En el diario español “ La Vanguardia” se publicó una noticia que es interesante no pasar por alto, pues retrata bastante bien la sociedad en la que vivimos y trata un tema que suscita comentarios en la calle.
El titular rezaba así: “La ropa interior asoma en las aulas”. La noticia comentaba que en muchos colegios se estaban creando auténticos problemas con la moda que se ha implantado en un sector importante de los adolescentes, basada, para ellos, en pantalones muy bajos y muy anchos de los que asoma la ropa interior de marca, camisetas enormes y bambas grandes desbrochadas con los cordones metidos por los laterales, entre otros detalles.
Es una moda importada de los “skaters” y los “surfers”.
Para ellas la ropa es bastante más ajustada: pantalones muy estrechos de “pata de elefante” que se arrastran por el suelo, bajos de cadera, –con lo que se enseña la ropa interior, que suele ser de colorines- , tops o camisetas minúsculas con lo que es habitual enseñar gran parte del abdomen y zapatos de plataforma.
El artículo no dice de dónde se ha importando esta moda. En todo caso, lo que parece seguro es que tal moda no tiene su origen en ningún deporte y, por lo que se desprende del artículo, es la “estética” de ellas, y no la de ellos, la que realmente está creando más problemas.
Una vez más las chicas se quedan con la peor parte.
Continua la noticia señalando que sobre la cuestión una directora de un colegio privado de Barcelona dijo a un grupo de padres en una reunión de inicio de curso: -“Esto no es un desfile de modas. Las niñas vienen vestidas como si fueran a la playa. Enseñan todo lo enseñable e incluso más y no me tomen por pacata. Esto es un colegio. Venir al colegio se ha convertido, entre un grupo de niñas, en una especie de competición para ver quién es más atrevida y quién luce los modelitos más a la última, y eso no puede ser. O se moderan o pondremos uniforme. Eso mismo le dije a las niñas”.
Según el artículo, más de un progenitor asistente a la reunión se mostró realmente sorprendido porque su hija era una de las que “lucía palmito” en clase, y de casa salía vestida distinta. “¡Menos mal que llega el invierno!” exclamó otro padre según la noticia.
Algunos profesores también tenían algo que decir: “No piensen cosas raras, – añadió uno- , sólo imagínense el panorama de una clase con quince niñas vestidas como ustedes las ven en casa. ¡No somos de piedra!”.
Lo hasta aquí comentado nos puede tanto escandalizar (la verdad es que la vestimenta se las trae) como hacer sonreír (¡ocurrencias propias de la edad!), pero, si nos detenemos a pensar, no se trata de una cuestión tan inocente como parece a primera vista, pues tiene causas y consecuencias muchos más profundas.
Hasta cierto punto es normal que un adolescente intente provocar para llamar la atención, imite a sus compañeros o a sus cantantes favoritos o dé mucha importancia a su estética.
Es muy importante para él, ser aceptado en sus ambientes más próximos. En él se está operando un cambio físico con una rapidez que no siempre va a la par con su evolución psicológica.
Empieza a tener ideas, gustos e intereses propios que no siempre coinciden con los de sus mayores. Es la hora de empezar a decidir por él mismo.
A la vez ello le supone una perdida de seguridad y se cuestiona la autoridad paterna. Para llenar este vacío buscará nuevos referentes con los que identificarse y modelar su personalidad. Esta es una fase por la que todos hemos pasado y es necesario pasar.
Pero no nos confundamos. La adolescencia no es peligrosa. A veces las posiciones tildadas de conservadoras caen en este error. Tampoco hagamos como algunos progresistas que no se atreven a afrontar el problema por temor, quizás, a parecer conservadores.
El peligro existe y está en los referentes con los que el joven se identifique, pues será donde extraiga los valores (o anti-valores) que regirán su vida adulta.
Aquí la educación de los padres tiene una importancia fundamental. Los padres deben proponer, que no imponer, aquellos valores con los que su hijo vaya a estar más capacitado para afrontar el resto de su vida, tanto en su ámbito intelectual como espiritual y afectivo.
Para ello es necesario el dialogo, la tolerancia, la autoridad, el cariño y sobre todo mucha paciencia. Soy consciente que todo esto es muy fácil de escribir pero que en la práctica es harto complicado. De pronto solemos carecer de uno de los medios materiales más importantes para poder poner en práctica lo hasta aquí dicho, que es el tiempo. La conciliación de la vida laboral con la familiar de la que tanto se habla ahora es todo un reto.
Pero sin duda, los padres deben esforzarse en conseguir esa conciliación. Seguramente tendrán mil problemas que afrontar diariamente, pero deben de buscar el tiempo y ello sólo será posible con una buena escala de valores, lo que supone, primero, identificar cuáles son esos valores, y segundo, distinguir lo importante de lo que no lo es.
Si los padres no tienen claros los valores, tampoco los podrán transmitir a sus hijos. Y si los tienen claros pero no dedican tiempo para transmitirlos a sus hijos, ¿para qué los quieren?. ¿No se supone que sus hijos son su bien más apreciado?
Unos padres que consigan inculcar valores a sus hijos como la generosidad, la valentía, el esfuerzo, o la perseverancia, sabrán realmente cómo van vestidos sus hijos fuera de casa, y no ansiaran la llegada del invierno.
Sus hijos tendrán la suficiente seguridad y coraje para realmente decidir por sí mismos sin verse en la necesidad de imitar al “sex-symbol” de turno o la “guaperas” de la clase que muy poco o nada les aportará.
Para acabar, indicar que el artículo comenta que en Francia también tienen el mismo problema. Dice que en “la liberal escuela pública francesa hay un insólito repunte del debate sobre al vuelta la uniforme y la separación de sexos”.
Pero no nos olvidemos, el uniforme o la separación de sexos puede ser un medio más que ayude a solventar este problema, pero lo esencial es que tengamos unos valores y los sepamos inculcar a los adolescentes y, sobre todo, que vivamos todos nosotros, grandes y pequeños, en congruencia con los mismos.
Autor Elena González-Anta
Fuente: Mujer Nueva