Nació en el mismo año de San Basilio, en el 329. Fue un alma contemplativa, llevada, a pesar suyo, al campo de la acción; y un hombre de estudio y poeta, que por su excelente doctrina y elocuencia mereció el apelativo de «teólogo». Proclamó abiertamente la divinidad del Espíritu Santo y trazó los primeros rasgos de la Cristología que luego se desarrollaría en el siglo V. Su apasionado discurso de despedida, cuando tuvo que abandonar a Constantinopla, de la que era obispo desde el año 381, a causa de los diversos bandos que dividían a su Iglesia, es muy famoso. En sus poemas morales decía: «todo es inestable, para que amemos las cosas estables». Gregorio se retiró a Nacianzo, en donde murió el 25 de enero del año 389 ó 390.
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