Pedro: El hombre
Pescador y príncipe de los apóstoles, primer papa y piedra sobre la cual se edifica la Iglesia. Éste es Pedro. Esta variedad de funciones lleva a que nos preguntemos cómo era este hombre al que encargaron responsabilidades tan abrumadoras. Los evangelios lo pintan muy bien, muy real, no como ejemplo de perfección, sino como una intensa paradoja humana de atractivas virtudes y de grandes limitaciones que le confieren un perfil singular.
Enseguida se ve que Jesucristo no le eligió por ser el más inteligente o el más culto de los apóstoles; en él se advierte un corazón impetuoso y fuerte, lleno de arrebatos no siempre oportunos, menos inquebrantable de lo que hubiera sido de desear, pero con una mezcla de fe, entusiasmo y bondad que sin duda respondían al deseo del Maestro.
Si hoy se le hiciera un test psicológico nadie le admitiría para dirigir una gran empresa (la inestabilidad pone en peligro los negocios); sus antecedentes no inspiran confianza, y un partido político se guardaría mucho de convertirle en su líder; lo cual demuestra una vez más que nuestros criterios de eficacia tienen poco que ver con los de Dios. Porque aquel pescador tan magníficamente promocionado no defraudó, lo hizo muy bien . Chesterton nos ofrece como respuesta una de sus paradojas: Cuando nuestra civilización quiere catalogar una biblioteca o descubrir un sistema solar, o alguna otra fruslería de este género, recurre a sus especialistas. Pero cuando desea algo verdaderamente serio reúne a doce de las personas corrientes que encuentra a su alrededor. Esto es lo que hizo, si mal no me acuerdo, el fundador del Cristianismo.
Ninguna vocación puede explicarse por los méritos y cualidades poseídos; la vocación sólo encuentra su explicación en la sabiduría divina. Por otra parte, si observamos fríamente como realizó la tarea encomendada, vemos que lo hizo bastante bien. Es muy posible que muchos intelectuales u hombres de gestión hubiesen fracasado en la empresa; ejemplos los podemos encontrar con frecuencia a lo largo de la historia: hasta el listísimo Platón fue un político fracasado, y muchos más. Vale la pena intentar vislumbrar cómo la gracia actúa en un hombre normal, para comprobar su transformación en santo. Y con unos frutos verdaderamente extraordinarios.
Una breve biografía sacada de los datos de los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles nos sitúa en los grandes trazos de su vida. Simón Pedro era -como la mayoría de los primeros discípulos del Señor- natural de Betsaida, ciudad de Galilea, en la ribera nordeste del lago de Genesaret. Lo mismo que su padre Juan y su hermano Andrés, era pescador. Estaba casado, pues el Evangelio nos refiere cómo Jesús curó a su suegra que vivía en Cafarnaúm.
Antes de conocer a Cristo, había sido -probablemente- discípulo del Bautista, como su hermano Andrés. Fue éste quien le condujo a Jesús. Asiste al primer milagro de Jesús en las bodas de Caná. En Cafarnaúm, mientras ejercitaba su oficio de pescador, escucha las enseñanzas y presencia los milagros del Señor hasta recibir la llamada a seguirle como discípulos dejándolo todo.
Antes del Sermón del Monte es elegido como uno de los Doce. En todas las listas del nuevo Testamento aparece el primero. Junto a Santiago y Juan forma parte del grupo de los más íntimos del Señor, los únicos testigos de la resurrección de la hija de Jairo, de la Transfiguración del Señor, y de su agonía en el Huerto de los Olivos.
En muchas ocasiones Pedro se hace portavoz de los demás apóstoles: pide al Señor que le explique la parábola de la pureza de corazón; pregunta cuál será la recompensa para ellos por haberlo abandonado todo. Después del discurso eucarístico en la sinagoga de Cafarnaúm, a consecuencia del cual muchos de los discípulos abandonan al Maestro, es también Pedro quien habla en nombre de los demás apóstoles: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios» . Tiene condiciones humanas de líder, que son indicio, aunque no motivo, de su elección como primero entre los Doce.
Destaca en la vida de Pedro el episodio de Cesarea de Filipo donde Jesús le confiere el primado en la Iglesia. Pedro escucha con asombro los poderes nuevos de atar y desatar en el cielo y en la tierra, y la asistencia perpetua en el gobierno de una Iglesia invencible frente al poder de Satanás.
No desconoce Jesús la debilidad y las negaciones de Pedro: «Simón, Simón, he aquí que satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por tí para que tu fe no desfallezca tu fe; y tú cuando te conviertas, confirma en la fe a tus hermanos» , pero eso no es obstáculo para seguir confiando en él.
Tras la Ascensión del Señor, Pedro ocupa, sin discusión alguna, el primer puesto entre los apóstoles: propone y preside la elección de Matías, en sustitución del traidor Judas, estableciendo los requisitos que debe cumplir el el candidato ; pronuncia el primer discurso evangelizador al pueblo el día de Pentecostés ; obra en nombre de Jesús los primeros milagros ; toma la palabra en el Sanedrín, justificando la predicación de los apóstoles , condena a Ananías y Safira , así como a Simón el mago . Instruído en una visión del Señor, admite en la Iglesia a la primera familia pagana, la de Cornelio . El mismo San Pablo, una vez convertido, y a pesar de haber recibido el evangelio por una revelación de Jesucristo, subió alrededor del año 39 a Jerusalén, para ver a Cefas -así le suele llamar habitualmente- y permaneció con él quince días : señal clara de la veneración que San Pablo tenía hacia el elegido por el Señor como cabeza visible de la Iglesia.
También las autoridades judías se daban cuenta de la posición preeminente de San Pedro en la Iglesia primitiva, por lo que Herodes Agripa I -alrededor del año 43- mandó encarcelarlo con el propósito de matarlo. En tal ocasión «la Iglesia rogaba incesantemente por él a Dios». Liberado milagrosamente de la cárcel, «salió y partió para otro lugar». Se encaminó a Antioquía, pero no es seguro que fuera en ese momento. La tradición afirma que Pedro ocupó por un tiempo la sede antioquena. Sabemos con certeza que asistió el año 49 al concilio de Jerusalén: allí, una vez más, San Pedro desempeña una misión fundamental para la unidad de la Iglesia.
Existe la tradición comprobada de la estancia de San Pedro en Roma, ejerciendo allí el episcopado, así como de su muerte bajo el emperador Nerón. La fecha más probable de su muerte es el año 67. Según la tradición murió crucificado cabeza abajo .
Carácter de Simón Pedro
Conocemos bien el carácter de Simón Pedro, de modo que nos es posible hacer un retrato suyo bastante fiel con todas las transformaciones que se dieron al seguir a Cristo. Al principio se manifiesta sencillo, temperamental y extravertido. Ofrece, no obstante, notables contrastes: es amable e iracundo, fuerte y débil, generoso e interesado, dócil y terco, creyente e incrédulo. La espontaneidad de Pedro permite descubrir muchas facetas de su personalidad, aparentemente contrarias; pero precisamente esos contrastes marcan un perfil profundamente humano y auténtico -muy humano podemos decir-. No es la suya una biografía fabricada por seguidores benévolos. Simón es un hombre normal con un carácter bien marcado, aunque los cambios que experimentará al entrar en contacto con Jesús es más que notable: Jesús le forma puliendo su modo de ser hasta en las facetas más sencillas.
Todo hombre cambia con el tiempo, influído por las etapas de la vida y por las circunstancias exteriores. Las respuestas dadas a los diversos retos y oportunidades de la vida marcan, y muy frecuente que ante la misma situación unos sean héroes y otros villanos. La libertad es la fuente principal de la personalidad: cada uno es hijo de sí mismo; el carácter se labra poco a poco, aunque también se dan saltos, cambios bruscos y conversiones. Pero eso no anula la importancia básica del temperamento en la construcción de cada peculiar modo de ser. Todo esto es aplicable a Pedro. Por eso no conoceríamos el carácter de Simón si pensásemos que fue el mismo toda su vida. Podemos distinguir varias etapas en la vida del Apóstol: el tiempo anterior al conocimiento de Jesús; los tres años que convivió con el Señor como discípulo; y el tiempo posterior a la Ascensión de Jesucristo a los Cielos, más de treinta años. Los más conocidos son los tres años de convivencia con Jesús.
De su vida anterior podemos conocer algunos hechos que configuran su personalidad. Era pescador en un lago pequeño muy hermoso. El trabajo de la pesca, manual y especializado, forma un modo de ser bien definido: atención a lo concreto, ser poco dado a planteamientos abstractos, pocas comodidades, pesca nocturna y dormir de día, paradas en las noches de mal tiempo, inseguridad en las capturas, cuidado del material. No es equivalente al pescador de mares mayores, pero no carece de dificultades como las producidas por las repentinas tempestades producidas por los vientos de las altas montañas cercanas. Estaba casado, advirtiéndose en sus cartas un modo especial de recomendar la atención de los maridos a sus esposas; sabía por experiencia los matices de la convivencia matrimonial; no consta que tuviese hijos. Era galileo. Sus compatriotas solían ser israelitas practicantes, algo toscos en el hablar y en el obrar, nobles y valientes, no muy bien vistos por los judíos por su manera de ser demasiado espontánea. Es muy posible que estuviese en el Jordán junto a su hermano Andrés y los hermanos Juan y Santiago, hijos de su compañero de pesca Zebedeo, escuchando a Juan Bautista y que se bautizaban allí como muchos otros.
Los tres años de convivencia con Jesús son los que nos prestan más datos para conocer su carácter. Al principio no se distingue demasiado de los demás apóstoles, salvo en los detalles con que le distingue Jesús: ponerle un nombre desconocido entre los israelitas , la curación de su suegra y pedirle su barca para predicar a la multitud que se le echaba encima . Fue precisamente después de esta petición cuando realizó Jesús la primera pesca milagrosa y «cogieron gran cantidad de peces. Sus redes casi se rompían, e hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que viniesen a ayudarles. Vinieron y llenaron las dos barcas, tanto que se hundían. Al verlo, Simón Pedro se arrodilló delante de Jesús diciendo: Apártate de mí, porque soy un hombre pecador, Señor».
Un pescador no suele ser un soñador, menos aún si se trata del trabajo que realiza a diario. Aquella pesca era extraordinaria en aquel lago. Además, la barca vecina no había pescado nada, y es inconcebible un banco de peces tan denso y tan concentrado en torno a una barca. Al realizar las tareas de traslado de los peces de la red a las barcas y ver la cantidad, quedó estupefacto, y más aún al ver que se hundían las dos barcas. Entonces reacciona con la declaración de fe arrodillándose ante Jesús, y confiesa su condición de hombre indigno de estar tan cerca del enviado de Dios. Su vida anterior de hombre concreto y cercano a lo que se puede palpar y contar, queda superada al reconocer el milagro. Entonces sigue a Jesús dejándolo todo. Las posibles resistencias para seguir al Maestro se desvanecen y la generosidad aflora de una manera clamorosa.
Si seguimos las reconstrucciones más probables de la vida pública del Señor, vemos a Pedro como uno más entre los discípulos. Escucha, asimila lo que ve y oye. Poco a poco adquiere confianza y supera el posible envaramiento y la timidez ante su condición de discípulo de un rabbí que le era desconocida. Más aún pondría como excusa su poca inteligencia y preparación declarándose pescador y no precisamente estudiante. Los evangelios nos muestran un claro talante de liderazgo. Poco a poco, se va convirtiendo en portavoz de los demás. Todo, sin perder la sencillez. Jesús le trata con especial confianza, le permite asistir con Juan y Santiago a la resurrección de la hija de Jairo ; después vendrá la misión apóstolica donde hace milagros y habla en público, que debió ser un paso importante en su vida. La confianza y la espontaneidad crecen. Pedro mejora su fe, su oración, y muchas virtudes, pero también esa confianza y sencillez permiten que se manifiesten sus defectos, quizá antes escondidos por la timidez que se suele dar en los que comiezan.
Las reacciones ante un milagro enigmático como es la aparición de Jesús caminado sobre la aguas revela muy bien su temperamento y sus cambios interiores. Los discípulos remaban de noche en el lago.
«La barca se había alejado ya de la costa muchos estadios y era agitada por las olas, pues el viento era contrario. A la cuarta vigilia de la noche, vino a ellos caminando sobre el mar. Y los discípulos al verle caminar por el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y por el miedo comenzaron a gritar. Pero Jesús les dijo enseguida: «Confiad, soy yo; no tengáis miedo». Entonces Pedro le dijo: «Señor, si eres tú, mándame ir a tí sobre las aguas» y se dirigió hacia Jesús. Pero al notar la violencia del viento, sintió miedo y, como amenazara hundirse , gritó: «Señor, sálvame». Al punto Jesús le alargó la mano y le cogió diciéndole: «hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Y cuando subieron a la barca, cesó el viento. entonces los que estaban en la barca se postraron delante del Él, diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios»» .
Juan sitúa estos hechos en un momento crucial en la vida de Jesús como es el anuncio de la Eucaristía. Acababa de realizar el milagro de la multiplicación de los panes, la muchedumbre le busca para hacerle rey con lo cual demostraban que no le entendían aunque se proclamasen seguidores suyos. Jesús se aleja al monte, como huyendo y con pena de que ni las palabras ni los milagros consigan una fe suficiente en aquellas gentes: es incomprendido por los suyos. Entonces se aparece a los discípulos demostrando el dominio sobre su propio cuerpo. Así se entiende mejor la reacción de Pedro, pues es como un grito; cree pero le falta fe, por eso pide algo disparatado: caminar sobre las aguas, y Jesús se lo concede. No se puede separar el milagro pedido por Pedro de la multiplicación de los panes: es un acto de fe vacilante, expresa lo que todos piensan. Jesús comentará al día siguiente que «uno de vosotros es un diablo» . No es difícil darse cuenta que estaba hablando de Judas Iscariote, pero todos tenían sus dudas. ¿Por qué no ha querido dejar que le proclamen rey, si es rey y la situación parecía óptima? Simón una vez más tiene el valor de expresar en voz alta el clamor del hombre que pide luz desde la oscuridad de la fe. No se trata un acto irreflexivo e impetuoso, como más de una vez se ha pensado y se ha escrito: es un acto muy humano de un hombre desconcertado ante el modo divino de hacer las cosas. Temperamental, sí; impetuoso, sí, pero no irreflexivo, pues ¿es aceptable por los esquemas humanos la locura de amor de la Eucaristía? ¿pueden entender los sensatos la locura de amor de la cruz? ¿es normal seguir un camino de humildad persuadiendo a los hombres uno a uno, dejando que muchos le desprecien cuando puede hacer milagros con un sólo deseo? Algo escapa al entender habitual de los hombres; y Pedro no es distinto, a pesar de que había visto muchas cosas, pero… ¿se puede pretender que los hombres comprendan el amor divino si ellos no cambian sus esquemas demasiado humanos en los que tantas veces el amor no es más que un adorno del egoísmo?
La petición de Pedro surge de lo hondo, es la explosión de algo que ha ido bullendo en su interior. Arrastra a los demás, y todos se postran ante Jesús proclamando que era el «Hijo de Dios». Jesús los preparaba para uno de los momentos más decisivos de su seguimiento cuando al proclamar que Él es el «Pan de vida», la mayoría no le entiende ni quiere creer en Él, y «muchos de sus discípulos se volvieron atrás, y ya no querían andar con Él» . La conmoción debió ser grande en todos. Los rostros felices ante la inminente proclamación de Jesús como rey se ensombrecen, y las defecciones hacen de los discípulos algo semejante a un ejército en desbandada.
Es de nuevo Simón el que interviene cuando «Jesús dijo a los doce: «¿Queréis también marcharos vosotros?» Respondióle Simón Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios» . La respuesta de Pedro está en consonancia con lo sucedido en la barca. Se erige en representación de todos con un liderazgo natural, intuye que Jesús está a punto de decir algo muy importante y que muchos de los discípulos – quizá él mismo- no tienen la fe que Jesús pide. Cristo sabe que su petición en la barca no responde al capricho de caminar sobre las aguas, ni fue pedir un signo de su mesianidad, pues ya tenía suficientes; sino un ruego que les confirme en la fe. Pedro está haciendo oración a gritos, como diciendo: «eres tan humilde, tan humano, a pesar de los milagros, que nos cuesta creer del todo en Ti». Su petición es como un superlativo de la petición que todos le hacen: «auméntanos la fe». Y Jesús le da el signo pedido. Cierto que Pedro duda y comienza a hundirse, pero el milagro solicitado está hecho, el signo ha sido concedido.
Todos estaban pendientes de Pedro cuando se dirige a la barandilla de la barca y se sube a ella. Parece un acto de locura. Cuando dió el primer paso firme sobre las aguas, y otro más, la fe de todos fue confirmada. Es posible detectar un tono amable en la voz de Jesús cuando al pedir Pedro ayuda, después de tenderle inmediatamente la mano, le echa en cara: «hombre de poca fe», es decir, has tenido mucha fe al pedir lo que has pedido, pero aún te falta mucho camino para poseer una fe total.
La fe de Pedro es una fe de fuego. Nunca la fe es separable del amor. Al crecer el amor, crece la fe, y viceversa. Creemos porque amamos, y amamos a aquel que se nos revela como bueno y sabio. Pedro cree en Jesús y le ama. Pero la fe crece de muchos modos, a veces suavemente como el desarrollo humano, otras a saltos.
Aquellos momentos en el lago y en el discurso eucarístico son auténticas conversiones de la fe amorosa de Pedro. Y Simón confiesa y reconoce a Jesús como el Hijo de Dios y el Santo de Dios, títulos indudables de su mesianidad y de su divinidad.
La fe de Pedro ha crecido, pero aún queda mucho por hacer. La seguridad de las nuevas luces permite que se acerque más al Maestro; pero debe progresar mucho todavía. Un momento decisivo en este progreso se da en Cesarea de Filipo cuando Jesús le aclara el porqué del nombre de Kefas (Piedra), y le dice que será el fundamento sobre el que edificará su Iglesia. Pedro se alegra de esta luz sobre su vocación, se siente responsable, pero es precisamente entonces cuando recibe una de las reprimendas más fuertes de Nuestro Señor. Jesús declara por primera vez la Pasión. Pedro se conmueve, ama al Maestro, no quiere que le pase nada malo, no quiere que sufra, por todo ello «tomándole aparte, se puso a reprenderle diciéndole: Lejos de ti, Señor; de ningún modo te ocurrirá eso. Él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Apártate de mí, satanás! Eres para mí escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres»» . Pedro aprende a medias la lección, pues cuando Jesús vuelve a profetizar la Pasión no dice nada; pero algo en su interior le impide aceptar la muerte de Jesús pacíficamente. Su carácter apasionado no le permite aceptar esa muerte, que es un verdadero sacrificio. No quiere ni puede entenderlo.
El temperamento de Pedro impide que su fe se establezca en el justo medio. El exceso de amor, con poca fe, le lleva a afirmar que dará la vida por Jesús y que nunca le abandonará ni le negará, e incluso a golpear con la espada a los que van a prender a Jesús. Eran claramente excesos de amor. Un amor y una fe insuficientes, unidos a un conocimiento propio escaso, le lleva a negar tres veces al Señor con juramentos en la noche del Jueves Santo. De un extremo pasa a otro y traiciona a Jesús. Su temperamento apasionado le impide aceptar lo que tan claramente le pide Jesús; le parece demasiada la humildad del Señor; no puede comprender la misericordia y la justicia de Dios que permite la muerte injusta de un inocente y ¡qué inocente!. No ve que es el Sacrificio de la Nueva Alianza, y se rebela, se queja, no quiere que Jesús se rebaje lavándole los pies, toma la espada, busca cómplices, golpea, intenta liberar a Jesús detenido, hasta que no puede más y sus fuerzas se desmoronan después de tanta tensión, y niega a Jesús tres veces.
En los situaciones límites es donde se manifiesta más claramente lo que cada hombre lleva dentro. Pedro manifiesta un amor grande a Jesús, pero insuficiente como su fe. Queda clara su valentía y su fuerza, pero también una falta de humildad que le lleva a no querer aceptar lo que insistentemente se le dice. No es que sea irreflexivo, sino que se cierra a aceptar lo que se le hace odioso, y cae violentamente en lo que más le humilla: negar al mejor amigo que ha tenido, al Maestro óptimo, al Hijo de Dios que ha venido a salvar a los hombres. No le hubiese importado demasiado morir peleando en una contienda abierta y sangrienta defendiendo al Maestro, pero no sabe ser discípulo de ese Maestro que no quiere defenderse y se entrega como cordero llevado al matadero. El cariño ciega su inteligencia. Llora después amargamente al encontrarse su mirada con la de Jesús; debió costarle consolarse.
Ahora puede entender lo que le había dicho el Señor: «Simón, Simón, he aquí que satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe; y tú cuando te conviertas, confirma a tus hermanos» . Necesitaba una conversión que sólo se podía realizar pasando por una dura prueba, en cierto modo semejante a la que pasó Nuestro Señor Jesucristo; Dios permite esa prueba para confirmar en la fe a otros muchos que se apoyarán en una fe probada, recia, sobrenatural en la que lo humano ya no es obstáculo para lo divino.
La vida de Pedro fue distinta a partir de aquellos días -bien podemos llamarlos «su pasión»- pues murió en cierta medida su vieja mentalidad. Sus negaciones y su arrepentimiento permiten que mueran los restos de amor propio que le impedían creer en el Señor como Él quería ser creído. La fe humilde le permitirá querer y creer de un nuevo modo, imposible antes, y podrá morir pacientemente -en la cruz según la tradición- sin defenderse ante lo injusto e irracional; Pedro posee ya la racionalidad del amor divino, pues ya esta luz ha iluminado su mente, generosa pero testaruda.
La vida posterior permiten ver a Pedro como un hombre que ha madurado. Humilde, pero no carente de energía. Decidido, valiente ante las autoridades judías, hablando a las multitudes, venciendo las reticencias de los primeros cristianos de origen judío para que acepten al romano Cornelio en la Iglesia. No le tiembla la mano para condenar a Ananías y Safira cuando fingen caridad con el peligro de pervertir la sinceridad y la sencillez de la primitiva Iglesia. Dócil a la gracia, aleccionado por el mejor Maestro, hasta en lo humano es hombre más cabal, prudente y entero.
Roca y piedra de escándalo
Simón Pedro es más Pedro que Simón. Su importancia no viene ni de su carácter, ni de su santidad, sino de la vocación a ser la piedra sobre la que Cristo edificará su Iglesia. Pedro es un elemento humano esencial para un plan divino.
En el primer encuentro de Jesús con Simón le dice que será llamado Piedra, pero la declaración completa sobr su misión tuvo lugar en Cesarea de Filipo . Esta pequeña ciudad es un lugar costero de la Galilea, alejado de las rutas más transitadas. Lo que allí aconteció es esencial para entender tanto a Pedro como a la futura Iglesia. Veamos con detalle los hechos.
Jesús y los doce se encontraban en un lugar solitario hablando, Cristo les mira, calibra su fe por sus respuestas, y en medio del diálogo les sorprende con una pregunta inquietante: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?». Se hizo un silencio. Poco antes le habían abandonado muchos de sus seguidores, y, como es de suponer, le criticarían, a pesar de los numerosos milagros, los fariseos y los saduceos le contradecían cada vez con más descaro. Es cierto que no faltan seguidores, pero no es un caminar triunfal el suyo, y entre la gente sencilla se dicen cosas ridículas. Finalmente se deciden a contestar con la verdad: «Ellos respondieron: Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas». La respuesta es elusiva y un tanto deprimente. Es como si dijeran: la mayoría ni te conoce ni te reconoce a pesar de tu amplia predicación, de tus milagros, y de lo que nosotros mismos hemos dicho de Tí. Después, todos callan.
Entonces Jesús lanza un interrogante directo como un dardo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», que es como decir: «y vosotros, ¿me habéis reconocido como Mesías y como Dios?». A estas palabras sigue un silencio denso. Ellos percibían lo humano de una manera más directa que nosotros: comen con Jesús, hablan, le oyen, le ven dormir, en ocasiones aparece cansado, hambriento y con todas las manifestaciones de la humanidad. ¿Captarán lo divino en Jesús?
Entonces Pedro eleva su voz con decisión. «Respondiendo Simón Pedro dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Casi las mismas palabras a las dichas en el milagro de la barca con dos añadiduras. Declara que Jesús es el Cristo, el Ungido de Dios, y añade la expresión Hijo de Dios vivo. La fe de Pedro se ha ido afianzando y la declara con precisión y claridad.
La reacción de Jesús va más allá del asentimiento o de la alabanza pues dice: «Bienaventurado eres, Simón hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Jesús muestra que la fe de Pedro no es producto ni de la carne -el razonamiento humano- ni de la sangre -la tradición israelita- sino que es una gracia de Dios Padre a la cual no se ha resistido.
Después viene la declaración del primado de Pedro. Da la impresión como si el acto de fe de Pedro fuese una manifestación externa de la elección por Dios Padre para ser la Roca sobre la cual se establecerá la Iglesia. Ya vimos cómo la vocación es un acto eterno de la Trinidad Beatísima, pero a los hombres se les manifiesta en el tiempo. Jesús y el Padre manifiestan sus planes a los hombres en el momento que consideran más oportuno.
Entonces Jesús le declara el designio eterno de Dios para con él y para la salvación del mundo:
«Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedará atado en los Cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, quedará desatado en los Cielos» .
Mucho se han meditado estas palabras. Unas veces se destaca cómo el traductor griego no quiere alterar nada esa declaración con una versión libre: por eso reproduce lo más literalmente posible las palabras de Nuestro Señor a su modo de decir semítico original. Otras interpretaciones añaden la declaración doctrinal de Jesús en que muestra una pieza básica de la constitución jerárquica del nuevo Pueblo de Dios: un hombre será la cabeza visible de la Iglesia. Otros destacan la especial protección prometida por Jesús a la Iglesia. Entonces eran sólo una promesa, pero se hará patente su eficacia con el paso del tiempo y la superación de todas las dificultades que hubieran podido hacerla tambalear o incluso desaparecer. Todo esto es verdadero y forma un mosaico de luces: el misterio de la Iglesia, su gran poder para salvar, la presencia de Cristo en ella hasta el final de los tiempos. Pedro será la roca contra la que se estrellarán las asechanzas del Enemigo, lo que contará con unos poderes y facultades muy superiores a su propia capacidad y a la de cualquier hombre: perdonar, regir, acertar en lo esencial, aglutinar en la unidad a la convocación -común vocación- de los elegidos. Es mucho más de lo que se le promete.
¿Se da cuenta Simón Pedro de todo lo que significan estas palabras?. Es muy posible que no, pero algo grande se entreabre a sus ojos. Y queda anonadado y sorprendido. Jesús declara que fundará un nuevo Pueblo de Dios -una Iglesia es un pueblo convocado para dar culto a Dios-, y en esa Iglesia Pedro será piedra esencial para la construcción. A partir de ahora no se entiende a Pedro sin la Iglesia, ni a la Iglesia sin Pedro.
La palabra Iglesia utilizada por Jesús significa reunión de los que tienen una vocación. La Iglesia es la «convocación» de los llamados a ser santos . La palabra hebrea original parece ser «qahal» que significa una «asamblea del pueblo» que se reúne para escuchar el anuncio de Dios y dar su asentimiento. Cuando el pueblo se dispersa se espiritualiza esta expresión. Iglesia es la expresión griega y la que prevaleció a lo largo de los siglos sobre otros modos. En el nuevo testamento iglesia expresa la asamblea cultual, la comunidad local, la única Iglesia de Cristo Pedro será el fundamento visible de la unidad y la comunión de los santos. Sin él la Iglesia no está completa.
Adquiere un matiz cálido y agradecido la enseñanza de Pedro en su primera epístola cuando llama a los cristianos piedras vivas:: «también vosotros -como piedras vivas- sois edificados como edificio espiritual en orden a un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por medio de Jesucristo» . Es muy posible que al llamar piedras vivas a los fieles recordase su vocación a ser piedra de un modo especial, piedra sobre la que se edificaría la Iglesia, pero al añadir viva, señala su responsabilidad para ser santos e inmaculados ante Dios.
Simón no podía ser consciente de toda la importancia de estas palabras de Jesús. Desconocía el desarrollo que tendrían a lo largo de los siglos. Pero sí podía darse cuenta de la desproporción entre su propia debilidad y limitación con la grandeza de las promesas de Cristo. Queda claro que las atribuciónes a un hombre de ser roca, de perdonar, de atar y desatar en el cielo y en la tierra, de vencer al maligno a lo largo de toda la historia, supera con creces sus fuerzas, y sólo una acción divina en él y sus sucesores lo puede explicar. La reacción no puede ser más que la de la humildad ante lo inaudito. La historia se ha encargado de mostrar cómo se han cumplido esas promesas en medio de tormentas que se han llevado por medio reinos, naciones, e, incluso, civilizaciones. El poder de Dios sostiene a su Iglesia y al Primado de Pedro, expresión visible de él.
El contraste de estas palabras de Jesús con lo sucedido a continuación es sorprendente y vale la pena meditarlo.
«Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle diciendo: Lejos de ti, Señor, de ningún modo te ocurrirá eso. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Apártate de mí, Satanas! Eres escándalo para mí, pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres» .
La Piedra firme pasa a ser piedra de escándalo por su poca fe, y Jesús lo corrige con fortaleza y energía con palabras similares a aquellas con la que apartó la tentación satánica en el desierto. ¿Qué ha sucedido? ¿ha sido revocada la elección de Pedro como roca sobre la que se va a construir la iglesia? No, indudablemente, Pedro será Roca, pero Pedro será también Piedra de escándalo. Su debilidad personal es tan evidente, que cabe dudar de su capacidad para realizar la gran misión anteriormente predicha. Será capaz por la gracia de Dios, no por sus cualidades personales. Ahora debe tener en cuenta que se le pide seguir a Cristo, no ir delante de El.
La historia de la Iglesia ha mostrado a un Pedro tanto como roca como piedra de escándalo. Por un lado vemos a la Iglesia resistiendo las insidias del diablo, las influencias de los poderosos de la tierra, los embates de ideologías contrarias a la fe, y todo ello desde la debilidad, más que desde la autosuficiencia .Por otro lado vemos los pecados de algunos papas que acaso empañen la figura del papado, pero también destacan -en su claroscuro- la ayuda divina. Pero, sobre todo, el rechazo del primado por parte de muchos que se confiesan cristianos. Casi se puede decir que el punto común de los cristianos separados de la Iglesia católica en sus mil variedades es el rechazo de que un hombre tenga el poder de atar y desatar, el poder de las llaves y la facultad de no ser vencido por el maligno. ¿Cómo no ver en Pedro un reflejo de Cristo como signo de contradicción? La respuesta debe ser de fe: entonces se ve con los ojos de Dios la importancia del primado como roca, aunque pueda ser en cuestiones secundarias piedra de escándalo.
Vade retro, Simón
«Apártate de mí, Satanás! eres escándalo para mí, pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres» .
Estas duras palabras fueron dirigidas a Pedro poco después de ser elegido como la Roca sobre la cual se va a levantar la Iglesia, y después de concedérsele el poder de las llaves para atar en el cielo y en la tierra. La roca, como el granito, necesitaba el cincel y no la suave mano que modela la arcilla.
Vale la pena repasar el episodio para conocer la doctrina de Jesús y al propio Pedro.
Jesús acaba de hacer la declaración solemne del primado y de la Iglesia. Los apóstoles son conscientes de que se trata de cuestiones importantes, aunque no las comprendiesen con plenitud. En medio de esa atmósfera, Jesús les revela el modo como se va a realizar el sacrificio redentor del cual surgirá el nuevo pueblo de Dios. «Desde entonces comenzó a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día» . Es fácil imaginar el asombro y casi la incredulidad de los discípulos al escuchar esta novedosa y fuerte revelación. De hecho, hasta mucho después de suceder lo profetizado, no se lo acaban de creer. Y realmente parecía imposible que el poder de Dios se manifiestase de ese modo.
Todos callan. Pero Pedro no. Es lógico suponer la ebullición interior del buen Simón. De un lado se siente muy responsable por las continuas preferencias de que es objeto por parte del Señor; de otro le ama tanto que no quiere que Jesús experimente ningún sufrimiento. Y, sobre todo, su fe era aún débil para entender el misterio de ese amor divino que quiere humillarse hasta la muerte, y muerte de cruz, de manos de gentes infames. Y no puede callar. Como un volcán se dirige a Jesús y «tomándolo a parte, se puso a reprenderle diciendo: Lejos de ti, Señor, de ningún modo te ocurrirá eso» .
La respuesta del Señor evoca aquella otra ante la tercera tentación diabólica en el desierto, cuando al ofrecerle satanás el dominio del mundo responde Jesús:»Apártate satanás» . Parece casi increíble el paralelismo y la energía con que Jesús rechaza a satanás y corrige a Pedro. El diablo proponía a Jesús un reino humano en lugar del reino espiritual; Pedro, sin darse cuenta, propone a Jesús algo similar: que no sufra, de esa manera el sacrificio querido por la Trinidad desaparece. Las consecuencias en ambos casos son iguales: apartar a Cristo de su misión y del cumplimiento de la voluntad del Padre. Jesús rechaza con energía ambas tentaciones.
No se retracta el Señor de su elección como roca sobre la cual se edificará la Iglesia, pero debe ser corregido para no traicionar la alta misión. Su ignorancia disculpa su falta de fe, pero no se puede consentir el error. Y Jesús no lo consiente. Talla la Piedra para que tenga un fundamento sólido. No valen ni falsas compasiones, ni debilidad: comienza la formación de la Roca.
El odio de satanás al proyecto salvador era patente, su rebeldía también. No menos clara es la respuesta de Cristo: Vade retro, ¡retrocede! satanás. El caso de Pedro es distinto pues su mal consejo no es fruto de odio, ni siquiera de desamor, sino de falta de fe, y quizá es víctima de una tentación diabólica. Pedro juzga al modo humano, de manera que el éxito, la felicidad y la victoria parecen incompatibles con la humildad y el dolor. La respuesta de Cristo es clara y contundente: «Vade retro, Simón, argumentas como satanás aunque no te des cuenta, necesitas corrección, aunque te duela».
¿Aprendió Pedro la lección con aquella corrección? No del todo, pues el Jueves Santo ante la prisión de Jesús huye. Comenzó a actuar de otro modo gracias a una corrección que sin duda le dolió, pero le curó. Ahora que conoce su vocación con más detalle, necesita una formación más intensa para tener los medios humanos para cumplir su misión, aunque la gracia de Dios no le falte nunca.
El lavatorio de pies
El carácter de Pedro va a quedar patente en la Última Cena. La situación es tan extrema que no es extraño ver aflorar lo más íntimo de cada uno. Jesús en la Cena pascual desvela su amor por los discípulos al máximo; Judas se decide plenamente a entregar al Maestro; Juan consigue la confidencia de conocer quién sería el traidor, cosa que le partiría el corazón; hablan Tomás y Felipe con sencillez y profundidad, pero es Pedro el que manifiesta una vez más su apasionado modo de ser.
Jesús había anunciado varias veces que va a morir a manos de los poderosos de Israel. Los días anteriores a la Pascua el enfrentamiento es patente, los judíos quieren detener a Jesús; existen intentos de apedrearle y discusiones públicas: todo esto son manifestaciones externas de las conspiraciones ocultas dirigidas a matar al Señor. Tan fuerte es la persecución que Jesús decide esconderse en el desierto de Efraím en tierras de Samaria, porque «no ha llegado mi hora».
Pocas semanas antes de la Pascua se acerca a Jerusalén acudiendo de un modo público a Betania. Allí, ante numerosos judíos, resucita a Lázaro fallecido cuatro días antes. Muchos creen en Él, pero sus enemigos deciden acelerar su eliminación empleando toda su astucia. Los discípulos vivían aquellos sucesos de una manera intensa. Su fe será duramente probada. Seguir al Maestro ya no era aprender lecciones teóricas o consejos prácticos, sino estar cerca de Jesús e intentar comprenderle sin abandonarle en la persecución. Ninguno le abandona, salvo Judas, porque su fe y su amor al Maestro han calado hondo. Pero estar a la altura de Jesús no era fácil: humanamente parecía que seguían a un fracasado.
El domingo de Ramos parece indicar un cambio en el ambiente. Las aclamaciones del pueblo y la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén así lo indican. Los Apóstoles sienten renacer su entusiasmo humano. Pero los días posteriores son duros. Los enfrentamientos de Jesús y los doctores de la Ley en el mismo Templo son a cara descubierta, y la mismas derrotas que van sufriendo los príncipes de los sacerdotes y los escribas les llevan a unirse a los fariseos. Se reúnen los importantes en el palacio de Caifás y deciden abiertamente «prender a Jesús por traición y matarlo», aunque no durante la fiesta, pues «tenían miedo al pueblo» . Entonces consiguen convencer a Judas para que entregue a Jesús «sin alboroto y oportunamente» .
Los Apóstoles captan signos de lo que sucede y se inquietan. De hecho algunos -Pedro uno de ellos- consiguieron dos espadas. Conviene tener en cuenta que las espadas eran armas prohibidas para el pueblo: sólo podían poseerlas los nobles y los soldados. Las gestiones hechas a escondidas de Jesús son muchas, y no es difícil pensar que también movilizasen a amigos y seguidores de Jesús por si algo ocurría.
Este es el ambiente externo en que celebran la Pascua Jesús y los suyos. No era como las Pascuas anteriores. La cumplían del modo más observante posible, ya que la Pascua aquel año caía en viernes, pero para no trabajar en sábado estaba permitido adelantarla al día anterior, mientras que durante el viernes se hacían los sacrificios oficiales del cordero pascual en el Templo. Curiosa y providencial coincidencia con el Sacrificio de la Cruz el mismo Viernes Santo.
La Cena Pascual comenzó con un signo. Jesús quiere mostrar de un modo sensible algo esencial de su magisterio, por lo que realiza un gesto, pues es más fácil recordar algo visible que las palabras. El signo será lavar los pies de los discípulos.
Jesús «se levantó de la cena, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó. Después echó agua en una jofaina y empezó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido» . Un poco antes los discípulos discutían «sobre cuál era el mayor» ; no parece una discusión para situarse unos más alto que otros, sino para estar más cerca del Maestro. Le querían mucho y le conocían bien. Se daban cuenta de que quería decirles muchas cosas y también de que era muy sensible a su cariño. El respeto había aumentado, pero también el amor. Quieren estar cerca del Señor y se establece una rivalidad amistosa. Se ha interpretado esta discusión como manifestación de la ambición de poder, y es posible que así sea, pero es más fácil ver un amor imperfecto de aquellos que quieren estar muy cerca de su Jesús.
Por fin se sientan y se acomodan más o menos a gusto. Entonces Jesús les muestra el mejor modo de querer. El orden de la caridad va a ser muy distinto del modo humano habitual. Jesús ama sirviendo. Es más, sirve como lo hace un esclavo a sus señores. La sorpresa debió ser grande y es precisamente Pedro quien manifiesta el estupor general. Su temperamento y su amor apasionado a Jesús aparecen de nuevo: «Señor, ¿tú me vas a lavar a mí los pies?» . Pedro comprende de manera particular lo profundo de la humillación del Señor, y se rebela, no la acepta. Comenta San Agustín: «¿Tú? ¿A mí? Más que explicadas merecen ser meditadas estas palabras, no vaya a ser que la lengua no sea capaz de expresar lo poco que nuestra mente puede comprender de su verdadero sentido» . Pedro percibe la distancia entre un pecador como él y Jesús. Por eso le cuesta comprender que Jesús -tan grande, tan santo- se humille tanto.
Es evidente que Jesús quiere revelar el valor de la humildad, el servicio y la purificación para acceder a la Eucaristía . Pero no se trata de una lección más de las muchas que han recibido, se trata de una nueva revelación de la intimidad de Dios. Ellos saben que Dios es Amor, pero ver de rodillas el amor humilde de Dios, le parece demasiado. Pedro ama a Jesús y sabe que el Señor también le ama, pero es consciente de la distancia entre ambos. Sabe que son dos amores a dos niveles distintos. Tanto el amor de Pedro como el de Jesús son entrega, pensar en el otro, querer el bien del otro, pero para Jesús,»el mayor sirve al menor», hasta el extremo de que Dios sirve al hombre, incluso al hombre sucio por el pecado, es decir, al hombre que no le ama. Esa es la diferencia: a Pedro le cuesta aceptarla y se resiste.
La resistencia de Pedro es muy significativa. A una mirada superficial puede parecer un inconstante, pues pasa de una afirmación tajante a la contraria en un abrir y cerrar de ojos, pero no es así. Veamos el diálogo entre Jesús y Pedro cuando le llega el turno para que le lave los pies: «respondió Jesús: lo que yo hago no lo entiendes tú ahora, lo comprenderás después. Le dice Pedro: No me lavarás los pies jamás. Le respondió Jesús: Si no te lavo, no tendrás parte conmigo. Simón Pedro le replicó: Señor, no solamente los pies, sino también las manos y la cabeza» . El Maestro conoce bien a su discípulo, y le convence con el argumento que más hondo le afecta: o conmigo o contra mí. Pedro no puede soportar estar alejado del Señor. Su queja y rebeldía manifiestan un amor muy grande, pero imperfecto. Su amor a Jesús le oscurece la mirada y no comprende la grandeza de aquella humillación, ni el significado de aquel servicio. Jesús le disculpa «lo comprenderás después». Lo comprenderá cuando tenga que amar a otros inferiores a él. Sabrá algo del amor divino cuando realmente llegue a amar a otros menos listos, menos santos o con menos autoridad, y les sirva sin ningún ademán de desprecio. Es más, llegará a amar a los que le desprecien, porque su amor será de un nivel divino. Pero ahora todavía su amor es muy humano; no es el amor de un verdadero santo, de un hombre de Dios.
Entre los Romanos Pontífices -sucesores de Pedro en Roma- se usa desde S. Gregorio Magno el título de «servus servorum Dei» -siervo de los siervos de Dios-, señal de que se ha entendido la lección del divino Maestro.
¿Qué sintió Pedro cuando accedió a dejarse lavar los pies?. Primero aumentar su amor al Maestro; después deseos de purificarse bien de sus pecados. Jesús le había dicho «el que se ha bañado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, pues todo él está limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos» . Aquel no todos se clavaría como una flecha en su alma: ¿de quién habla?. «Yo soy un pobre hombre, pero le quiero y creo en él. Será alguno de los demás, pero no puedo ser mal pensado. Debe decirlo por mí», y hace un proposito de ser mejor y odiar el pecado que le puede alejar de Dios y del Maestro, y se dejó lavar los pies.
Todos los cristianos debemos dejarnos limpiar el alma por Jesús. Cuando alguién se confiesa, Dios se sitúa de rodillas ante él para lavarle su suciedad. Podemos repetir con Orígenes: «Ven, Jesús, tengo los pies sucios. Hazte siervo por mí. Echa agua en la jofaina; ven, lávame los pies. Lo sé, es temerario lo que te digo, pero temo la amenaza de tus palabras : «si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo». Lávame, pues, los pies, para que tenga algo que ver contigo. ¡Pero que digo, ¿lávame los pies?! Eso lo pudo decir Pedro, que no necesitaba lavarse más que los pies, porque todo él estaba limpio. Yo más bien, una vez lavado necesito ese otro bautismo del que tú, Señor , dices: «tengo que pasar por un bautismo»»
Jesús realizó la ceremonia del lavatorio con detenimiento. Los purifica uno a uno en medio de un silencio tenso. Todos se dejan lavar y se examinan.
Lavar los pies de Juan resultó fácil
eran los pies alados del amor
y amaban el agua con la inconsciencia de la juventud
Pedro en cambio nada de actos proféticos
tú a mí jamás
ese tú era el océano infinito de Realidad
ese mí era un pobre leproso desnudo en la orilla
pero cuando descubrió la posibilidad de sumergirse entero
/ infinito leproso radiante como todo el mar
todo el poder de Cristo fue necesario para detenerlo
Y por fin Jesús explica con palabras el significado del signo:
«Después de lavarles los pies tomó el manto, se puso de nuevo a la mesa, y les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro os he lavado los pies, vosotros también os debéis lavar los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que así hagáis vosotros. en verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor, ni el enviado más que el que le envió. Si comprendéis esto y lo hacéis seréis bienaventurados» .
Es la última bienaventuranza antes de la Pasión y como un compendio de las muchas que fue diciendo a lo largo de su vida pública, además de las ocho del Sermón del Monte: Bienaventurado el que sirve porque sabe amar como Dios ama.
El servicio que tendrán que vivir Pedro y los demás será ante todo administrar el perdón divino en abundancia. Para eso habrán de experimentar como una madre el dolor de los hijos empecatados, sucios y leprosos. Tendrán los sacramentos como medicina, pero deben tener la ternura de las madres y la habilidad de los cirujanos para limpiar. Jesús les ha dado ejemplo
Jesús es el más siervo de los siervos
Jesús está lavando los 24 polvorientos pies
eso pies del oriente llevan mugre auténtica de oriente
no son los pies hermosos de Adán y Eva por el Paraíso
son los pies de la historia
son las extremidades del animal caído
que camina pecando por el polvo
que peca de los pies a la cabeza
con el mundo al revés entre sus párpados
a sus pies está Dios lavando sus pies con las propias lágrimas
oh vosotros que pasáis por el camino
decid si hay una flor un ángel una mosca
más humilde que Dios
no es humilde el pequeño que se inclina ante el grande sino
/ el viceversa
el Eterno se ha puesto de rodillas
tiene manos de madre para los pies de Judas
vosotros que pasáis por el camino
decid si hay un amor como el de Dios madre .
Pedro comprende a Jesús y le manifiesta lo que todos le querríamos decir: «Se rinde Simón Pedro: Señor, no solamente los pies, sino también las manos y la cabeza. Ante la llamada a un entregamiento total, completo, sin vacilaciones, muchas veces oponemos una falsa modestia, como la de Pedro… ¡Ojalá fuéramos también hombres de corazón como el Apóstol!: Pedro no permite a nadie amar más que él a Jesús. ese amor lleva a reaccionar así: ¡aquí estoy!, ¡lávame manos, cabeza, pies!, ¡purifícame del todo!, que yo quiero entregarme a Ti sin reservas» .
Vale la pena considerar el modo como Jesús purifica a Pedro. Primero le pide que someta su voluntad y luego ilumina su entendimiento. «El Maestro le lavó, aunque Pedro protestaba, de la misma manera que la madre lava la cara de su niño a pesar del llanto de éste. La madre no espera a que el niño conozca lo que está haciendo, sino que termina su obra, fruto de su amor. El árbol no entiende la poda, ni la tierra entiende por qué está siendo arada, ni tampoco entendía Pedro el misterio de aquella gran humillación» . La humildad sólo puede reconocerse desde la humildad, no basta un cariño grande, pero poco purificado. Simón en el lavatorio aprenderá a ser Pedro, vicario de Cristo en la tierra, lavador de muchas miserias en el mundo.
Las negaciones
Unos aprenderán por sí solos ascendiendo siempre; otros aprenden después de caídas que les abren los ojos cerrados o semiabiertos. Éstos después del tropiezo descubren los errores o defectos que les llevaron al pecado, o las rigideces mentales que no eran capaces de superar en los tiempos buenos. Pedro aprendió mucho en sus negaciones, porque «lloró amargamente» su caída.
La lección del lavatorio de los pies no caló suficientemente en el alma de Pedro. Comprende que debe ser humilde y servir como Jesús, pero se rebela en su interior ante el ambiente de injusticia que rodea al Maestro. Por eso cuando el Señor les dice: «Todos vosotros os escandalizaréis de mí en esta noche, porque está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño»» , todos entienden el peligro que se avecina, pero Pedro protesta diciendo: «Aunque todos se escandalicen, yo no» ; Mateo precisa que Pedro añadió «nunca» a estas palabras. Es muy posible que sea en la misma conversación cuando el mismo Pedro afirma de un modo rotundo: «daré mi vida por tí» , o según precisa Lucas: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo a prisión y hasta morir» .
Todos los testimonios concuerdan en mostrar el amor sincero de Pedro por Jesús sin importarle ni la muerte, ni la prisión, ni la posible defección de todos. Pedro era sincero al decir eso, pero falló, ¿por qué? Porque se conocía poco. Jesús lo sabe y le dice unas palabras que le hacen enmudecer el resto de la Cena: «¿Darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo que no cantará el gallo antes de que me niegues tres veces» . Lo que equivale a decirle: ¡qué poco conoces tus fuerzas y la magnitud de la prueba!. Marcos precisa más la profecía de Jesús «hoy, en esta noche, antes de que el gallo cante la segunda vez, me negarás tres veces» . Hablaban estas cosas al filo de la medianoche. Pocas horas quedaban para el amanecer que anuncia el canto del gallo. Parece imposible que se pudiese producir esa negación en tan poco tiempo.
En las palabras del buen Pedro no hay nec temeritas nec mendatium -ni temeridad, ni mentira- como comenta San Jerónimo; pero incurre en un error. «El error suyo -y nuestro- está en hacer «promesas» que no son al mismo tiempo «una oración»» . Debió pedir ayuda para realizar lo que él no era capaz de cumplir. Jesús debió alegrarse al escucharle y sentir su amor verdadero, pero tuvo que poner ante sus ojos los que no era capaz de ver. No veía obstáculos para entregarte hasta el fin, estaba dispuesto a ir a prisión, a no tener gloria humana, a desechar las ideas de un mesías rey a la medida de lo humano, tampoco le importa quedarse sólo en compañía del Maestro, y mucho menos morir defendiendo a quién quiere más que a su propia vida. Pero Jesús veía más hondo que Pedro, y le anunciaba que sus buenos propósitos durarán unas pocas horas. Aunque le da esperanza, como señala San Agustín, pues «establece aquí una dilación; no destruye la esperanza, sino que la confirma diciendo «me seguirás más tarde». ¿Para qué te apresuras, Pedro? Aún no te había fortalecido la piedra con la dureza de su entraña: no te desplomes ahora con la presunción. Ahora no puedes seguirme, luego lo harás» .
Las grandes caídas no suelen producirse de improviso, se gestan poco a poco: algo mal planteado, un defecto contra el que no se lucha, poca oración, ponerse en ocasión de pecado sin necesidad; y se bordea el precipicio .
Algo así ocurrió a Pedro. Jesús, al finalizar la Cena, se dirige al huerto de Getsemaní donde acudían según costumbre. Allí pide a Pedro que se coloque cerca de Él junto con Juan y Santiago. Jesús reza con una intensidad sorprendente; en su dolor busca consuelo en los tres más próximos «y los encuentra durmiendo», no una sola vez, sino en tres ocasiones; en una de ellas dice a Pedro: «¿Simón duermes? ¿No has podido velar conmigo una hora?» . El amor de Pedro ha flaqueado: no hay pecado, solo imperfección, comienzan las negaciones. El contraste con la actividad de Judas es notorio, y más aún con la intensidad de la oración de Jesús a la cual no puede Pedro acompañar, aunque quiere.
Cuando Judas llega acompañado por una turba numerosa para detener a Jesús, Pedro se despierta. Su primera reacción es la de tomar la espada lleno de ira. Los discípulos dicen a Jesús, quizá por boca de Pedro: «¿acometemos con la espada? Entonces Simón, que tenía una espada, la desenvainó e hirió al siervo del pontífice, cortándole la oreja derecha» . Jesús cura al herido y rechaza la violencia, le detienen y «todos los discípulos huyeron». Pedro también, a pesar de las promesas. Primero no pudo tener el nivel de oración suficiente, después no entiende el sacrificio humilde y voluntario de Jesús, luego recurre a la violencia, al final viene la huída. Es un proceso gradual .
La huída dura poco. Se dispersan los discípulos. Juan y Pedro permanecen juntos y hablan con agitación sobre los hechos. Juan debió proponer acudir a la casa de Caifás donde sabían estaba Jesús. Y van allí. ¿Para qué?. Ni ellos mismos lo sabían muy bien: quizá piensan dar un golpe de mano y librar al Señor. Al menos pueden acompañarle lo más posible. Su irreflexión bienintencionada les lleva a ponerse en una situación peligrosa. Si no pueden, ni deben librar a Jesús, que claramente se deja detener, lo mejor era actuar como María Santísima que pemanecía en una oración intensísima; pero las decisiones más difíciles suelen salir de lo más íntimo, y lo más interior de sus almas todavía era imperfecto, por eso se colocan en ocasión de pecado. Lo más lógico según sus declaraciones era dejarse detener, luchar o marchar. No hacen ninguna de estas tres cosas, simplemente están donde no deben estar.
Las negaciones fueron tres, en tres circunstancias distintas ante tres personas diferentes. La progresión en la intensidad de la negación desvela mejor la gravedad de la caída de Pedro. No fueron sus negaciones una evasiva ante una pregunta indiscreta, sino una negación que incluirá juramentos, es decir, poner a Dios por testigo de una falsedad.Al menos las dos últimas negaciones fueron claramente pecados graves.
La primera negación fue así: «Y seguía a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. este otro discípulo era conocido del pontífice y entró con Jesús en el palacio del pontífice mientras que Pedro se quedaba fuera, en la puerta. salió el otro discípulo conocido del pontífice, habló con la portera e introdujo a Pedro. Y dice la portera a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?» Él respondió: «No soy». Los siervos y los guardias que habían hecho fuego, pues hacía frío, estaban calentándose. Estaba también Pedro con ellos y se calentaba .
Los demás evangelistas precisan que la portera dijo: «tú estabas con Jesús el Galileo», llamándole también «Jesús el nazareno». La portera hizo la pregunta «mirándole fijamente» cuando él estaba ya sentado con los soldados y siervos. La respuesta varía con pequeños matices en los evangelistas. Mateo recoge: «No sé lo que dice», Marcos «ni sé ni entiendo lo que tú dices», Lucas es más preciso:»mujer, no lo conozco»
Es posible reconstruir con un cierto orden los hechos. Juan marcha a conseguir un permiso para entrar el el atrio del palacio del pontífice, Pedro permanece en la puerta. En lugar de callar es indiscreto y habla con aquella mujer, la cual, como suele suceder en su oficio, era curiosa y percibe tanto el nerviosismo y agitación de Pedro como su inconfundible acento galileo. Pedro no piensa que el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. La primera negación es fruto de imprudencia y de irreflexión. Juan habla con la portera y garantiza la personalidad de su amigo. La decisión era de enorme imprudencia, tanto más cuanto que hacía sólo media hora Pedro había cortado la oreja a uno de los criados del pontífice, probablemente de un golpe en la cabeza protegida por un casco. Pero ni Juan ni Pedro estaban aquella noche para pensar.
La portera abrió la puerta al desconocido con una cierta desconfianza. Le nota nervioso y huidizo. Y decide no perderle de vista. Pedro piensa que la mejor manera de pasar inadvertido es hacer lo que los demás hacen: se acerca al fuego y allí se produjo la tentación. Pedro se coloca a plena luz ante el fuego, un poco por frío y otro poco para aparentar naturalidad. Cuando Pedro sintió la mirada de la criada que le examinaba fijamente, desvió la vista algo asustado. Lo lógico era percibir un peligro, huir o declararse discípulo de Jesús, pero no hizo ni lo uno, ni lo otro. Y llega la negación previsible, pero imprevista. Se desentiende de lo que más entiende, no sabe lo más sabido, niega ser discípulo del Maestro amado. Hacía sólo unas cuatro horas que había asegurado que estaba dispuesto a morir por Jesús, pero una simple pregunta bastó para que negase conocer a Jesús.
Cuando quiso reflexionar ya estaba consumada la negación. Pedro se va asustando de un modo poco lógico para un hombre realmente valiente. Se levanta del fuego, se esconde en el pórtico que rodea el patio cuadrangular. La portera no se conforma con la contestación, habla con otras, le miran y le observan, hasta que otra criada «dijo a los presentes: éste estaba con Jesús el Nazareno», consiguiendo centrar la atención de todos que miran al desconcertado Simón, e insiste: «éste es uno de ellos», uno de los presentes le dice directamente: «tú eres de ellos» .
La criada era terca, todos están pendientes de Pedro. La respuesta ya no puede ser evasiva. Vuelve a repetirse el dilema anterior, pero más claro e inevitable. ¡Qué oportunidad tan buena para declararse discípulo de Cristo y morir por él si fuera preciso! Pero Pedro está ya muy desmontado interiormente y niega conocer a Jesús y ser discípulo suyo. «No conozco a ese hombre», es más, no soy discípulo suyo. La magnitud de la negativa es mayor en esta segunda negación. Poco antes, de un gallinero cercano cantó un gallo, pero Pedro no lo oyó, tan asustado estaba. San Agustín es muy duro comentando esta negativa de Pedro: «Algunos por una piedad perversa excusan a Pedro que respondió que no conocía a «ese hombre». Quien niega la humanidad de Cristo no tiene Mediador que le reconcilie con Dios y porque uno sólo es Dios y uno sólo el Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús. Quien niega la humanidad de Cristo no es justificado» .
En pocas horas Pedro ha recibido muchos golpes. El miedo le atenaza, le faltan las fuerzas, actúa con imprudencia. No sabe qué hacer. Quizá en aquel momento Juan intenta llevárselo, pero no puede o no sabe hacerlo. A una caída sigue otra, si no se sabe rectificar a tiempo o huir de la ocasión decididamente.
Esta negativa tan rotunda le da un respiro, los criados se calman. Pero no del todo. Cuando el proceso de Jesús concluyó, el grupo que se agolpa junto a la puerta vuelve al fuego. Y, junto a los soldados, vinieron los criados del pontífice que habían participado en el prendimiento de Jesús y luego en el proceso.
Uno de ellos, para desgracia del apóstol, era precisamente un pariente de aquel Malco a quien había cortado Pedro la oreja en el huerto. Éste se le quedó mirando y volvió a inquirir si no era él uno de los discípulos del procesado: «¿No te vi yo en el huerto con él?» .. Las dudas no disipadas de los demás renacen y se vuelven contra él con fuerza: «Verdaderamente tú eres de ellos, pues tu habla te descubre», al argumento de «que eres galileo» se une la afirmación del pariente de Malco. El grupo rodea amenazador a aquel galileo desconocido. Entonces se produce la gran caída de la tercera negativa y Pedro visiblemente encolerizado y aturdido «comenzó a maldecir y a jurar: yo no conozco a ese hombre»
La tercera negativa carece de subterfugios, no es la evasiva de la primera cuando aduce no conocer o no entender; tampoco es el desprecio a «ese hombre» ya con juramento, es decir con pecado grave contra el segundo mandamiento de la ley de Dios; sino que está lleno de maldiciones. ¿Qué hubiera llegado a hacer si le hubiesen seguido presionando? No es difícil suponerlo pues todos somos capaces de «todos los errores y de todos los horrores», como solía repetir el Beato Josemaría, previniendo ante la poca calidad del elemento humano y para no caer en el orgullo de la presunción.
Es frecuente que los odios peores provengan de amores grandes. El odio que procede del amor es el peor de todos; tanto porque sabe bien lo que más duele, como por la furia desencadenada por el antiguo amor, que intenta justificar la conducta desviada con un resentimiento difícil de explicar desde la pura razón. Pedro podía haber sido peor que Judas y que los que mataron a Jesús, pues su amor era tan grande por el Maestro, que en el alejamiento no hubiera podido refugiarse en la indiferencia. En la historia no faltan ejemplos de resentimientos feroces.
Pero cantó el gallo y Pedro volvió en sí. «Y enseguida cantó por segunda vez un gallo, y se acordó Pedro de la palabra que Jesús le había dicho: «antes de que el gallo cante dos veces me negarás tres». Y recordándolo, lloraba». Mateo precisa que «salió fuera y lloró amargamente» . Ahora hace lo que mucho antes debió llevar a cabo: huir de la ocasión y arrepentirse del primer fallo, para que no vengan otros mayores.»Pedro invirtió una hora para caer, pero en un minuto se levanta y subirá más alto de lo que estaba antes de la caída»»
La amargura y las lágrimas de Pedro nos dan muchas luces sobre su conducta. El pecado de Pedro no fue falta de amor, sino debilidad y presunción. Acude al palacio del pontífice por amor, se queda allí por amor, pero era más débil de lo que pensaba; no se conocía de verdad. Su negación no es falta de fe, sino debilidad pasajera. Estaba fuera de sí cuando negó al Señor, como el hijo pródigo de la parábola. Por eso, cuando vuelve en sí la amargura inunda su corazón. Si hubiera mandado el desamor estaría entre los que perseguían a Jesús, pero no era así.
Al volver en sí comienza una nueva tentación más terrible que las anteriores: la desesperación. Judas también se arrepintió de su traición y reconoció que había entregado sangre inocente, pero desesperó y se ahorcó. Cabía que sucediese algo similar a un hombre tan apasionado como Pedro. Un dolor demasiado intenso puede anular la mente o desalentar el corazón hasta extremos tan abismales que lleven hasta el suicidio o el odio a Dios. Pero una mirada le salvó.Los ojos de Jesús, que no lograron desarmar a Judas, produjeron un vuelco en el corazón de Pedro.
Los criados sacan al Señor de casa del pontífice, abundan los golpes y los empujones. El alboroto es notable, pero aún así la voluntad divina permite que los ojos de Jesús y de Pedro se encuentre en una mirada: «Y volviéndose el Señor, miró a Pedro. Pedro, entonces, se acordó de la palabra del Señor, de cómo le había dicho: «antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Salió fuera y lloró amargamente» .
Jamás olvidaría esa mirada: el relámpago de aquellos ojos le dijo más que mil palabras. En aquellos ojos estaba la respuesta de lo que le había dicho: «te conoces poco, tenías que convertirte, debías vigilar y rezar más, pues la carne es débil, ahora podrás entender lo que es la miseria humana y la misericordia divina». Aquella mirada le reprodujo en su memoria la escena de la Última Cena en que se quedó callado al ser avisado por Jesús. Y la luz se hizo en las tinieblas: «no me condena, me perdona. Soy un miserable, sí; pero Jesús es tan bueno que me perdona».
«Sus miradas se cruzaron. Pedro hubiera querido bajar la cabeza, pero no pudo apartar la mirada de Aquel a quien acababa de negar. Conoce bien las miradas del Salvador. No pudo resistir la autoridad y el encanto de esa mirada que suscitó su vocación; esa mirada tan cariñosa del Maestro aquel día en el que mirando a sus discípulos, afirmó: «he aquí a mis hermanos, hermanas y madre». ¡Aquella mirada que le hizo temblar cuando él, Simón, quiso apartar la cruz del camino del Señor!. Y sin embargo, nunca jamás contempló en el rostro del Señor la expresión que descubre en Él en aquel momento, aquellos ojos impregnados de tristeza, pero sin severidad; miradas de reconvención, sin duda, pero que al mismo tiempo quiere ser suplicante y parece decirle: «Simón yo he rogado por ti».
Su mirada sólo se detuvo un instante sobre él; Jesús fue empujado violentamente por los soldados, pero Pedro la sigue viendo» .
Es la mirada indulgente sobre la llaga sangrante. Entonces comprende que el pecado no es sólo un error humano, sino una ofensa a Dios y un desprecio al amor divino. Y sus lágrimas toman un nuevo matiz, amargo aún, pero esperanzado, pues sabe que Jesús perdona más de setenta veces siete.
Ésta es la oportunidad para la nueva conversión. Un amor, ya no soberbio y presuntuoso, sino humilde y humillado, hará que la roca que es Pedro no se disgregue, sino que resista no sólo con promesas sino con hechos.
Pedro puede hacer suyas las palabras de arrepentimiento de David, aunque su pecado fue mayor que el del profeta rey:
«Misericordia, Dios mío, por tu bondad
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado,
contra tí, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces».
Al mismo tiempo, otras palabras recientes de Jesús acudirían a su memoria: «Simón, Simón, he aquí que satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú cuando te conviertas, confirma en la fe a tus hermanos» . Ahora entiende los avisos del Señor: la tentación era superior a las fuerzas humanas, era una tentación diabólica. No eran las criadas o los soldados los que le han asustando, sino el mismísimo satanás con la colaboración de su imprudencia y su presunción. La oración de Cristo ha impedido que el diablo lo destrozase, y gracias a eso en medio de su pecado conserva la fe. Pues ¿qué se puede hacer si falta la fe? Y esta fe es el punto de apoyo para recomenzar, pues Dios «no rechaza un corazón contrito y humillado» .
La conversión que Jesús le pedía no exigía hacer más cosas, sino hacerlas mejor. Pedro tenía que tener una fe más sobrenatural y un amor más divino. La Piedra se había disgregado cuando se basaba sólo en lo humano, pero una vez acrisolada por la tentación se cohesiona con un cemento mucho más fuerte: la humildad. Así lo enseñará el mismo Pedro en su primera epístola: «Por eso exultáis, aunque ahora, durante algún tiempo, tengáis que estar afligidos por diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe -mucho más preciosa que el oro perecedero que, sin embargo, se acrisola por el fuego- sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, cuando se manifieste Jesucristo»
Por último recuerda el encargo de confirmar en la fe a los demás. Entonces se acordaría de la dispersión. ¿Dónde están los demás? ¡Pobres! Sufrirán como yo, o más, pues son buenos, pero débiles también». Y se une a Juan reuniendo a los Once y otros discípulos en el Cenáculo, cerca de María. Allí permanecerán, a pesar del miedo, hasta el Domingo de Resurrección en que las cosas tomarán un rumbo nuevo.
La vida de Pedro y la de sus sucesores será administrar el perdón y la reconciliación a los negadores del Señor. Su perdón será justicia y misericordia. El perdón sacramental debe ser administrado con los mismos sentimientos que Jesús tenía cuando perdonaba. El que perdona debe ser consciente de que también él necesita y ha recibido perdón:»Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha perdonado Dios a ti» .
Mirando a Pedro no cabe el desánimo para el cristiano, sino volver a luchar: «en este torneo de amor no deben entristecernos las caídas, aun las caídas graves, si acudimos a Dios con dolor y buen propósito en el sacramento de la Penitencia. El cristiano no es un maníaco coleccionista de una hoja de servicios inmaculada. Jesucristo Nuestro Señor se conmueve tanto con la inocencia y la fidelidad de Juan y, después de la caída de Pedro, se enternece con su arrepentimiento. comprende Jesús nuestra debilidad y nos atrae hacia sí, como a través de un plano inclinado, deseando que sepamos insistir en el esfuerzo de subir un poco, día a día» .
Dios es sabio, y sabe que es más fuerte un hombre débil y humilde que uno valeroso pero soberbio. La Iglesia tendrá como roca visible hombres débiles sostenidos por Dios. Cristo no tendrá inconveniente en edificar su Iglesia sobre un hombre que puede caer y ha caído. Dios cuenta también con los instrumentos débiles . Este es el fruto sorprendente de las negaciones de Simón Pedro.
Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo
La mirada de Jesús es la absolución de Pedro tras sus lágrimas amargas. Pero la declaración de esa absolución se produce después de la segunda pesca milagrosa.
Jesús en la Última Cena había dicho: «Todos os escandalizaréis de mí en esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño.Pero después de que resucite, iré delante de vosotros a Galilea» . Así ocurrió cuando Jesús se aparece a algunos de ellos en Galilea. «Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo; Natanel, de Caná de Galilea; los hijos de Zabedeo y otros dos discípulos» .
La segunda pesca milagrosa se produjo cuando Jesús, resucitado más no reconocido, desde la orilla les pide algo para comer; al contestarle que nada tienen les indica que echen la red a la derecha, lo hacen así, y pescan 153 peces grandes. Juan ya al principio de la pesca reconoce al Señor. Y Pedro -impusivo siempre- se arroja al mar para llegar antes a la orilla. Los demás arrastran la red a tierra y se reúnen con Pedro y Jesús. Éste les dice: «Venid a comer» y les ofrece el pez y el pan puestos en las brasas.
El ambiente de aquel desayuno marca un momento inolvidable. Están los ocho alrededor de las brasas. Tienen frío y hambre, aunque no se atreven a comer. Jesús les anima sonriendo con la mirada triunfante de resucitado. Todos callan, el ambiente tiene un clima familiar y cálido propicio para las confidencias. Jesús va repartiendo el pan, como un recuerdo del pan de cada día prometido.
Una vez finalizado el desayuno, cuando todos hubieron reparado sus fuerzas -estaban cansados- el Maestro comenzó a hablar. Le gusta hacerlo en esa intimidad de una sobremesa acogedora. Son muchas las cosas importantes hechas y dichas por Jesús tras la Resurrección. Ahora va a robustecer el papel de Pedro entre los suyos. Jesús se dirige a Simón para confirmarle en la vocación de apóstol y en el primado. La conversación está llena de matices; pues en ella se mezcla la ternura, el perdón y la llamada a una mayor entrega, y ocurre a orillas del mismo lago donde tres años antes le había dicho: «Sígueme», y dejándolo todo, le había seguido. ¡Cuantas cosas han ocurrido en aquellos tres años!. Parece otra vida, y desde luego Pedro es otro hombre, hasta en el nombre.
«Jesucristo interroga a Pedro, por tres veces, como si quisiera darle una repetida posibilidad de reparar la triple negación. Pedro ya ha aprendido y, escarmentado en su propia miseria, está hondamente convencido de que sobran alardes temerarios consciente de su debilidad. Por eso, pone todo en manos de Cristo y dice: «Señor, tú sabes que te amo» . Las tres preguntas se debieron distanciar al modo como se espaciaron las negativas en el patio del pontífice.
La primera pregunta se inicia con el nombre antiguo de Pedro al decirle Jesús: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Pedro debió sentir un sobresalto al sentirse llamado Simón, aunque no era infrecuente que Jesús lo hiciese; pero sintió como si Jesús le dijese: «acuérdate de tus orígenes, si quieres puedes volver a tu tranquila vida anterior. ¿Te acuerdas de tus antiguas preocupaciones?». Y Pedro recuerda todo, incluídas sus negaciónes.
«Sí, Señor, tú sabes que te amo» es la respuesta de Pedro, quizá pronunciada en voz baja. Está lejos de los alardes de entusiasmo y fervor, pero no es menos sincero que antes. «Pedro no se atrevió a responder a todo lo que el Señor le preguntaba; respondió «Yo te amo», sin decir «más que estos». No quiso exponerse a ser mentiroso de nuevo. El podía responder de su propio corazón; no debía ser juez del corazón ajeno» . La lección de humildad ha sido aprendida, debe confiar mucho en Dios y poco en sí mismo si quiere ser fiel, y, desde luego, no compararse con nadie.
«Apacienta mis corderos» es la respuesta de Jesús. En las tres ocasiones que interroga a Pedro sobre su amor concluye con la confirmación de su misión como pastor a semejanza de Cristo. Las dos siguientes dice el Señor: «Pastorea y apacienta mis ovejas». Los matices son importantes.
Lo primero es nombrarle pastor. Al llamarle después de la primera pesca milagrosa le dice que será «pescador de hombres», ahora le nombra «pastor». Cristo nunca habla de sí mismo como pescador, en cambio muy frecuentemente se muestra como «el buen pastor» , el que cuida las ovejas, busca buenos pastos, defiende el rebaño de los lobos, no es un asalariado que huye ante el peligro, llama a cada oveja por su nombre, va delante de ellas; las ovejas conocen su voz pues es el pastor único que forma un sólo rebaño. Pedro será Pastor del rebaño de Cristo.
¿Qué diferencia hay entre el pescador y el pastor? Los dos son oficios sugestivos por lo que simbolizan, pero las diferencias son claras. El trabajo de pescador es difícil: salen habitualmente de noche, pasan frío y se cansan, las capturas no son seguras, los peligros grandes y las tormentas ponen la inseguridad en sus vidas. Por otro lado no debe cuidarse de las crías de los peces, no necesita buscarles alimento, ni defenderles de depredadores que les persigan; si la tormenta es muy fuerte no sale a la mar. No así el pastor pues su trabajo es de tiempo completo, noche y día. Deberá buscar pastos, curar las ovejas heridas, buscar a las perdidas, defenderlas de los lobos, colocarlas en el redil, conocerlas por su nombre. Es un trabajo de dedicación completa, pues incluso cuando descansa en un buen prado debe estar atento a lo inesperado. La imagen de pastor indica una mayor y más paciente entrega que la de pescador.
El Pastor debe regir el rebaño: «Enseñamos, pues, y declaramos que, según los testimonios del Evangelio, el primado de jurisdicción sobre la Iglesia universal de Dios fue prometido y conferido inmediata y directamente al bienaventurado Pedro por Cristo Nuestro Señor (…) Porque sólo a Simón Pedro confirió Jesús después de su resurrección la jurisdicción de pastor y rector supremo sobre todo su rebaño, diciendo: «Apacienta mis corderos». «Apacienta mis ovejas»» .
La distinción entre ovejas y corderos también nos da una luz sobre el modo de ejercer este servicio de regir la Iglesia. Los corderos son los hijos de las ovejas. Quizá el Señor le quiere decir: «cuida de los que son firmes en la fe y traen a otros a la vida, y no descuides a los que son menores y deben crecer en vida espiritual». «Apacienta mis corderos» viene a significar: fortalece a los débiles y enseña a los que se inician en la vida cristiana . Y todo eso sin descuidar a los que son fieles y dóciles como las ovejas, pues serían una tentación perversa descuidar a los buenos por dedicarse a los difíciles. Una cosa no debe llevar a desatender la otra. No cuidar bien a los que se considera seguros puede ser una imprudencia unida a una injusticia que lleve a perder a los fieles, sin conseguir tampoco a los infieles: algo así como dejar a los hijos expuestos a la intemperie.
La primera negación fue fruto amargo de la presunción y la imprudencia. La primera pregunta del Resucitado confirma la curación del apóstol. La segunda negación fue más honda, pues llevó consigo juramentos y más imprudencias. De ahí la insistencia y «de nuevo preguntó por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?. Le respondió tú sabes que te amo». Esta pregunta nos revela las hondas raíces del pecado en el hombre. No se puede curar un cáncer con apirinas, aunque sea un medicamento estupendo. El pecado original debilitó mucho al hombre. De un modo vivo lo expresa San Pablo: «Al querer hacer el bien encuentro esta ley en mí: que el mal está junto a mí; pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu y me esclaviza a la ley del pecado, que está en mis miembros» . San Agustín decía que las pasiones malas le tiraban de la ropa. Todo hombre experimenta malas tendencias y no las conoce todas. Eso es lo que experimentó Pedro. La honda raíz de la herida necesitaba una cura profunda, por eso Cristo insiste en el amor, y Pedro repite su amor sincero, aunque sea débil.
La tercera vez pregunta de Cristo entristeció a Pedro, que quizá pensó que Jesús había perdido la confianza en él. «Le preguntó por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió: Señor, tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo» . La respuesta refleja tristeza, pero no rebeldía. Pedro es consciente de su fragilidad, por eso al decir a Jesús que él lo sabe todo, le está diciendo: «sí, es verdad que prometí y no cumplí, es verdad que me comparé y no supe estar a la altura de las circunstancias, es cierto que soy capaz de cosas peores; pero, a pesar de los pesares, mi amor es sincero, te quiero de verdad».
Sí, Pedro ha acertado en el acto de contricción. Su arrepentimiento es verdadera contricción -dolor de amor-, no es fruto del temor, ni pena por verse tan poca cosa, sino sufrimiento por haber ofendido a quien ama con todas las veras de tu alma. Jesús sabía lo que Pedro afirmó, y lo sabía mejor que él, pero quiere que lo diga, pues sabe lo conveniente que es al hombre, más si es pecador, expresar las cosas con palabras. Entre los que se aman no caben secretos; y si algo falla, el diálogo hasta el fondo permite una reconciliación que lleve a una unión mayor a la que existía antes del fallo. Eso hizo Pedro con un arrepentimiento sincero lleno de dolor de amor.
Entonces Jesús vuelve a confirmar el encargo primero de pastor: «Apacienta mis ovejas». Son las ovejas de Jesús, no las de Pedro. Son los corderos que ya han crecido y han madurado en la fe, como dice Bossuet: «a Pedro es a quien ordena Jesús apacentar y gobernar los corderos y las ovejas, los pequeñuelos y las madres, y hasta los mismos pastores . Pastores respecto a los pueblos, y ovejas respecto de Pedro, honran en él a Jesucristo» .
Jesús concluye con una afirmación solemne: «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven te ceñías tú mismo e ibas donde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras». El propio Juan, que murió mucho más tarde, aclara en el evangelio el sentido de estas palabras: «esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios» . Según la tradición, San Pedro siguió a su Maestro hasta morir crucificado cabeza abajo en la persecución de Nerón en Roma donde descansan sus restos.
Jesús le recuerda que antes no podía llevar la cruz, ahora sí. Pero le muestra – y nos muestra- el sentido de la libertad humana como ejercicio del amor que se manifiesta en entrega. La libertad no es una excusa para pecar, ni un hacer indiferente, sino la oportunidad de amar con más plenitud. «Nada más falso que oponer la libertad a la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad» , y esto es así porque el sentido de la libertad es amar: «La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata, cuando se gasta en buscar el Amor infinito de Dios, que nos desata de todas las servidumbres» .
Pedro ya puede vivir la nueva libertad de los hijos de Dios; por eso cuando pregunta con sencillez qué sucederá con Juan, Jesús le responde: «Tú sígueme» . ¡Qué distinto es este sígueme del primero con el que dejó todas las cosas! Antes pensaba que dejaba todo para seguir a Jesús, y esa era su intención. Ahora ya sabe en qué consiste esa entrega: ser como Jesús, ser «otro Cristo» , «el mismo Cristo». Jesús es humilde y se le encuentra en la Cruz con una entrega plena al Padre y a todos los hombres. Aún le queda camino, pero ya sabe recorrerlo al ritmo de Dios. San Agustín lo expresa así: «A continuación, le dijo el Señor: Sígueme, más no en el mismo sentido que al llamar a sus discípulos. También entonces había dicho «sígueme», pero entonces fue una invitación a seguir su doctrina; ahora es para conseguir la corona» , añadiendo en otro lugar: «solamente a Pedro le dice: Sígueme, y no le falta razón, pues no sólo padeció la muerte, sino que la padeció como Cristo, muerte de Cruz» .
El nuevo Pedro
Ya se descubre algo del nuevo Pedro en la elección de Matías, pero es tras la venida del Espíritu Santo en Pentecostés cuando se revelará de un modo más pleno la nueva personalidad de Simón Pedro labrada por Cristo. Lo humano de este pescador de Galilea es buen material para la acción del Espíritu Santo. Hasta sus errores humanos revelan su actitud de querer cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios. Veamos algunos de los momentos más significativos de su actuar.
Pentecostés
Todos los apóstoles, junto a la Virgen María y los que se encontraban en el Cenáculo, recibieron el Espíritu Santo, vivieron el mismo viento impetuoso, el ruido proveniente del cielo y las lenguas de fuego unidos a la valentía y el don de lenguas, pero sólo Pedro habla a los que se reúnen allí -más de tres mil personas-. Sus palabras están llenas de fe y de caridad para todos. No existe en ellas ni una queja rencorosa por lo mucho que han hecho sufrir al Maestro, o a él mismo. Supo llegar al corazón de aquellos que le escuchan de tal modo que «al oir esto se dolieron de corazón y dijeron a Pedro y a los demás Apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les dijo: convertíos, y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» .
Su palabra es segura y sin temor. Docta sin pedantería. Sencilla y directa sin rudeza. La fe de Pedro ya es una fe convertida, y mucho más fuerte que cuando afirma que quiere morir por el Maestro, o cuando quiere disuadir a Jesús de dirigirse a la muerte. Ahora sabe realizar con dignidad lo que antes hizo Nuestro Señor.
El milagro del cojo de nacimiento
En los comienzos de la predicación de Pedro tuvo una especial importancia. Se trata de un milagro:
«Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona. Había un hombre, cojo de nacimiento, al que solían traer y colocar todos los días a la puerta del Templo llamada Hermosa, para pedir limosna a los que entraban en el Templo. Viendo éste a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió que les dieran una limosna. Pedro fijó en él su mirada, junto con Juan, y le dijo: Míranos. El les observaba, esperando recibir algo de ellos. entonces Pedro le dijo: No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, eso te doy: en el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda. Y tomándole de la mano lo levantó, y al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos. De un brinco se puso en pie, y entró con ellos en el templo andando, saltando y alabando a Dios» .
Muchos son los milagros realizados por Jesús, y quizá por el mismo Pedro y los demás, pero éste es el primero realizado sin estar presente el Señor en cuerpo mortal entre ellos. La importancia de este milagro reside en atestiguar la presencia espiritual de Cristo y el poder de la fe de los cristianos. Es de notar que Pedro no busca hacer un gesto para atestiguar la fuerza de su doctrina, sino que le sucede como al Señor, simplemente se duele de la situación del lisiado y, movido de una caridad grande, le sana: desata en la tierra algo externo y en el cielo se cumple su voluntad.
Es destacable la pobreza material patente unida al extraordinario poder de curar. No parece que le importe demasiado la carencia de bienes materiales, pero sí le duele el dolor del cojo de nacimiento, y éste brinca de gozo ante el milagro del poder y la compasión. Cuando todos se sorprenden vuelve a decir que se conviertan y crean. Éste será el estribillo de las palabras de Pedro, cualquiera que sea la situación.
En la cárcel
El milagro y las palabras de Pedro y Juan producen en la autoridades el mismo efecto que los de Cristo: unos creen y otros se oponen hasta el punto de encerrarles en la cárcel para interrogarles y acallarles. Pedro habla a las autoridades de un modo similar a los que acudieron al Cenáculo el día de Pentecostés, con claridad y fortaleza, pero sin amargura, sino con caridad y ánimo de recuperar a todos los que pueda.
La contestación de los dos apóstoles es clara:
«Juzgad vosotros delante de Dios si es justo obedeceros a vosotros más que a Dios» .
Dos veces más fue encarcelado. Los mismos sanedritas quedaron desconcertados ante la audacia y la fe de aquellos hombres iletrados. En esta ocasión están dispuestos a tomar medidas fuertes contra ellos. Un ángel les libera y les manda predicar en público; los vuelven a detener y Pedro insiste en su contestación anterior que convendría tallar en piedra y oro: «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» , y explica con más detalle quien es Jesús. Los que les escuchan se enfurecen y quieren matarlos. Les defiende un fariseo famoso llamado Gamaliel que consigue evitar la matanza. Pero antes de soltarlos les azotaron. «Ellos salían gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de ser ultrajados a causa del Nombre» . La octava bienaventuranza que auguraba felicidad en las persecuciones se iba cumpliendo y , junto a ella, un maduración de Pedro en la fe, la esperanza y la caridad.
Será su ángel
El tercer encarcelamiento fue bastante posterior, pues lo realizó Herodes después de matar a Santiago el menor al darse cuenta de que persiguiendo a los cristianos agradaba a los judíos. Vale la pena recoger todo el texto de su liberación pues revela el ambiente que se daba a entre los cristianos
«Pedro estaba encerrado en la cárcel, mientras la Iglesia rogaba incesantemente por él a Dios. Cuando Herodes iba a presentarlos, aquella misma noche dormía Pedro entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, guardando su prisión unos centinelas delante de la puerta. De pronto se presentó un ángel del Señor y un resplandor iluminó la celda. tocó a Pedro en el costado, le despertó y dijo: ¡levántate de prisa!; y se cayeron las cadenas de sus manos. El ángel le dijo: Ciñete y ponte tus sandalias. Y así lo hizo. Y añadió: ¡Ponte el manto y sígueme! Saliendo le seguía, pero ignoraba que fuera realidad lo que hacía el ángel y pensaba que era una visión.
«Atravesaron la primera guardia y la segunda y llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad, la cual se les abrió por sí sola. Salieron y avanzaron por una calle y de repente el ángel le dejó. Entonces Pedro, vuelto en sí, dijo: Ahora comprendo realmente que el Señor ha enviado su ángel, y me ha librado de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío. Consciente de su situación, se dirigió a casa de María, madre de Juan, de sobrenombre Marcos, donde estaban muchos reunidos en oración. Llamó a la puerta del vestíbulo y al oírlo acudió una sirvienta llamada Rode. Al reconocer la voz de Pedro no abrió la puerta, por la misma alegría sino que corrió hacia dentro y anunció que Pedro estaba a la puerta. Ellos le dijeron ¡estás loca! Ella, sin embargo insistía que no era así. Entonces dijeron: Será su ángel. Pedro continuaba llamando. Al abrir le vieron y se llenaron de asombro» .
La escena mezcla lo dramático con lo alegre de un modo lleno de sencillez. Pedro está totalmente abandonado en las manos de Dios. La familiaridad de él y los demás con los ángeles y sus reacciones espontáneas en este sentido nos dejan ver el ambiente de los primeros cristianos.
El servicio
Una de las primeras cosas realizadas por los cristianos fue vivir la caridad en su aspecto material. Les parecía inconcebible que un cristiano padeciese necesidad y otro nadase en la abundancia. Los apóstoles administraban las donaciones y las distribuían como lo habían hecho en el tiempo en que acompañaron al Señor. Pero los números les superaban. Cada vez era mayor el número de los cristianos, y casi no podía hacer otra cosa.
Aquí aparece de nuevo Pedro con los demás apóstoles centrando bien el papel de los sacerdotes en la Iglesia:
«No es conveniente que nosotros abandonemos la palabra de Dios por servir a las mesas. Escoged, hermanos, de entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, a los que constituyamos para este servicio, mientras nosotros nos dedicaremos asiduamente a la oración y al ministerio de la palabra» .
La prudencia le lleva a aplicar el mandato de servir de diversas maneras según las necesidades. Pedro sabe adaptarse a situaciones nuevas sin perder el espíritu.
Ananías, Safira y Simón el mago.
La misma generosidad de los primeros dio lugar a un abuso que podía pervertir el espíritu de los comienzos. A nadie se le obligaba a dar limosna, pero muchos la daban y eran bien vistos por los demás, como es natural. Ananías y Safira venden un campo y dan la mitad diciendo que era todo. Esta mentira es duramente reprendida por Pedro que dijo: «Ananías, ¿por qué satanás llenó tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo y retuvieras parte del precio del campo? ¿Acaso no era tuyo mientras lo tenías y, una vez vendido su precio permanecía en tu poder? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oir estas palabras cayó a tierra y expiró» . Tres horas más tarde sucedió lo mismo a su mujer.
Esta dura escena revela la energía de Pedro para conducir la Iglesia en los primeros momentos. La mansedumbre y la dulzura de la caridad no están reñidas con la fortaleza para corregir. Y el castigo divino revela que Pedro obró adecuadamente.
El caso de Simón el mago es de peor especie, aunque también se mueve cerca del dinero. Este recién convertido al ver los milagros que hacían los apóstoles les ofreció dinero para hacer lo mismo. No consta que fuese con fines lucrativos, pues parece más bien un afán de tener un poder sobrenatural a usar caprichosamente, pero la contestación de Pedro es fulminante: «Que tus monedas vayan contigo a perdición, pues has pensado que con dinero se puede conseguir el don de Dios» . Simón el mago se arrepintió. Así Pedro corrige desde el principio un mal gravísimo que llamamos simonía en alusión a quien lo intentó. Pedro vigila para que no se adultere la doctrina viva de Cristo.
El centurión Cornelio
El evangelio es para todos.Y también el bautismo. Pero las primeras conversiones de gentiles fueron llegando gota a gota. La conversión del centurión Cornelio se debe a una intervención directa de Dios con él que le envía a Pedro, y a otra intervención con Pedro para que lo acepte.
De hecho, cuando Pedro lo presenta a la comunidad -algo reticente por lo que parece- debe dar muchas razones. Entonces «todavía estaba diciendo Pedro estas cosas cuando descendió el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban estas palabras; y quedaron atónitos los fieles provenientes de la circuncisión que habían acompañado a Pedro, porque también sobre los gentiles se derramaba el don del Espíritu santo; pues les oían hablar lenguas y glorificar a Dios. Entonces habló Pedro: ¿Podrá alguien negar el agua para bautizar a éstos que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo» .
Pedro ejercita el magisterio y el mando de una manera inequívoca en un momento especialmente importante. Además queda claro que el poder de decidir no está separado de la acción del Espíritu Santo, sino que se coordinan adecuadamente
Pedro ejercita el Primado
Estos hecho muestran una realidad: Pedro es responsable de la misión encomendada por Jesucristo. Manda, vigila, anima, corrige, encauza, reza, se mortifica, se alegra de acudir a los peligros. Ya veremos, al estudiar el concilio de Jerusalén como se desarollará su función, sobre todo en el aspecto jurídico. Pero ya en los comienzos podemos ver en germen todas las tareas encomendadas a quien debe ser Vicario de Cristo y Primado, ejerciendo con plenitud los poderes otorgados a la Iglesia.
Pedro enseña. Y para eso se apoya en la fidelidad a lo aprendido de Cristo. Es un transmisor de cosas recibidas.
Pedro bautiza y exhorta a la conversión. La Iglesia es esencialmente misionera y está llamada a llegar todos los hombres.
Pedro corrige cuando se dan desviaciones. Su jurisdicción llega a la conciencia, pues son cuestiones de conciencia las que atiende la Iglesia.
Pedro camina delante de los demás como el pastor va delante de las ovejas.
Pedro adapta lo variable a las circunstancias nuevas sin perder lo esencial. Exhorta y disipa dudas.
En definitiva, vemos en Pedro a la Piedra o Roca que, con la indispensable ayuda divina, realiza en el tiempo una misión de salvación que realizarán también sus sucesores, los obispos de Roma, lugar donde murió.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Los 12 apóstoles. 2ª ed Eunsa pedidos a eunsa@cin.es
te amo jesus
Pedro representa la humildad y que ante Dios todos somos iguales e importantes, un pescador, pero hombre sencillo y trabajador, con una historia igual a la de todo hombre actual, traabajo casa esposa, pero obedeció la invitaccion del maestro, apartir de alli la vida de Pedro cambio, y es que cuaando Jesus pasa nada es igual todo cambia, Pedro por los dones del Esspiritu Santo, lider, dentro de la cristiandad representa la entrega servicio,con Pedro comienza el reconocimiento de la debilidad, para que Jesus fuese el fuerte, con Pedro nace el sentido del arrepentimiento, lloró de arrepentimiento al haberle negado y gozó del perdón, ésl fue el primero en perdonarse a sí mismo para salir al encuentro del Perdón divino, HOY DIA LOS PEDROS ACTUALES, LOS HIJOS PREDILECCTOS DEL SEÑOR, LOS SACERDOTES, al deccir si a su vocación dejan todo, ccomodidad papá mamá casa, y muchos hasta profesión, hay un cambio grande en éllos, igual que PEDRO, con capacidad de servicio-obediencia,y siempre al lado de Jesús, con la gran responsabilidad de otorgar los sacramentos, POR TODOS ESTOS PEDROS EEN EL MUNDO ENTERO NUESTRA ORACION ,por sus soledades, por sus luchas, internas y externas, oremos por estos Pedros que sienten y necesitan no son robots son humanos elecados a lo espiritual, oremos no censuremos.DIOS LES BENDIGA
Pedro representa la humildad y que ante Dios todos somos iguales e importantes, un pescador, pero hombre sencillo y trabajador, con una historia igual a la de todo hombre actual, traabajo casa esposa, pero obedeció la invitaccion del maestro, apartir de alli la vida de Pedro cambio, y es que cuaando Jesus pasa nada es igual todo cambia, Pedro por los dones del Esspiritu Santo, lider, dentro de la cristiandad representa la entrega servicio,con Pedro comienza el reconocimiento de la debilidad, para que Jesus fuese el fuerte, con Pedro nace el sentido del arrepentimiento, lloró de arrepentimiento al haberle negado y gozó del perdón, ésl fue el primero en perdonarse a sí mismo para salir al encuentro del Perdón divino, HOY DIA LOS PEDROS ACTUALES, LOS HIJOS PREDILECCTOS DEL SEÑOR, LOS SACERDOTES, al deccir si a su vocación dejan todo, ccomodidad papá mamá casa, y muchos hasta profesión, hay un cambio grande en éllos, igual que PEDRO, con capacidad de servicio-obediencia,y siempre al lado de Jesús, con la gran responsabilidad de otorgar los sacramentos, POR TODOS ESTOS PEDROS EEN EL MUNDO ENTERO NUESTRA ORACION ,por sus soledades, por sus luchas, internas y externas, oremos por estos Pedros que sienten y necesitan no son robots son humanos elecados a lo espiritual, oremos no censuremos.DIOS LES BENDIGA
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