La madre de los Apóstoles

Lamadredelosapostoles.encuentra.com.intLa importancia de la madre en la vida de todo hombre es grande. También para los apóstoles. La calidad de los hijos alienta la curiosidad de conocer el temple de sus madres.

Jesús llamó a los que quiso y vinieron a él[336]. La libertad divina con que Jesús llama a los Apóstoles queda bien clara, la vocación de los Doce es una vocación explícita, no es fruto de sus méritos, sino una llamada divina realizada en público por el mismo Jesús.

Entre los llamados estaban dos hermanos: Juan y Santiago. Estos dos hermanos eran hijos de Zebedeo, un pescador propietario de su barca en el lago de Genesaret. Juan era el primero de los discípulos de Jesús, pronto convenció a su hermano de su descubrimiento del Mesías, y es muy posible que hablase a toda la familia incluídos sus padres. Algo más tarde Jesús les vuelve a encontrar o buscar y les llama a ser sus discípulos. Mateo lo narra así: Caminando junto al mar de Galilea vió a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, su hermano, que echaban la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Y ellos al punto, dejando las redes, le siguieron. Y siguiendo adelante vió a otros dos hermanos, a Santiago hijo de Zebedeo y a su hermano Juan, que estaban componiendo sus redes en la barca de Zebedeo, su padre, y los llamó. Y ellos, dejando al punto la barca y a su padre, le siguieron[337]. Marcos añade que su padre también tenía jornaleros[338]. En la elección de los Doce se les nombra haciendo referencia también a su padre diciendo Santiago, el hijo del Zebedeo y Juan su hermano[339]. La referencia a Zebedeo, padre de Juan y Santiago, llama la atención pues no se cuenta nada de él en los evangelios. Nosotros podemos suponer que sería un hombre de categoría por la personalidad de sus hijos llamados Boanerges hijos del trueno, es decir, gente de carácter fuerte; entre las virtudes de Zebedeo debemos contar como sobresaliente la de educar bien a sus hijos, como demostrarán los hechos posteriores.

La que sale varias veces en el Evangelio es su madre, la mujer de Zebedeo. Se encuentra entre la mujeres que estaban al pie de la Cruz de Jesús, Mateo no la llama por su nombre sino que la cita como la madre de los hijos de Zebedeo[340]; se la suele identificar con la Salomé que estaba con las santas mujeres. Una conversación que tuvo con Jesús nos permite conocer algo más de ella: Entonces se acercó a él la madre de los hijos del Zebedeo con sus hijos y se postró para pedirle algo. el le dijo: ¿Qué quieres? Ella le responde: “Dí que éstos dos hijos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en el reino”[341]. Como buena madre quiere lo mejor para sus hijos, aunque entienda poco del Reino que va a instaurar Jesucristo en la tierra, y no piense en el enfado de los compañeros de sus hijos. Jesús aprovechará la sencillez y la petición ambiciosa de la madre de Juan y Santiago para aclarar a todos que su Reino es de servicio y humildad, corrigiendo así la excesiva visión humana que se transparenta en las palabras de aquella buena mujer.

Cuando Juan y Santiago se deciden a seguir a Jesús, su madre debió contagiarse del entusiasmo y de la alegría de sus hijos. Es fácil imaginarla activa entre las mujeres que sirven al Señor y a sus discípulos. Para ella, como para la madre de otros dos discípulos -Santiago y Judas Tadeo-, se añadía la presencia de sus hijos al hecho de ser discípulas del Señor. La maternidad y la fe se unen de una manera admirable en ese servicio que no les era nada duro, sino muy grato y reconfortante. Es un caso de sintonía agradable entre madre e hijos para seguir la llamada de Dios. Cierto que su entusiasmo y su deseo de la preferencia para sus hijos junto al Mesías refleja poca comprensión de lo que Jesús predica, y poca rectitud de intención, pero ¿acaso no discutían los Apóstoles sobre quien era el primero una y otra vez.?. Ella está al nivel de sus hijos. Más tarde rectificará hasta el punto de ser más fiel que sus hijos al permaner al pie de la Cruz; eso sí con la satisfacción de que uno de sus hijos, Juan, también esté junto al Maestro en aquellos momentos de huída generalizada.

¿Son así todos los padres respecto a la vocación sobrenatural de sus hijos? La experiencia de la historia nos muestra todo el arco de posibilidades: desde los padres que desean que sus hijos tengan una vocación de entrega apóstolica, hasta los que se oponen con medios duros, pasando por los que respetan la libertad de la elección libre y madura de sus hijos sin entenderlos demasiado. De hecho los padres también han sido hijos, y en un momento dado abandonaron a sus padres para formar una nueva familia: dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una sola carne[342], esa es ley de vida aceptada por todos; pero cuando se presenta una vocación al celibato apóstolico las cosas parecen más difíciles que en la elección matrimonial.

Para reflexionar sobre el papel de los padres en la vocación de sus hijos, conviene comenzar diciendo que todo ser humano tiene una vocación de entrega plena a Dios. Pensar que la vocación al celibato o a la virginidad por amor de Dios prescindiendo del Matrimonio es la única vocación es un error. Es frecuente que para hablar de la vocación se suela hacer referencia a este tipo de entrega, pero no es lo correcto, ya que todo hombre tiene una vocación divina que debe encontrar.La vocación al celibato es para una parte mínima de los mortales, aunque se cuenten por millones a finales del siglo XX, pero en los miles de millones de habitantes del globo son una pequeña minoría. Los padres conviene que estén pendientes siempre de la voluntad de Dios. No se trata de que ellos decidan cual es el futuro de sus hijos, pero sí que tengan en cuenta los planes de Dios por si pueden coincidir con los que ellos hacen, o no. De hecho el Matrimonio es una auténtica vocación divina, pero la virginidad y el celibato son una vocación superior, pues se entrega a Dios el alma y el cuerpo para servirle con el corazón individido. No quiere decir esto que los que elijan el celibato sean más santos que los que eligen el Matrimonio, eso dependerá de la generosidad con que vivan su vocación, pero la vida célibe por Amor a Dios es superior a la vida matrimonial como atestiguan repetidamente los Romanos Pontífices y la Sagrada Escritura. Lo ideal para padres o hijos es estar pendientes de lo que pide Dios, ahí está la clave para evitar conflictos y acertar en las soluciones más prudentes.

La historia de las reacciones antes la vocación célibe de sus hijos es variadísima, incuso entre los santos. Se dan caso como los de las dos Teresas -la de Avila en el siglo XVI y la de Lisieux en el siglo XIX- en los que sus padres colaboran positivamente y con entusiasmo. Es de resaltar que en estos dos casos los dos padres eran viudos, para ellos desprenderse de sus hijas era un sacrificio notable, ya que aumentaba su soledad. Pero en los dos la fe pudo más que el posible egoísmo, y apoyan la libre decisión de sus hijas, las cuales se contarán entre las grandes santas de la Iglesia; no olvidemos que entonces sólo eran dos jovencitas saliendo de la adolescencia. Se podía aducir que «eran entusiasmos de juventud», que «se les pasaría con el tiempo»…; pero no fue así como se vió con el paso de los años. No les cortaron las alas y volaron alto, alto.

Entre los casos opuestos se encuentran los de Tomás de Aquino y Francisco de Asís en el siglo XIII, y el de Catalina de Siena en el siglo XIV. No podemos citar casos de nuestros días, pues los hijos aún no han sido canonizados, pero seguro que más de un santo el cual aún convive con nosotros ha experimentado la dura oposición de sus padres, en algunos casos atacando la libertad más mínima y en otros llegando a la misma oposición a Dios.

Los tiempos pasados no parece que fueran más fáciles que los nuestros para seguir a Dios. En la cristiana Edad Media el padre de Francisco recurre a todos las influencias posibles para disuadir a su hijo, incluída la petición de ayuda al obispo local, hasta que el hijo le entrega hasta su ropa para que no pueda decir que se lleva algo paterno. Catalina recibe reprimendas, lloros, golpes, ser tratada como sirvienta, permanecer encerrada en su habitación durante mucho tiempo, y eso que no quería marchar de casa para hacerse religiosa, pero tampoco quería casarse como había previsto su madre, sino servir a Dios el modo que el mismo Jesucristo le había hecho ver; no le fue fácil comenzar lo que luego sería una gran reforma de la Iglesia.

El caso de Tomás de Aquino es más fuerte, pues a las recomendaciones, siguen las amenazas de rigor, y llegan sus familiares a colocarle una cortesana en sus habitaciones para disuadirle de la entrega a Dios facilitándole el pecado. Los efectos fueron los contrarios, pero conviene no olvidar que entonces Tomás tenía dieciseis años y aún no era el santo que llegó a ser. ¿Se habrán dado casos de santos frustados por conductas similares de los padres? Es posible que sí, de momento recemos por sus almas, y porque no se cieguen los ojos paternos de algunos que debían tener más fe.

¿Deben favorecer los padres siempre los primeros impulsos de sus hijos, o provocarlos? La respuesta debe ser matizada y meditada. Los padres deben tener visión sobrenatural y fe; después conviene que pongan pegas razonables a los ímpetus juveniles de los hijos generosos; de un modo parecido a como deben poner pegas razonables a los hijos díscolos y egoístas. Pegas razonables son las que se ajustan a la razón, es decir, que nunca se opongan a la ley de Dios, que permitan una libertad suficiente, y sobre todo que aseguren las decisiones firmes y seguras. Esto es tan aplicable a los hijos con vocación al celibato, como a los hijos con vocación matrimonial o a los hijos balas perdidas. Tratarlos de un modo desigual sería una injusticia.

Conviene tener en cuenta que la paternidad es muy fuerte, y la maternidad más. Los padres junto al amor desinteresado y generoso a sus hijos tienen, lo quieran o no, la inclinación al egoísmo propia del pecado original. La paternidad se puede deformar. Es muy fácil que piensen en «mis hijos», haciendo hincapie en el pronombre posesivo «mis», y olvidando algo más el de «hijos», que son también hijos de Dios. El cariño propio de los padres puede convertirse en un hacer y deshacer en la vida de los hijos sin contar casi con ellos y, quizá, tampoco con los planes de Dios. Se planea su futuro, su profesión, su posible matrimonio y casi sin querer se pretende que los hijos sean un reflejo de los deseos de sus padres, cuando lo más correcto es formarlos para que usen bien su libertad.

Si el hijo se presenta de improviso con deseos de entregarse a Dios por completo conviene hacerle reflexionar, consultar con el sacerdote que dirige el alma de su hijo, si lo tiene, y rezar. Cabe que piensen que no es lo suyo, pero no es correcto pensar que han perdido un hijo. San Bernardo de Claraval decía en el siglo XII a unos padres que se quejaban de la decisión de entrega a Dios de su hijo lo siguiente: Si a vuestro hijo Dios lo hace suyo ¿qué perdeis vosotros en ello o que pierde él mismo? …Si le amáis, habéis de alegraros de que vaya al Padre, y a tal Padre. Cierto, se va a Dios; más no por eso creáis perderlo, antes bien, por él adquirís muchos otros hijos(…) No lloréis, no os lamentéis, que vuestro Godofredo al gozo corre, no al llanto.

Cabe también un temor ante una entrega generosa, que les puede parecer dura y exigente. La respuesta no puede ser más que la de la fe y la de la esperanza en Dios. Lo cierto es que la generosidad y la perseverancia de sus hijos depende en gran medida de los padres.

Es cierto que a finales del siglo XX es frecuente que se dé un cierto temor ante cualquier compromiso al comprobar el elevado número de matrimonios que fracasan y la infidelidad ambiental; pero no parece que impedir los matrimonios sea el mejor camino para evitar los fracasos matrimoniales, sino formar a los hijos en la fidelidad para que sean hombres o mujeres maduros. Lo mismo cabe decir de las vocaciones de entrega célibe.

El Papa Juan Pablo II exhortaba a una tierra tan generosa en vocaciones como Irlanda diciéndoles: Vuestro primer deber y vuestro mayor privilegio como padres es el de transmitir a vuestros hijos la fe de vuestros padres. El hogar debería ser la primera escuela de oración. La gran influencia espiritual de Irlanda en la historia del mundo se debió en gran parte a la religión de los hogares de Irlanda, porque aquí es donde comienza la evangelización, aquí es donde se nutren las vocaciones. Dirijo un llamamiento a los padres irlandeses para que continúen fomentando vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa en sus hogares, entre sus hijos e hijas [343].

Es posible que los padres no vean lo que los hijos ven, e incluso se obcequen ante una decisión madura de sus hijos. No nos debe extrañar, aunque apene, pues ha sucedido mucho en la historia de la Iglesia; pero conviene recordar que se pueden convertir en instrumentos del diablo en la tarea de disuasión de la generosidad de sus hijos, que de otra manera pueden llegar a ser unos formidables instrumentos de Dios.

Si los padres no tienen fe se comprende algo más su oposición, aunque deben respetar de un modo natural la libertad de sus hijos, aún poniendo los obstáculos razonables que aconseje la prudencia; pero lo extraño es que en ocasiones se da esa oposición en padres cristianos, que se confiesan con sacerdotes que también son hijos de otros padres, que comulgan con Aquel que dijo que el quiere a su padre o a su madre más que Mí no es digno de Mí. Es extraño si no se conociesen las artimañas de Satanás, que tienta recurriendo al cariño paterno para hacer lo que pueden ser auténticas tropelías,como vimos en el caso de Santo Tomás.

Los hijos deben amar a los padres, y aunque ellos no entiendan su vocación en un comienzo no debe disminuir su amor a ellos, más bien debe crecer, como indica Forja Agradece a tus padres el hecho de que te hayan dado la vida, para poder ser hijo de Dios. -Y sé más agradecido, si el primer germen de la fe, de la piedad, de tu camino de cristiano, o de tu vocación, lo han puesto en tu alma[344]

Si Dios permite que las dificultades sean grandes no es bueno quejarse, sino aprovechar esa dificultad para purificar la rectitud de intención y para fortalecer el ánimo, ya que es posible que lo necesite muy fuerte en las batallas que deba librar en el futuro, las dificultades familiares pueden ser para el alma una forja no pequeña.

Juan y Santiago pasarían una cierta vuergüenza ante la petición de su madre; pero es significativo ver como Jesús no corrige a la madre, sino a los hijos elevando su punto de mira sobrenatural. Jesús trata con guante de seda a la buena madre, pues sabe que es el cariño a sus hijos el que le lleva a pedir algo inconveniente. Al pie de la Cruz, fijándose en los dos ladrones crucificados a los dos lados de Jesucristo, Salomé recordaría su petición de que sus hijos estuviesen uno a su derecha y otro a su izquierda y agradecería la misericordia de Dios que disponía las cosas de manera más sabia que la que ella pedía en su ignorancia.

El mandamiento divino de amarse los padres y los hijos se convertirá con Jesús en el dulcísimo precepto como lo llamaba el Beato Josemaría Escrivá, pero ello no quita que se deba querer con un amor superior a Cristo que a los mismos padres como enseña Jesús con palabras claras: si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a la esposa y a los hijos y a los hermanos y a las hermanas, hasta la propia vida, no puede ser mi discípulo[345]. Esta palabras se deben entender en el contexto de amar a todos de una manera plena, pero que ningún amor por bueno que sea sea superior al amor a Dios. Pues ante Dios no hay media tintas. Se podrían traducir las palabras de Cristo por amar más, amar mejor, más bien, por no amar con un amor egoísta ni tampoco con un amor de corto alcance: debemos amar con el amor de Dios [346]. Jesucristo es modelo de ese amor a todos con amor divino. Trata con enorme cariño a su Madre, pero ese amor no le aparta de su misión divina; la Virgen María a su vez sabe apoyarle siempre del modo más adecuado, secunda la misión de su divino Hijo.

Acabemos con unos cuantos testimonios de santos sobre el tema de la vocación de los hijos que pueden ser útiles para la meditación tanto de los hijos como de los padres. San Agustín en el siglo V dice: Amad a los padres, más poned a Dios por delante de los padres [347]. San Jerónimo en el siglo IV corrobora la misma idea: Honra a tu padre, pero si no te separa del verdadero Padre [348]. San Ambrosio también en el siglo IV es más explícito en las posibles ambigüedades del amor paterno-filial cuando clama a las vírgenes que se entregan a Dios: Cuando en el seno del hogar te presente el demonio la batalla mostrándote a los padres suplicantes, con lágrimas en los ojos anunciadoras del dolor que tu partida deja en sus corazones, no te rindas, sino, puesta la mirada en Dios, resiste valerosamente, porque si alcanzas victoria en el ataque del amor paterno no habrá ya amor del mundo capaz de volverte atrás [349] . Poco más se puede decir al respecto.


[336] Mc 3,13

[337] Mt 4,18-22

[338] cfr. Mc 1,16-20

[339] Mt 10,2; Mc 3,17

[340] Mt 27,56

[341] Mt 20,20-21

[342] Mc 10,7-8

[343] Juan Pablo II. Homilía en Limerick 1.X.1979

[344] Forja, n. 19

[345] Lc 14,25-26

[346] Beato Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa n. 97.

[347] San Agustín. Sermón 100

[348] San Jerónimo. epistola 54,3

[349] Sam Ambrosio. tratado sobre las vírgenes I,63

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Mujeres valientes 3ª ed Eunsa pedidos a eunsa@cin.es

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3 comentarios

  1. que maravilloso análisis de las responsabilidades que tenemos como padres, para guiarlos en este momento donde nuestro ejemplo prevalece a los hechos que suceden al rededor, que me llevan a entender y comprender aún más toda la misericordia de Dios para con nosotros sus hijos. GRACIAS SEÑOR HOY Y SIEMPRE. ALABADO SEAS POR TODOS NOSOTROS

  2. que maravilloso análisis de las responsabilidades que tenemos como padres, para guiarlos en este momento donde nuestro ejemplo prevalece a los hechos que suceden al rededor, que me llevan a entender y comprender aún más toda la misericordia de Dios para con nosotros sus hijos. GRACIAS SEÑOR HOY Y SIEMPRE. ALABADO SEAS POR TODOS NOSOTROS

  3. que maravilloso análisis de las responsabilidades que tenemos como padres, para guiarlos en este momento donde nuestro ejemplo prevalece a los hechos que suceden al rededor, que me llevan a entender y comprender aún más toda la misericordia de Dios para con nosotros sus hijos. GRACIAS SEÑOR HOY Y SIEMPRE. ALABADO SEAS POR TODOS NOSOTROS

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