Descubre en ellos la gracia y también su humanidad muchas veces frágil… Un iluminador escrito de Claudio de Castro
«Todos los sacerdotes somos Cristo»
San Josemaría Escrivá
-Padre -le pedí-. ¿Bendice usted nuestros alimentos?
Sonrió contento.
-Por supuesto- exclamó.
Y bendijo la comida.
-Qué sabrosa está la sopa.
-Mi esposa Vida se esmeró en prepararla para usted. No todos los días tenemos el honor de un sacerdote en casa.
Mientras comíamos aquellos deliciosos platillos, yo pensaba emocionado casi sin creérmelo:
-Tengo a Cristo en casa.
No podía creer tanta bendición.
¿Has tenido, amable lector, alguna vez la alegría de un sacerdote en tu casa?
No una visita «oficial» para ver un familiar tuyo enfermo, sino como un invitado de honor al que acompañas y atiendes y compartes su vida, y sus simpáticas historias con alegría.
Compartir la vida
A veces se sienten solos.
Es inevitable, son seres humanos. Termina la misa, todos parten a sus casa o trabajos y él se queda allí… en sus oraciones, rodeado por el silencio.
Las personas se les acercan por un breve instante.
-Padre, ¿me puede confesar?
-¿Me bendice esta medalla?
No forman parte de sus vidas. Llegan y se marchan sin intercambiar muchas palabras.
En mis escritos he contado que recibimos correspondencia de lectores de todas partes del mundo.
Me encanta cuando ustedes nos comentan cómo van sus vidas en esta maravillosa búsqueda de Dios.
La bendición sacerdotal
Voy a confesarte algo. Sé perfectamente cómo enriquece nuestras vidas la presencia de un sacerdote en tu casa. Y conozco también el valor sobrenatural, infinito, de una bendición sacerdotal.
Por eso siempre les pido cuando están en mi casa, antes de que se marchen, luego de una agradable conversación o de tomar un delicioso café: «¿Podrías bendecirnos?».
Su bendición va más allá de lo que puedes ver. Por algo el sacerdote te bendice al terminar cada Eucaristía.
«La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo».
Si lees el Catecismo de la Iglesia Católica (1078) verás que es algo extraordinario:
Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don («bene-dictio«, «eu-logia«).
Invita a un sacerdote a tu casa
Un lector me escribió contándome que vivía en un agradable y sencillo pueblo alejado de la ciudad, con una iglesia pequeña cerca del parque.
Él, su esposa y los fieles de la parroquia se turnaban para invitar el párroco a almorzar con ellos, alternando las casas al menos una vez a la semana.
Querían que sintiera calor de hogar, afecto, cariño. ¿Te animas a hacer igual en tu ciudad, pueblo, país?
¿Qué tienen los sacerdotes de especial?
Cuando era niño veía a los sacerdotes como personas diferentes a nosotros, y no estaba tan equivocado.
Los miraba a distancia con respeto y admiración. Sabía que Cristo habitaba en ellos y cuando los veía consagrar, de pronto no sabía si estaba en la tierra o en el cielo.
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