Notas desde McAlle, Texas

Les estoy escribiendo desde McAllen, Texas, donde me he unido a algunos de mis hermanos obispos para orar y tratar de llevarle esperanza a los cientos de niños indocumentados detenidos aquí y en las cercanías de Brownsville.

McAllen se encuentra en el Valle del Río Grande, a unos cinco kilómetros al norte de la frontera con México. La ciudad es ahora el centro de la crisis humanitaria ocasionada por la política de nuestro gobierno de separar a los niños de sus padres, que han sido detenidos al cruzar la frontera.

La separación de las familias no comenzó con esta administración. Pero los reportes acerca de los miles de niños detenidos en los centros de detención a lo largo del país han resonado en el corazón de nuestra conciencia nacional. La gente está dándose cuenta del hecho de que ésta es la triste consecuencia de 25 años de fracaso del Congreso en reparar nuestro resquebrajado sistema de inmigración.

Al manejar hacia la frontera norte desde mi ciudad natal de Monterrey, México, me puse a orar por todas las familias que se han visto separadas a lo largo de todos estos años. Y pensé en mi propia familia.

Yo soy un ciudadano inmigrante y naturalizado. Y mis parientes han estado viviendo en lo que ahora es Texas desde 1805. En diferentes momentos, el área en la que vivían ha estado en manos de España, México, Texas, y ahora, de los Estados Unidos. Mi familia nunca se mudó, fue la frontera lo que cambió. Me pregunto cuántos estadounidenses hoy saben que nuestra frontera sur no estuvo firmemente establecida sino hasta finales de la década de 1850.

Estuve visitando a mi familia en Monterrey y preparándome para nuestra peregrinación anual arquidiocesana a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en la Ciudad de México.

Cuando salga de McAllen, me dirigiré al Tepeyac, en donde este año le ofreceremos una vez más a la Virgen cientos de peticiones de oración de los fieles de Los Ángeles. Muchas son llamamientos desgarradores que piden la intercesión de Ella para que ayude a sus seres queridos que han sido deportados o separados de sus familias.

Y al ir de camino hacia McAllen, una distancia de casi 150 millas, iba reflexionando en que quizá tengamos que empezar a ver el asunto de la inmigración desde este lado de la frontera.

Cuando miramos con los ojos de los pueblos centroamericanos que huyen de la violencia y pobreza, vemos lo que Estados Unidos significa para ellos, un faro de esperanza, una tierra en la que aún es posible encontrar un trabajo honesto y soñar con una vida mejor para sus hijos.

Esta es la imagen de Estados Unidos que ha atraído a inmigrantes y refugiados desde su fundación.

Pero muchas buenas personas están hoy angustiadas acerca de la inmigración. Me hablan y me escriben todo el tiempo sobre esto.

No estamos en contra de los inmigrantes, dicen. A lo que nos oponemos es a la inmigración “ilegal”. No nos gusta ver a nuestro gobierno separando familias, dicen. Pero estos padres de familia sabían los riesgos cuando intentaron cruzar ilegalmente nuestras fronteras con sus hijos. De ellos es la culpa.

Entiendo la frustración de estas personas.

Pero cuando uno habla con padres de familia aquí en McAllen, cuando uno comprende las condiciones en las que vivían en sus países de origen, entonces uno comienza a preguntarse qué haría uno si estuviera en su lugar.

Conocer sus historias puede no cambiar nuestro corazón o nuestra manera de pensar. Y no cambiará el hecho de que estos padres de familia hayan infringido nuestras leyes. Pero conocer sus historias debería llevarnos a agradecerle a Dios todos los días que nosotros no nos vemos forzados a hacer este tipo de elecciones en nuestras propias vidas, para nuestras propias familias.

Cuando uno está en una ciudad fronteriza, se da uno más cuenta de la verdad de que cada nación tiene el deber de asegurar sus fronteras y de hacer cumplir sus leyes.

Pero nuestro sistema de inmigración ha sido tan disfuncional durante tantos años que nuestros esfuerzos actuales por reforzar las leyes nos llevan a nuevas injusticias y crueldades. Eso es lo que estamos viendo en McAllen y en las comunidades de inmigrantes en todo el país.

Me temo que las cosas sólo van a empeorar, a menos que el Congreso tome medidas pertinentes. Eso significa que como ciudadanos debemos insistir en que nuestros líderes hagan su trabajo.

Mientras permitamos a los políticos de ambos lados que utilicen la inmigración como un “asunto para ganar”, que “convertirá a la base” durante las próximas elecciones, entonces las cosas nunca cambiarán.

Una solución compasiva y de sentido común acerca de la inmigración está al alcance. Lo que estamos esperando es que los políticos tengan el valor de hacer lo correcto. Y lo hemos estado esperando durante 25 años.

La pregunta es cuánto tiempo tendremos que esperar todavía.

Otra pregunta es ésta: ¿cómo justificaremos lo que hemos hecho o lo que no hemos logrado hacer ante los ojos de estos niños que están aquí en McAllen, a quienes no les importa nuestra política y que sólo quieren saber cuándo podrán ver a sus padres de nuevo?

Oren por mí esta semana y yo estaré orando por ustedes ante la tilma sagrada de la Virgen de Guadalupe.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre que cuide de estos pequeños y que interceda por nuestras familias y por nuestra nación.VN

7 de Julio de 2018

Los escritos, homilías y discursos del arzobispo se pueden encontrar en ArchbishopGomez.com

El obispo José H. Gomez es actualmente Arzobispo de Los Ángeles, California, la comunidad católica más grande en USA. Es también Vicepresidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y forma parte de la Comisión Pontificia para América Latina.

En su ministerio, el Arzobispo José Gómez anima a la gente a seguir a Jesucristo con alegría y sencillez de vida, buscando servir a Dios y a sus vecinos en sus actividades diarias ordinarias.

Ha desempeñado un papel decisivo en la promoción del liderazgo de los hispanos y las mujeres en la Iglesia y en la sociedad estadounidense. Es miembro fundador de la Asociación Católica de Líderes Latinos y de ENDOW (Educación sobre la Naturaleza y la Dignidad de las Mujeres).

Durante más de una década, el Arzobispo Gómez ha sido una voz clara sobre cuestiones morales y espirituales en la vida pública y la cultura estadounidense. Ha desempeñado un papel principal en los esfuerzos de la Iglesia Católica para promover la reforma migratoria y es autor, entre otros libros, del titulado: Inmigración y la próxima América: renovando el alma de nuestra nación.

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