Algunos padres de familia se enorgullecen por la vocación religiosa de sus hijos. Otros, por no saber sobre la vocación y sus implicaciones no dan todo su apoyo a sus hijos. El apoyo de los padre es muy importante para alentar la vocación religiosa de un hijo. Por tanto los padres deben estar al tanto de los intereses e inquietudes que su hijo pueda tener.
Descubriendo la vocación
El descubrimiento de la vocación se puede dar en tantas circunstancias como cuantos hombres existan. Un joven de 12 años puede tener clara su vocación sacerdotal así como la puede tener un hombre de 25. El llamado de Dios se da al modo propuesto en la parábola de los trabajadores de la viña: El dueño de la viña mandó llamar a unos en la mañana. A otros los mandó llamar a medio día. A otros los llamó hasta la tarde. Todos desempeñaron una tarea semejante en tiempos diferentes y a todos se les pagó por igual. (Mt 20. 1-16)
En palabras del Papa Francisco, la vocación religiosa no es un camino elegido, sino un camino que Dios invita a algunos a seguir. Es decir, Dios tiene la primacía en la vocación, pues Él se sirve de los hombres para la difusión del Evangelio. Dios es quien propone y elige a sus servidores, aunque esto no significa que no se tenga la libertad de aceptar su llamada.
El Cardenal Bergoglio, ahora Papa Francisco, entonces Arzobispo de Buenos Aires reflexionó así sobre la llamada a la vida religiosa y la primacía de Dios en ella: «La vocación religiosa es una llamada de Dios ante un corazón que le está esperando consciente o inconscientemente.» (…) «Dios siempre primerea. Juan dice: ‘Dios nos amó primero, en esto consiste el amor, en que Dios nos amó primero.’ Para mí, toda experiencia religiosa, si no tiene esa dosis de estupor, de sorpresa, de que nos ganan de mano en el amor, en la misericordia, es fría, no nos involucra totalmente; es una experiencia distante que no nos lleva al plano trascendente.»
El descubrimiento de la vocación tienen algo de sorpresivo. En palabras del Papa Francisco, «siento algo que me inquieta y respondo: sí.» Los jóvenes pueden apreciar poco a poco esta llamada de amor para convencerse de seguir el camino que Cristo invita a seguir.
Uno de los puntos importantes de este proceso es el discernimiento. Esto es saber diferenciar el llamado de Dios de los propios intereses religiosos o profesionales. El sacerdocio y la vida religiosa no son una profesión sino una invitación a servir a los hombres para que lleguen a Dios con más facilidad. Es por esto que se debe tener presente que la vocación no es, en primera instancia, una decisión propia sino una propuesta a la que podemos responder con toda libertad.
Libertad de la vocación
No se puede responder a una llamada al servicio de Dios si no es desde la libertad. Cristo mismo dijo: «Ustedes son mis amigos» (Jn 15, 14-17); y como amigos de Cristo tenemos la libertad de responder a su llamada. Tan grande es esta libertad respetada por Dios que la vocación sería imperfecta si no se viera respondida desde la libertad individual y razonada.
Los jóvenes pueden responder con libertad luego de haber discernido su vocación. Para seguir a Cristo se debe tener en cuenta que su camino no es de privaciones y límites, sino de plenitud y gracias. Hay que saber «tomar el arado de Cristo» (Lc 9, 62)para trabajar por su reino. Naturalmente, esto conlleva sacrificios y algunas renuncias, pero al final los frutos que se obtienen son más grandes que los bienes a los que se ha renunciado.
El apoyo de los padres: dar con generosidad
El mejor apoyo que pueden dar los padres del que siente la vocación religiosa es estar dispuestos a dar con generosidad a su hijo, sabiendo que su vocación es un regalo de Dios para todos los hombres.
El posible religioso o sacerdote podría cortar su proceso de manera brusca si siente que su intenciones no son bien recibidas por su familia. Incluso, si no recibe el apoyo necesario en casa, podría buscarlo en otro lugar donde su vocación sea valorada.
La mentalidad óptima que los padres del que tiene vocación deben tomar es la de dar con generosidad. Esto significa dar al hijo que Dios ha dado para que haga el bien y fructifique entre los hombres. Con esta mentalidad se forja una aceptación entre los padres y se fortalece la actitud del joven, quien podrá ver que su vocación es bien aceptada y valorada en el seno de su familia.
(1) Conversaciones con Jorge Bergoglio, Rubín, Ambrogetti, Ed. B.S.A, 2013, p. 51
Por Gabriel Gonzáles Nares