Juan 2 13-25
Autor: Pablo Cardona
«Estaba próxima la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y haciendo un látigo de cuerdas arrojó a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Y dijo a los que vendían palomas: Quitad eso de aquí, no hagáis de la casa de mi Padre un mercado. Recordaron sus discípulos que está escrito: el celo de tu casa me consume. Entonces los judíos replicaron: ¿Qué señal nos das para hacer esto? Jesús respondió: Destruid este Templo y en tres días lo levantaré. Los judíos contestaron: ¿ En cuarenta y seis años ha sido construido este Templo, y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Cuando resucitó de entre los muertos, recordaron sus discípulos que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había pronunciado Jesús. Mientras estaba en Jerusalén durante la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver los milagros que hacia. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos, y no necesitaba que nadie le diera testimonio acerca de hombre alguno, pues sabía lo que hay dentro de cada hombre.» (Juan 2 13-25)
1º.: Jesús, entras en el Templo de Jerusalén, y te lo encuentras lleno de animales y de cambistas.
Han convertido la casa de tu Padre en un mercado.
Esta escena me recuerda que mi alma en gracia es Templo del Espíritu Santo y, por tanto, es también la Casa del Padre y tuya.
¿Cómo cuido mi alma?
¿Está llena de animales: de vicios, de suciedad?
Jesús, entras con el látigo.
«El celo de tu casa me consume.»
A veces yo también he de entrar con el látigo: he de cortar por lo sano con modos de vivir, con vicios adquiridos, con algún ambiente…
He de entrar con el látigo contra la tibieza, que me hace flojo en la lucha por la santidad, y decir: ¡basta!
Quiero hacer de mi alma un lugar en el que estés a gusto: limpio, generoso, lleno de amor.
Pero ¿por qué tomarse las cosas tan en serio?
¿No puedo ir tirando mientras no haga daño a nadie?
«¿Qué señal nos das para hacer esto?»
Jesús, has resucitado: ésta es tu señal.
Y los apóstoles, que son testigos de tu resurrección, «creyeron en lo Escutura y en las palabras que habla pronunciado Jesús.»
No me puedo quedar indiferente: tu muerte y resurrección son una continua llamada a ser apóstol, a ser santo, a luchar -con látigo si hace falta- por tener limpia mi alma, que es templo de Dios.
2º.: «No te escandalices porque haya malos cristianos, que bullen y no practican. El Señor -escribe el Apóstol- ha de pagar a cada uno según sus obras: a ti, por las tuyas, y a mi, por las mías. -Si tú y yo nos decidimos a portarnos bien, de momento ya habrá dos pillos menos en el mundo» (Sorco.-534).
«Muchos creyeron en su nombre al ver los milagros que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos.»
Jesús, hay algunos cristianos que no practican; gente que cree en tu nombre pero que, en realidad, no te toma en serio.
A veces yo tampoco te sigo lo suficiente y eludo mis obligaciones contigo y con los demás.
«Recuérdame entonces y siempre que no pertenece el Reino de los Cielos a quienes duermen y viven dándose todos los gustos, sino a quienes mantienen la lucha contra sí mismos» (San Clemente de Alejandría).
Jesús, Tú pagas, ya en este mundo, a cada uno según sus obras.
Tú me conoces perfectamente: contigo no puedo disimular.
Tú conoces «lo que hay dentro de cada hombre:» mis pensamientos, mis deseos, mis intenciones más profundas.
Ayúdame a luchar de verdad contra todo lo que me aparte de Ti, sin contentarme con luchar «a medias», que es sinónimo de tibieza.
Jesús, quiero portarme bien.
No sólo no hacer cosas malas, no sólo hacer cosas buenas; sino hacer el bien, luchar por ser santo.
Aunque en esta lucha tenga que cortar con defectos con los que había pactado, y tenga que sacarlos del templo de mi alma a látigo, con mortificación seria.
Y así, de momento ya habrá un pillo menos en el mundo.