Pero los discípulos se fiaron de las enseñanzas de Jesús, porque reconocieron que era -el Hijo de Dios: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt. 16, 16). Así se puede decir que el misterio de Cristo es el centro de la fe católica. De Cristo procede la luz de nuestra fe en todos sus aspectos.
Los apóstoles fueron descubriendo poco a poco el misteriode Cristo
Los Apóstoles convivieron con Jesús, y desde el comienzo quedaron impresionados por su extraordinaria personalidad. Pero sólo poco a poco fueron descubriendo la enorme magnitud del misterio que tenían delante.
Es natural que no pudieran sospechar en un principio que, Aquél a quien veían y oían, que era como uno de ellos, aunque con un algo que les superaba ampliamente, era Dios hecho hombre. Por eso, San Juan llega a decir cuando ya conoce la verdad, como lleno de sorpresa: «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos tocante al Verbo de Vida» (1 Jn. 1, l). Con estas palabras quiere decir: que oye una voz de hombre, ve un cuerpo de hombre, como el suyo, pero que ese hombre es también el Verbo de Vida: Dios.
Asimismo se ve cómo ante la crucifixión del Señor huyeron, no sólo por temor a morir, sino también porque desconfiaron del poder del Señor, y no acababan de comprender que hubiese de sufrir la derrota de la muerte, pues esperaban que rescataría a Israel; pensaban que era sólo un «varón profeta, poderoso en obras y palabras ante Dios y ante el pueblo» (Lc. 24, 19).
Al resucitar Jesús, comprenden la realidad del Dios-Hombre. La expresión más frecuente que utilizan desde entonces para nombrarle es: «Es el Señor». Esta expresión, Señor, la empleaban los judíos exclusivamente para nombrar a Dios.
Este conocimiento de Jesús como Dios sería perfeccionado por el Espíritu que Jesús les comunica, sobre todo a partir de Pentecostés.
Habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
La fe de la primitiva Iglesia
San Pablo, en el capítulo 15 de la primera carta a los Corintios, recuerda la fe que él mismo recibió, ha predicado y los corintios han aceptado: que Cristo murió y resucitó.
Cuando el Apóstol escribe esta carta, unos veinticinco años después del acontecimiento de la Resurrección, se está muy cerca de los sucesos narrados. Son testigos los Apóstoles, más de quinientos hermanos y él mismo, que tuvo la experiencia de Jesús resucitado.
Esta es, por tanto, la Buena Noticia que el Cristianismo transmite a los hombres desde hace veinte siglos. El «credo» más antiguo de la Iglesia se puede resumir, siguiendo las palabras de San Pablo, del siguiente modo:
– Cristo murió. La muerte de Cristo es un hecho histórico indiscutible. Se añade que por nuestros pecados, según las Escrituras para expresar el valor salvador que tiene la muerte del Señor.
– Cristo fue sepultado.
– Resucitó al tercer día. Por ello, desde ese momento, Jesús vivo actúa en la comunidad de los creyentes.
– Cristo se apareció a Pedro y a Pablo y a muchos testigos.
Esta certeza de que Jesús vive, continúa en la Iglesia y constituye el mensaje central de la fe cristiana.
La Resurrección del Señor no es sólo un hecho que ha afectado a Jesús de Nazaret, sino que abre para el creyente una esperanza del futuro, es decir, del más allá de la muerte personal.
San Pablo quiere dejar claro a aquella comunidad (Corinto), en la que han surgido algunos que no creen en la resurrección de los muertos, que la Resurrección de Jesucristo es prenda de la de cada uno de nosotros (cfr. 1 Cor 15).
«Si los corintios (y, por tanto, todo cristiano) no quieren contradecir y vaciar de contenido la fe que aceptaron y que les hace vivir, la resurrección de los muertos no sólo es posible, sino necesaria. Mirando lo que pasó a Jesucristo, sabremos lo que sucederá a quienes estén incorporados a El: los hombres serán como ya es Cristo en la gloria (… ). En Cristo resucitado se ve bien el destino del hombre. Parece como si San Pablo dijera a los corintios (y a todo cristiano): lo que Dios ha hecho con Jesús, por su Espíritu, resucitándolo de entre los muertos, lo hará también con todos los hombres que le estén unidos Esa es la verdad de los cristianos.»
(B.p.l. i. c., t. 2, p. 419.)
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