Lucas 11,42-46
Autor: Pablo Cardona
«Dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!” Un maestro de la ley intervino y le dijo: «Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros”. Jesús replicó: “¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo”» (Lucas 11,42-46)
1º. Jesús, los fariseos cumplen escrupulosamente la ley de Moisés.
Por eso aplican el mandamiento de dar al templo el diez por ciento de las cosechas, incluso de productos de poca importancia como es la menta, la ruda y las legumbres.
Y Tú no les criticas por ello.
Lo que te duele es que le den más importancia a estas observaciones que a «la justicia y el amor de Dios».
¿Para qué sirve toda la ley, sino es para amar más a Dios y a los demás?
La Iglesia también tiene unos mandamientos.
Ir a Misa todos los domingos, confesarse al menos una vez al año, no comer carne en determinados días, etc.
Estos mandamientos tienen el objetivo de acercarme más a Dios y de hacerme mejor persona.
¿Cómo los cumplo?
Sin embargo, mi vida cristiana sería una gran mentira si observara todas estas prácticas, pero luego no intentara amar de verdad a Dios y a los demás.
Jesús, no quieres que deje de practicar tus mandamientos.
«Esto es lo que hay que hacer sin omitir aquello».
Lo que quieres es que los cumpla dándoles todo el sentido que tienen, de modo que me sirvan para unirme más a Ti y a los demás.
Hasta la menor práctica de piedad -una jaculatoria, una pequeña mortificación se convierten entonces en una fuente de crecimiento espiritual, que me hace mejor persona porque me hace mejor cristiano, hijo de Dios.
2º. «Si se abandona la oración, primero se vive de las reservas espirituales…, y después, de la trampa» (Surco.-445).
Jesús, hay una práctica de piedad que es fundamental en mi vida cristiana: la oración.
En la oración, te comento mis problemas y mis deseos de mejorar; te pido por las personas que me rodean, especialmente por las que más quiero o por las que más lo necesitan; te doy gracias por todo lo que me das; te pido perdón por mis pecados y mis faltas de amor a Ti.
Jesús, este rato diario de oración contigo llena de contenido todas las otras prácticas de piedad y mi día entero.
Si abandonara la oración, mi vida cristiana empezaría a perder sentido.
Primero, viviría de mis reservas espirituales, de la gracia acumulada en el pasado; y, finalmente, viviría de la trampa, porque me dedicaría a cumplir hipócritamente prácticas de piedad sin tener el corazón en Ti.
Por el contrario, con la oración puedo superar cualquier obstáculo y cualquier desánimo.
«Cuando una persona sale de alguna profunda y devota oración, allí se le renuevan todos los buenos propósitos; allí son los favores y determinaciones de bien obrar; allí el deseo de agradar y amar a un Señor tan bueno y dulce como allí se le ha mostrado, y de, padecer nuevos trabajos y asperezas, y aún derramar sangre por El; y finalmente, reverdece y se renueva toda la frescura de nuestra alma» (San Pedro de Alcántara).
Jesús, hoy vuelvo a hacer el propósito de no abandonar nunca la oración.
Ayúdame a no dejarla ningún día.
De este modo, todas mis prácticas de piedad cristiana estarán llenas de contenido, porque estaré buscando siempre hacer tu voluntad.