1. Pon los ojos. en ti mismo y guárdate de juzgar las obras ajenas. En juzgar a otros se ocupa uno en vano, yerra muchas veces y peca fácilmente; mas juzgando y examinándose a sí mismo se emplea siempre con fruto.
Muchas veces juzgamos según nuestro gusta de las cosas, pues fácilmente perdemos el verdadero juicio de ellas por el amor propio. Si fuese Dios siempre el fin puramente de nuestro deseo, no nos turbaría tan presto la contradicción de nuestra sensualidad. Pero muchas veces tenemos algo adentro escondido, o de fuera se ofrece; cuya afición nos lleva tras sí.
2. Muchos buscan secretamente su propia comodidad en las obras que" hacen; y no se dan cuenta. También les parece estar en buena paz cuando se hacen las cosas a su voluntad y gusto; mas si de otra manera suceden, presto se alteran y entristecen.
Por la diversidad de los pareceres y opiniones, muchas veces se levantan discordias entre los amigos y vecinos, entre los religiosos y devotos.
La costumbre antigua con dificultad se quita, y ninguno deja de buena gana su propio parecer. Si en tu razón e industria estribas mas que en la virtud de la sujeción de Jesucristo, pocas veces y tarde serás ilustrado, porque quiere Dios que nos sujetemos a Él perfectamente, y que nos levantemos sobre toda razón, inflamados de su amor.
Hay que estar abiertos a la opinión de los demás y dispuestos a aceptar sus razones después de un análisis objetivo de la misma; no somos dueños de la verdad y, por ende, aceptemos que podamos estar equivocados o solo tener parte de ella.
Pidámosle a Dios que nos ilumine para andar siempre en el camino de la verdad iluminado por Su Luz… amén…
Antes de juzgar o de actuar, preguntémonos que haría o pensaría Cristo en nuestro lugar y dejémoslo actuar abandonándonos en Sus manos.
Tengamos conciencia permanentemente de que Cristo está en mí y yo en El; de lograrlo, nuestros actos serán reflejo de su presencia en nosotros, pudiendo decir como Pablo: «… no vivo yo, es Cristo quien vive en mí…»