benedicto XVI invita a abrir las páginas del Evangelio para dejarse conmover por los “gestos” de Jesús: “Gestos que transmiten la Gracia, que educan en la fe y el seguimiento; gestos de curación y acogida, de misericordia y esperanza, de futuro y compasión; gestos que inician o perfeccionan una llamada a seguirlo y que desembocan en el reconocimiento del Señor como única razón del presente y del futuro”. Y esta pedagogía de Jesús, añade, es la pedagogía propia de la caridad; pues toda obra de caridad “habla de Dios, anuncia una esperanza, induce a plantearse interrogantes”.
¿En qué consiste propiamente esta pedagogía? ¿Bajo qué condiciones las obras de caridad –y en general toda la vida cristiana, pero de modo más concreto las obras de misericordia, como visitar a los enfermos, dar limosna, atender a los pobres, etc.– son “pedagógicas”?
Las condiciones: motivación interior y autenticidad del testimonio
Según el Papa, la condición para que las obras de caridad sean “pedagógicas”, no puede ser otra que la de preocuparse “sobre todo por la motivación interior que las anima, y por la calidad del testimonio que dan”. Al ser obras de la fe, expresan la misión de los cristianos, que implica la promoción humana integral: “Son acciones pedagógicas, porque ayudan a los más pobres a crecer en su dignidad, a las comunidades cristianas a caminar en el seguimiento de Cristo, a la sociedad civil a asumir conscientemente sus propias obligaciones”. Y todo ello supone la justicia, para que no se dé como caridad lo que se debe como justicia.
Deduce Benedicto XVI que la caridad lleva a saber descubrir, en la vida de las personas, sus dificultades y preocupaciones, así como las oportunidades y las perspectivas. “La caridad pide apertura de la mente, amplitud de miras, intuición y previsión, y un ‘corazón que ve’” (cf. Deus caritas est, 25). Y así, “responder a las necesidades no sólo significa dar pan al hambriento, sino también dejarse interpelar por las causas por las que tiene hambre, con la mirada de Jesús, que sabía ver la realidad profunda de las personas que se acercaban a él”.
Y esto, no en general, sino teniendo en cuenta fenómenos tan concretos y actuales como las migraciones o las emergencias que provocan las calamidades naturales y las guerras; la crisis económica global, como signo de los tiempos que pide la valentía de la fraternidad; las diferencias entre Norte y Sur y las lesiones de la dignidad humana; los problemas de las familias y de los jóvenes, etc.
Acercarse a los necesitados
Este planteamiento desemboca en un principio luminoso, profunda y esencialmente cristiano: “La humanidad no sólo necesita bienhechores, sino también personas humildes y concretas que, como Jesús, sepan estar al lado de los hermanos, compartiendo algo de su sufrimiento”.
Lo que el Papa señala aquí, sirve efectivamente para todos los cristianos. Vale no sólo para el cristiano singular, sino para toda comunidad, familia e institución animada por el Evangelio. Hay que organizar de alguna manera esta “escuela de la caridad”, cuidando la motivación interior y la autenticidad del testimonio que de ahí se deriva. Y se puede hacer de formas muy distintas. Pero lo importante es caer en la cuenta, impulsarlo, enseñarlo, pasando por encima de las dificultades reales o aparentes.
La petición no puede ser más clara: “Ayudad la Iglesia a hacer visible el amor de Dios. Vivid la gratuidad y ayudad a vivirla. Recordad a todos la esencialidad del amor que se hace servicio. Acompañad a los hermanos más débiles. Animad a las comunidades cristianas. Decid al mundo la palabra del amor que viene de Dios. Buscad la caridad como síntesis de todos los carismas del Espíritu (cf. 1 Co 14, 1)”.
Concluyendo, una vez más Benedicto XVI enuncia claramente la necesidad de que los cristianos vivamos la caridad “de verdad”, pues sólo así tendrá eficacia pedagógica para llevar a otros hacia Dios. Pero esto requiere compromiso y esfuerzo para acercarse a los necesitados.
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