La psiquiatra Elizabeth Kubler-Ross ahora ya fallecida escribió un libro titulado: “La Muerte y el Morir”. El libro surgió de una entrevista que hizo a cientos de pacientes que habían sido declarados clínicamente muertos y luego habían sido reanimados.
En sus narraciones estos pacientes repetían prácticamente lo mismo al ser entrevistados por la doctora. Ellos comentaban que al sufrir la experiencia de la muerte veían pasar su vida frente a sus ojos en forma de fotos instantáneas. La doctora escribe la forma en que esta experiencia afecto a estas personas:
“Cuando uno llega a este punto (el momento de dejar la vida) uno ve que sólo existen dos cosas que son importantes: el servicio que presta a los demás y el amor. Todas esas cosas que nosotros pensamos que son importantes como la fama, el dinero, el prestigio y el poder son insignificantes”.
Nos acercamos al domingo de Pascua, ese día Jesús entra como todo un rey a Jerusalén. Pero no entra como todos los reyes a quiénes se les tiraban una alfombra roja, vestía con ropa cara y subían en lujosas carrozas impulsadas por caballos. Jesús, entra subido en un burro (que seguramente era prestado) con una túnica blanca. Me lo imagino con una sonrisa saludando a toda la gente que le gritaba y quería estar cerca de él.
Mucha de esa gente después lo traicionaría. Jesús cruzaba hacia el inicio de su calvario, sólo después de haber servido mucho, de haber trabajado duro entrenando a sus apóstoles, de haber amado mucho curando enfermos, resucitando incluso muertos. Si en ese momento de su vida, si Dios le llamaba a su presencia ya había servido. Sin embargo, Él quería servir más, amar más hasta el punto de dejarse clavar en una cruz.
Y yo, ¿de qué forma comprendo el servicio? ¿Cuánto amo? ¿Sé lo que quiere Dios de mí en mi paso por esta tierra?
No dejemos que estos días que faltan para ser testigos de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén se queden ahí. Tú y yo podemos hacer más.
Quizá el día lunes empezar a meditar en todo el servicio que Jesús hizo a la humanidad al decidir encarnarse como hombre para mostrarnos de qué forma se debía vivir los días de la vida en la tierra. Además de observar a Jesús trabajando intensamente en la preparación de sus apóstoles, en la formación de las consciencias de las gentes, en la asistencia a los enfermos y moribundos, lo vemos humilde. Él no se infla, no se siente alguien especial o elegido. Él simplemente trabaja, se entrega, da amor: “Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y así los amó hasta el final “Juan 13: 1; sirve a los demás y nos deja en la memoria lo que significa ser humilde cuando lava los pies del otro: “Cuando iba a lavarle los pies a Simón Pedro, éste le dijo: -Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? – Si no te los lavo no podrás ser de los míos”. (Juan 13: 6; 8)
La humildad, su práctica, es un requisito para la imitación de Jesús.
Siempre me he preguntado para qué Dios nos quiso enseñar a vivir así: nacer en un pesebre, tener padres sencillos, vestir con ropas humildes, trabajar en silencio…. Creo que era para que viviéramos conscientes de que aunque lográramos mucho con esta vida, aquí no es lugar de permanencia, de eternidad.
Algo que en la actualidad se pierde de vista tan rápidamente puesto que vivimos en un mundo abierto, en donde toda la gente conoce los éxitos, triunfos y hasta desgracias de todas las gentes.
En dónde las redes sociales se utilizan para mostrar lo que se está logrando y poco para hablar de Dios. Si uno no tiene la gracia de la humildad hay que pedirla a Dios, pero sobre todo hay que volver al evangelio y leer con atención esa escena de Jesús entrando subido en un burro, poniéndose de rodillas para lavar los pies a los apóstoles pues no podría ser de otra manera.
Sheila Morataya
Austin, TX
sheilamorataya.co