Esta Pascua acogimos en la familia de Dios a cerca de 3,600 nuevos católicos aquí en Los Ángeles, incluyendo a más de 2,000 catecúmenos que fueron bautizados en las Misas de la vigilia en toda la arquidiócesis y a más de 1,500 candidatos recién confirmados en la fe.
Por supuesto que no se trata aquí de estadísticas. Cada uno de ellos es un alma de un valor inestimable, un hermano o una hermana nuestros que, por la acción de la gracia, ha encontrado el gozo y la vida en Jesucristo. ¡Alabado sea el Señor!
Al estar orando por estos nuevos católicos y sus familias, me he puesto a reflexionar sobre los hermosos ritos de la iniciación que utilizamos para los adultos que se preparan para ingresar a la Iglesia.
Existe un momento muy notable en las ceremonias de acogida, cuando el sacerdote traza la señal de la cruz sobre la frente de los catecúmenos y de los candidatos; y en algunas celebraciones también se les puede “hacer la señal de la cruz” en el corazón y en las manos, al igual que en los ojos, en los oídos, en la nariz y en la boca.
Se cree que esta práctica se remonta a los primeros bautismos realizados por los apóstoles, a quienes Jesús les mandó bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
San Pablo les decía a los recién bautizados de Éfeso: “En él, también ustedes, después de escuchar la palabra de la verdad, el Evangelio de su salvación, y después de creer, han sido marcados con el Espíritu Santo prometido”.
Los catecúmenos son marcados con la cruz como una manifestación de ese “sello” que el Espíritu Santo coloca sobre nuestras almas en el bautismo. Ese signo es el “sello de Cristo” y significa que nuestra vida le pertenece ahora a Jesús. Y nos garantiza que, gracias a su sacrificio en la cruz, nosotros podemos obtener la salvación.
En el último libro de la Biblia, los redimidos son identificados por el signo de la cruz, llamado “el sello de Dios” o “el nombre de su Padre”, escrito en sus frentes.
La cruz es la gran señal de la victoria del amor de Nuestro Señor sobre el pecado y sobre la muerte, es el gran signo del misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección que celebramos durante estos 50 días de Pascua.
Y la Pascua es un buen momento para renovar nuestra práctica de esta antigua oración.
Para muchos de nosotros, ésta fue la primera oración que nuestros padres nos enseñaron cuando éramos pequeños. Y sé que muchos de ustedes están también ahora enseñándoles esta oración a sus propios hijos.
Con este simple gesto nosotros invocamos el nombre santísimo del Dios trino —Padre, Hijo y Espíritu Santo— y reconocemos que vivimos ahora bajo la señal de la cruz del Señor.
Los primeros cristianos empezaban y terminaban sus oraciones con la señal de la cruz, como nosotros lo hacemos todavía.
Ellos se persignaban muchas veces durante el día para recordar el amor del Señor y para santificar todas sus tareas y deberes. Y todavía hoy, el hacer esta señal puede ser una manera importante de recordarnos que todo lo que hacemos, debemos hacerlo para la gloria de Dios.
San Cirilo de Jerusalén dijo en el siglo IV: “Hagamos la señal de la cruz… en todas las circunstancias: cuando comemos y cuando bebemos, cuando entramos y cuando salimos, antes de dormir, cuando nos acostamos y cuando nos levantamos; ésta es una gran protección”.
Los católicos siempre han hecho la señal de la cruz para buscar fuerza para superar las tentaciones que los asedian, para pedir la protección de Dios contra el mal y ayuda en la diaria lucha contra el pecado y contra el egoísmo.
Éste es un signo sagrado, por lo que siempre debemos hacerlo despacio, pensando en lo que estamos haciendo y con reverencia, y no casualmente ni con prisa.
“Traza una cruz grande, tómate tu tiempo, piensa en lo que haces”, recomendaba el Siervo de Dios, Romano Guardini. “Permite que abarque todo tu ser: cuerpo, alma, mente, voluntad, pensamientos, sentimientos; lo que haces y lo que dejas de hacer”.
Al ir trazando la señal de la cruz desde tu frente hasta tu corazón y sobre tus hombros, recuerda que fue mediante este signo que Jesús entregó su vida por ti.
“Cuando hagas esta señal”, decía San Juan Crisóstomo, “acuérdate de lo que se ha entregado para tu rescate, y no serás esclavo de nadie”.
Al hacer la señal de la cruz estamos declarando nuestro amor a Jesús y nuestra identidad de católicos. Una vez más empezamos respondiendo que sí a su llamado a tomar nuestra propia cruz y a seguir su camino para nuestra vida.
Oren por mí en esta santa temporada, y yo oraré por ustedes.
Y al agradecerle a Jesús el don de la vida nueva que recibimos mediante nuestro bautismo, recordemos la señal de la cruz.
Que María Santísima, que es nuestra madre, nos ayude a vivir desde la cruz, tal como nos lo enseñó su Hijo, es decir como hijos e hijas del Padre, sellados con su Espíritu y fortalecidos por su amor hasta el día de nuestra redención.
15 de abril de 2024
Los escritos, homilías y discursos del arzobispo se pueden encontrar en ArchbishopGomez.com
El obispo José H. Gomez es actualmente Arzobispo de Los Ángeles, California, la comunidad católica más grande en USA. Es también Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y forma parte de la Comisión Pontificia para América Latina.
En su ministerio, el Arzobispo José Gómez anima a la gente a seguir a Jesucristo con alegría y sencillez de vida, buscando servir a Dios y a sus vecinos en sus actividades diarias ordinarias.
Ha desempeñado un papel decisivo en la promoción del liderazgo de los hispanos y las mujeres en la Iglesia y en la sociedad estadounidense. Es miembro fundador de la Asociación Católica de Líderes Latinos y de ENDOW (Educación sobre la Naturaleza y la Dignidad de las Mujeres).
Durante más de una década, el Arzobispo Gómez ha sido una voz clara sobre cuestiones morales y espirituales en la vida pública y la cultura estadounidense. Ha desempeñado un papel principal en los esfuerzos de la Iglesia Católica para promover la reforma migratoria y es autor, entre otros libros, del titulado: Inmigración y la próxima América: renovando el alma de nuestra nación.