A principios de esta semana, emití un mensaje virtual de graduación para la Clase de 2020. Fue publicado en YouTube y compartido en las redes sociales. Eso es otro signo de estos tiempos inusuales en los que estamos viviendo desde la aparición del coronavirus.
Lo que le pido a Dios es que la clase de 2020 sea recordada como una generación heroica que utilizó los dones de una educación católica para amar y servir y para construir un mundo mejor en un tiempo de angustia nacional, en el que la sociedad ha sido trastocada debido a una pandemia mortal que la enfrenta a una incertidumbre generalizada acerca del futuro.
Le pido también a Dios que podamos actuar para sostener las escuelas de las que ellos se graduaron, porque en estos momentos las escuelas católicas enfrentan enormes desafíos. Las parroquias, que estuvieron cerradas durante tres meses, han perdido millones en las aportaciones de colectas. En todo el país, estamos viendo una disminución en las inscripciones para el próximo año, ya que las familias temen ya no poder pagar la colegiatura.
La Asociación Nacional de Educación Católica dice que por lo menos 100 escuelas no volverán a abrir en el otoño.
Las escuelas católicas no solo causan preocupación a los católicos. Las 6,000 escuelas católicas de Estados Unidos desempeñan un papel vital en nuestra infraestructura educativa nacional, dándole a los jóvenes la oportunidad de hacer realidad el sueño americano, especialmente a aquellos que proceden de familias minoritarias y de ingresos reducidos.
Aquí en la Arquidiócesis de Los Ángeles, en donde está el sistema escolar católico más grande del país, el 80% de nuestros 74,000 estudiantes provienen de familias minoritarias y el 60% de nuestras escuelas están ubicadas en vecindarios de bajos ingresos o marginados. De todos los niños a los que servimos, el 17% no son católicos.
Como consecuencia del encierro provocado por el coronavirus, nuestras 265 escuelas hicieron una notable transición a la enseñanza a distancia. En tres días, casi todas estaban ya organizadas y funcionando, impartiendo clases en línea a los alumnos. Gracias al generoso apoyo de donantes, pudimos proporcionarles a los estudiantes más de 20,000 iPads para el aprendizaje en el hogar.
Aunque nos hemos visto forzados a cerrar las escuelas, no hemos dejado de servir a los estudiantes pobres y a sus familias. Desde que empezó la pandemia estamos proporcionando alrededor de 18,000 comidas cada día; llevamos hasta el momento más de 500,000 repartidas, y se seguirán distribuyendo.
Pero estamos llegando al límite de lo que podemos hacer a través de la amabilidad y de los sacrificios de nuestra comunidad católica.
Con la ayuda de generosos benefactores, hemos trabajado arduamente para hacer posible que incluso nuestras familias más pobres tengan acceso a una educación de alta calidad. Durante los últimos 25 años, nuestra Fundación para la Educación Católica ha otorgado más de 200 millones de dólares en becas a 181,000 estudiantes de bajos recursos.
La dedicación de los católicos a proporcionar escuelas para cada niño es algo que continuará. Pero actualmente, en medio de este desastre nacional causado por el coronavirus, necesitamos también buscar la ayuda de nuestros líderes en Washington.
Una consecuencia del vergonzoso legado de intolerancia anticatólica en este país son las llamadas “Enmiendas Blaine”. Éstas son todavía utilizadas por 37 estados del país para evitar que los fondos de los contribuyentes sean usados para ayudar a los estudiantes de las escuelas religiosas.
Con el paso de los años, esto ha resultado en una situación injusta para las familias pobres y de clase media. Éstas se ven obligadas a pagar una colegiatura para la educación de sus hijos, al mismo tiempo que pagan impuestos para apoyar a los niños que están inscritos en el sistema escolar público.
Se espera que la Corte Suprema de Estados Unidos llegue a una determinación a fines de este mes, con respecto a un caso que podría finalmente anular estas enmiendas y ponerle un fin a esta profunda desigualdad en el financiamiento de la educación.
Pero el Congreso y la Casa Blanca no pueden darse el lujo de esperar. Ellos deben actuar ya para proporcionarle un alivio inmediato a las familias para ayudarlas a cubrir sus gastos de educación y también para ampliar, en todo el país, las oportunidades de elección de escuelas para las familias pobres y de clase media.
No deberíamos pensar en esto como el tener que elegir entre escuelas públicas financiadas por los contribuyentes y escuelas independientes basadas en colegiaturas. Esta crisis del coronavirus la estamos enfrentando todos juntos, como una sola nación. Tanto las escuelas públicas como las escuelas independientes merecen y necesitan urgentemente la asistencia de nuestro gobierno.
La presencia de diversas opciones educativas —un próspero sistema de escuelas públicas junto con una sólida red de escuelas independientes, incluidas las escuelas religiosas— siempre ha sido una fuente de vitalidad para los Estados Unidos. Tenemos que actuar ahora para garantizar que la diversidad educativa sobreviva a esta pandemia.
Además de graduar a un sorprendente 99% de nuestros estudiantes, con un 86% que seguirá estudios universitarios, las escuelas católicas son de un gran valor económico para nuestro país. Los costos por alumno de las escuelas públicas son de aproximadamente 12,000 dólares al año. Con casi 2 millones de estudiantes en las escuelas católicas, significa que las escuelas católicas le están ahorrando a los contribuyentes de la nación alrededor de 24 mil millones de dólares cada año.
Si se permite que las escuelas católicas quiebren en números notables, a las escuelas públicas les costaría alrededor de 20 mil millones de dólares el poder absorber a esos estudiantes, los cual es un costo que las ya sobrecargadas escuelas públicas no deberían tener que asumir.
Y la pérdida de las escuelas católicas sería una tragedia para Estados Unidos. Sería un retroceso en cuanto a las oportunidades para generaciones de niños que viven en vecindarios de bajos recursos y en zonas urbanas marginadas. No podemos aceptar estas consecuencias para los niños estadounidenses.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.
Y pidámosle a María, nuestra Santísima Madre, que interceda por nuestras escuelas católicas, para que podamos ofrecerle a todo niño la oportunidad de aprender en un ambiente que promueva la excelencia y la virtud. VN
19 de Junio de 2020
Los escritos, homilías y discursos del arzobispo se pueden encontrar en ArchbishopGomez.com
El obispo José H. Gomez es actualmente Arzobispo de Los Ángeles, California, la comunidad católica más grande en USA. Es también Vicepresidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y forma parte de la Comisión Pontificia para América Latina.
En su ministerio, el Arzobispo José Gómez anima a la gente a seguir a Jesucristo con alegría y sencillez de vida, buscando servir a Dios y a sus vecinos en sus actividades diarias ordinarias.
Ha desempeñado un papel decisivo en la promoción del liderazgo de los hispanos y las mujeres en la Iglesia y en la sociedad estadounidense. Es miembro fundador de la Asociación Católica de Líderes Latinos y de ENDOW (Educación sobre la Naturaleza y la Dignidad de las Mujeres).
Durante más de una década, el Arzobispo Gómez ha sido una voz clara sobre cuestiones morales y espirituales en la vida pública y la cultura estadounidense. Ha desempeñado un papel principal en los esfuerzos de la Iglesia Católica para promover la reforma migratoria y es autor, entre otros libros, del titulado: Inmigración y la próxima América: renovando el alma de nuestra nación.