Cristo es el Dios que se hace víctma última para que ninguna otra ocupe de nuevo su lugar. En Cristo están todas las víctimas inocentes. Cuando reconocemos el sufrimiento del inocente en Cristo, él nos salva de la violencia.
La posmodernidad es multifacética en sus propuestas filosóficas. Hay nietzscheanos, estructuralistas, etc. pero ¿hay cristianos? ¿Cristo tiene aún algún lugar en el escenario filosófico como lo tuvo en otros tiempos? René Girard (n.1927) encuentra en Cristo una posibilidad para resolver los problemas que la violencia, su tema eje de interés, genera en el mundo. En el libro Veo a Satán caer como el relámpago, Girard habla sobre el origen sagrado de la violencia en un ámbito social y religioso. Girad compara a dos culturas en torno al origen de la violencia: la pagana y la bíblica. La primera, es cultura de mitos y en ellos establece que la víctima perseguida es siempre culpable y justificable la acción de los perseguidores. La cultura bíblica es diferente a la pagana porque en ella la víctima es inocente y tiene la razón. Sobre ellas establece esta breve y concisa comparación:
(…) en los mitos, el contagio irresistible persuade a las comunidades unánimes que sus víctimas son culpables primero y divinas en seguida. Lo divino se enraíza en la unanimidad equivocada de la persecución. En la Biblia, la confusión del victimario y lo divino da lugar a una separación absoluta. La religión judía, repito, desdiviniza a las víctimas y devictimiza lo divino. El monoteísmo es, a la vez, causa y consecuencia de esta revolución.”[1]
El desarrollo de la cultura bíblica en torno a la víctima guía hacia una solución de la violencia comunitaria, pero esta solución se hace patente hasta los Evangelios pues con la llegada de la figura de Cristo se rompe el ciclo victimario de las religiones paganas y se aclara la figura de la víctima del Antiguo Testamento. Girard establece que la inconsciencia persecutora es fundamental dentro del proceso victimario. Esta inconsciencia es la que tienen los perseguidores, que creen que la víctima es culpable. “Para que el mecanismo victimario sea eficaz (…) hace falta que el entusiasmo contagioso y el todos-contra-uno mimético escapen a la observación de los participantes” [2] Es así que “el autoengaño caracteriza el proceso satánico todo entero y es por esto que uno de los títulos del diablo es “príncipe de las tinieblas””[3]
¿Cómo rompe Cristo con el ciclo victimario? Notemos que el rompimiento del proceso victimario está ya desde el Antiguo Testamento, en donde Dios se pone de parte de las inocentes víctimas y es su defensor. Cristo rompe el ciclo victimario en estos puntos:
Primeramente, termina con la inconsciencia victimaria. En los Evangelios el Dios bueno del Antiguo Testamento, se hace víctima para eliminar de los hombres la inconsciencia victimaria. Cristo es la víctima realmente pacificadora por la que el velo de la inconsciencia cae de los ojos de los perseguidores. Cristo toma la condición de víctima inocente para que la comunidad recononozca en Él la inocencia de las otras muchas víctimas. Al respecto Girard dice: “Lejos de ser obtenido por la violencia, el triunfo de la cruz es el fruto de una renuncia tan total que la violencia puede desencadenar toda su ebriedad en Cristo, sin dudar que desencadenándose ella hace manifiesto lo que le importa disimular, sin sospechar que este desencadenamiento va a regresar contra ella (…)”[4]
Por otra parte, con su muerte y resurrección Cristo elimina el mimetismo diabólico de la violencia desmitificándolo. “Los Evangelios desmitifican el proceso victimario revelando la naturaleza puramente mimética de lo que un reconocimiento convertido en mítico tendría por divino.”[5] El diablo, dice Girard, ejerce su poder de tinieblas con el engaño de la violencia haciendo creer que Cristo es culpable de los cargos. Con su muerte y Resurrección Cristo libera a los hombres de la opresión de Satanás y de la inconsciencia victimaria asumiendo la violencia misma. Es decir, Cristo ha vencido la violencia desde adentro de ella misma. Ha vencido al diablo engañándolo con la cruz, haciéndolo creer que la Pasión sería otro acto violento mimético. Esto lo aclara Girard al decir: “El sufrimiento de la Cruz es el precio que Jesús acepta pagar para ofrecer a la humanidad esta representación verdadera del origen de la cual ella queda prisionera, y para privar a largo plazo al mecanismo victimario de su eficacidad.”[6]
Bibliografía:
GIRARD, René, Je vois Satán tomber comme l’éclair, Ed. Grasset, Barcelona, 1999.
[1] GIRARD, René, Je vois Satán tomber comme l’éclair, Ed. Grasset, Barcelona, 1999. “Singularité des Evangiless” p. 162 Todas las traducciones son mías.
[2] Ibídem. p.168
[3] Ibídem. p. 161
[4] Ibídem. “Le triomphe de la Croix” p.185
[5] Ibídem. “La singularité des Evangiles” p.175
[6] Ibídem . “Le triomphe de la Croix” p. 188