Juan 6, 61-69
Autor: Pablo Cardona
«Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Pues y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es el que da la vida, la carne de nada sirve: las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entrega. Y decía: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no le fuera dado por el Padre. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.» (Juan 6, 61-69)
1º. Jesús, hoy aparecen dos respuestas opuestas ante el misterio de la Eucaristía que acabas de descubrirles: la respuesta de muchos discípulos que se echan atrás y dejan de acompañarte, y la de los apóstoles.
«El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: “Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?”. La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división: ¿también vosotros queréis marcharos?: esta pregunta del Señor resuena a través de las edades, como invitación de su amor a descubrir que sólo Él tiene “palabras de vida eterna”, y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a El mismo (Catecismo, 1336).
«Jesús, conociendo en su interior…»
Jesús, Tú me conoces bien, conoces mi interior: mis luchas, mis propósitos de mejora, mis victorias y mis derrotas.
Sabes que, a veces, me falta un poco más de fe, un poco más de ilusión por agradarte, un poco más de capacidad de sacrificio. Y entonces me echo atrás; o me quedo quieto –sin mejorar en nada- que al final es lo mismo; porque en la vida interior, el que no avanza retrocede.
Jesús, con Pedro quiero volver a decirte: «Tú tienes palabras de vida eterna».
Ayúdame a vivir en consecuencia.
Y la primera consecuencia es la de intentar no abandonarte, sino seguir a tu lado.
Para ello necesito la ayuda del Padre: «ninguno puede venir a mí si no le juera dado por el Padre».
¿Cómo pido en la comunión, en la oración, en el rosario, por mi fidelidad, para que no te deje nunca?
Jesús, quiero serte fiel; ayúdame.
2º. «Acude en confidencia segura, todos los días, a la Virgen Santísima. Tu alma y tu vida saldrán reconfortadas. -Ella te hará participar de los tesoros que guarda en su corazón, pues “jamás se oyó decir que ninguno de cuantos han acudido a su protección ha sido desoído”»
Jesús, a veces me asalta la tentación de abandonarte; al menos, de no seguirte tan de cerca.
Es demasiado esfuerzo, pienso.
Que me acuerde, entonces, de la respuesta de San Pedro: ¿a quién iremos?: ¿a mi comodidad, a mis gustos, a mis caprichos, a mis defectos?
¿A quién voy a ir? Tú tienes palabras de vida eterna; yo tengo sólo objetivos humanos, pasajeros.
Es el momento de mirar a la Virgen.
Madre, tú eres la que más conoces y quieres a Jesús, y me quieres también a mí porque soy tu hijo.
¿A quién iremos?
María, quiero acudir a ti, confiarte mis penas, mi cansancio, mis dificultades a la hora de superar un defecto, de alcanzar una virtud o de llevar con visión sobrenatural un sufrimiento.
«Jamás se oyó decir que ninguno de cuantos han acudido a su protección ha sido desoído».
Madre, qué seguridad me da saber que me escuchas y que me ayudas. Que me apoye más en tu protección maternal.
¿Cómo?
Rezando con fe el santo rosario, esa oración que tú misma has pedido a los cristianos que recemos.
Que lo rece con la seguridad de que soy escuchado, y no sólo para pedir cosas, sino para dar: para decirte que te quiero, Madre; que quiero ser un hijo fiel, un hijo parecido a tu Hijo.
Gracias, María, porque no estoy solo, porque tengo siempre a quien acudir.