Después de reunirse con los de Galilea, Jesús se apareció a los de Jerusalén con palabras siempre consoladoras. "Y les dijo: Esto es lo que os decía cuando aún estaba con vosotros: es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras. Y les dijo: Así está escrito: que el Cristo tiene que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que se predique en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las gentes, comenzando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. Y sabed que yo os envío al que mi Padre ha prometido. Vosotros, pues, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto"(Lc). Eran palabras de victoria
Les habla, y les da también una don de lo alto para entender. Las palabras de las Escrituras se unen a las gracias del cielo, y comprenden todo con nueva luz. Es como un salto enorme en la fe, que antes estaba demasiado apegada a los esquemas humanos, y debe introducirse en la mente de Dios. Ahora pueden ver todo desde lo alto y saborear el amor de Dios Padre, el amor del Hijo con la luz del amor del Espíritu Santo.
Ahora ya pueden ser testigos, pues no sólo han visto, sino que además comprenden lo que ha pasado. Entienden ya la lógica de Dios, tan distinta de la del mundo. Ahora los hombres podrán conocer por sus palabras y sus vidas que ha llegado la salvación como había sido profetizado.
De momento, se les pide que esperen en Jerusalén. Y ellos con el gozo de la resurrección, y con la luz en la mente y el corazón, esperan pues ya saben que Dios tiene sus tiempos para manifestar la plenitud.
Reproducido con permiso del Autor,
Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
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