La Pascua

A nuestra mentalidad le choca que la narración se interrumpa de repente -y más en el momento culminante de relato- para introducir una serie de normas y prescripciones de tipo litúrgico. Sin embargo, para la mentalidad de los autores sagrados tienen un significado profundo: subraya la importancia del momento. Lejos de desviar la atención de los acontecimientos que se nos van narrando, la acentúa, al hacer de este momento una celebración litúrgica, y una celebración para todas las generaciones del pueblo de Israel.

 

La acción se ralentiza y el acontecimiento de la liberación y de la salida de Egipto se engrandece hasta alcanzar unas dimensiones universales, por encima de las contingencias de la historia. Es un acontecimiento que no pertenece sólo al pasado, sino también al presente, «para todas las generaciones»; por eso usa el lenguaje de la liturgia. Es un acontecimiento que tiene consecuencias para la historia de Israel hasta el fin de los tiempos.

Veamos algunas claves de estos capítulos:

«Pascua»

En Exodo 12,11 se dice: «Es la Pascua del Señor». Y en el versículo siguiente lo explica: «Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto… y me tomaré justicia… Yo, el Señor». Por tanto, la Pascua está constituida por el paso del Señor. El pasa salvando. Pasa «haciendo justicia». Pasa liberando. Al pasar El, hace pasar a los suyos de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida (Ex 12,37-42).

Para nosotros cristianos, Cristo mismo es nuestra pascua (1Cor 5,7). En El Dios ha pasado por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el Diablo (Hb 10,38). El mismo ha vivido su Pascua pasando de este mundo -la condición terrena- al Padre -la condición gloriosa- (Jn 13,1). Así se ha convertido para nosotros en víctima pascual («nuestra pascua ha sido inmolada», 1Cor. 5,7) y de ese modo nos ha pasado a nosotros del dominio de las tinieblas a su propio reino de luz (Col 1,13).

Pero la expresión de Ex 12,11 se puede traducir también: es «pascua para el Señor», «pascua consagrada al Señor»: es una celebración de fe en honor del Dios que se ha revelado y ha salvado en la historia (cfr. 12, 21-27). Celebrar la Pascua es una respuesta a la acción del Señor. La liturgia es reconocer y agradecer las intervenciones de Dios en nuestro favor.

Además, el paso del Señor es un paso de juicio (Ex 12,12; cfr. novena plaga): castigo para los que le han rechazado como Señor, salvación para los que le acogen. Siempre es así. La venida o el paso del Señor no deja las cosas igual. El viene a salvar, pero a la vez a mostrar su señorío, que exige acatamiento y sumisión. En este sentido no cabe «neutralidad». Permanecer indiferentes es en realidad rechazarle. «O conmigo o contra mí» (Mt 12,30).

A este respecto resulta significativa y profética la expresión de Ex 12,13: «La sangre será vuestra señal». Las casas de los israelitas, marcadas por la sangre de la Pascua, quedan libres de la acción del Exterminador; no sufren ningún mal o castigo. La marca de la sangre es liberadora. «La sangre será vuestra señal»: esta expresión cobra pleno significado en nosotros cristianos. Hemos sido lavados en la sangre del Cordero (Ap 7,14; 5,9). Esta es nuestra señal, nuestro signo distintivo. Es la sangre de Cristo, verdadera víctima pascual, la que nos salva. Gracias a ella Dios pronuncia sobre nosotros su juicio de misericordia (Rom 3,24-25). Gracias a ella vencemos al Maligno (Ap 12,11). Verdaderamente, la sangre es nuestra señal.

«Memorial» (Ex 12,14)

Se trata de un «recuerdo» que no consiste sólo en referirse al pasado con el espíritu, sino en realizar una acción que hace presente y actual la realidad recordada. Con toda verdad podrán repetir las generaciones futuras: «Esto es con motivo de lo que hizo conmigo el Señor cuando salí de Egipto. Y esto te servirá de señal… porque con mano fuerte te sacó el Señor de Egipto» (Ex 13,8-7).

En cada celebración anual el rito de pascua hará actual y eficaz el acontecimiento representado: lo que Dios hizo en favor de su pueblo liberándolo del yugo de Egipto lo hace cada vez que se realiza la celebración ritual de la pascua liberando de sus servidumbres a los que en ella participan. Así, de Pascua en Pascua la gracia se renueva haciendo al pueblo más libre para servir al propio Señor y alcanzar la salvación que está en el designio de Dios. Mediante la liturgia, el único acontecimiento de la liberación se hace presente, superando los límites del tiempo, a lo largo de toda la historia de Israel.

Este es el sentido que para nosotros cristianos tiene la Eucaristía y toda celebración litúrgica. No se trata de algo que nosotros hacemos, sino que mediante la acción litúrgica entramos en contacto con el único acontecimiento salvador (la muerte y resurrección de Cristo) y recibimos sus frutos. En la Eucaristía asistimos al sacrificio mismo del Calvario, tocamos al Resucitado… En ella es el Señor mismo quien pasa salvando… Cuando alguien bautiza, Cristo es quien bautiza…

Servir, festejar, sacrificar

Ya hemos visto cómo una de las claves de todo el libro del Exodo es que el pueblo es liberado para servir al Señor. Pues bien, ahora por primera vez el pueblo puede servir al Señor (Ex 12,25-26.31; 13,5) dándole culto en la liturgia y sirviéndole con toda su vida. Sólo   cuando el pueblo llega a ser libre puede realmente servir a su Dios. Sólo el que es verdaderamente libre de la esclavitud del pecado puede servir al Señor; sólo él puede agradarle de veras, sólo él puede amarle con todo el corazón y con todas las fuerzas (Dt 6,5), sólo él puede darle un culto que no sea vacío (cfr. Sal 50; Is 1,10-20).

Ha sido el Señor solo, con su «mano fuerte», su brazo potente (Ex 13,3.9. 14) el que ha liberado a Israel. Por consiguiente, se ha convertido en su Señor y a Israel corresponde servirle. El culto es reconocimiento adorante de esta soberanía de Dios y expresión gozosa de la pertenencia a El. En el culto vivido «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23) encuentra el hombre su verdadero lugar de criatura y experimenta agradecido su condición de beneficiario de los dones de Dios.

Por todo ello, la liturgia es una fiesta. Repetidas veces (Ex 12,14; 13,6…) se habla de «festejar», celebrar una fiesta. La liturgia es una fiesta, pues es celebrar el acontecimiento de la liberación, es un momento de gozo intenso pues es festejar al Dios que hace a Israel el don de la libertad. La liturgia vivida con pleno sentido es gozosa y es fuente de gozo.

También se habla de «sacrificio» (Ex 12,27), de «sacrificar» (Ex 13,15). La pascua es un sacrificio que se ofrece, una víctima que se inmola, una comida que se comparte. El rito del sacrificio expresa la soberanía absoluta de Dios y su bondad. La comida de comunión le da su pleno significado: la unión de los participantes con Dios y la unión entre ellos a través de la víctima agradable a Dios.

Los cristianos celebramos el sacrificio de Cristo. En la Misa se hace presente el único sacrificio que quita los pecados del mundo. «Sin derramamiento de sangre no hay redención» (Hb 9,22; cfr. Lev 17,11). Y nosotros hemos sido comprados para Dios con la Sangre del Cordero (Ap 5,9). La sangre es nuestro precio. La Sangre de Cristo es nuestra redención. Bebiéndola, entramos en comunión con El (1Cor 10,16). Ella es nuestro distintivo. Verdaderamente, la sangre de Cristo es nuestra señal.

Asamblea y Comunidad

La celebración de la Pascua no es asunto privado. Quien celebra la Pascua es la asamblea o comunidad del pueblo rescatado (12,6). Quien no forma parte del pueblo de Israel no celebra la pascua (Ex 12,43-48). Celebrar la pascua y ser miembros del pueblo de Dios son prácticamente sinónimos. Esa minoría, humanamente incapaz de salvarse por sí misma, ha sido rescatada por Dios y se ha convertido así en el pueblo de Dios, el pueblo que Dios se ha adquirido, el pueblo de su propiedad (Ex 19,5). Es la comunidad de los salvados, de los rescatados de su condición de opresión y servidumbre, la que celebra la Pascua. Y la celebración de la pascua será para siempre memorial de esa salvación.

Los ázimos (Ex 12,15-20; 13,3-10)

Se prohíbe el pan fermentado porque en el antiguo oriente próximo se consideraba impuro y malo, veneno y ruina de la vida todo lo que es causa de corrupción, de disgregación, porque se identifica con lo nocivo, con la malicia y la perversidad, y conduce a la muerte (cfr. 1Cor 5,6-8). Por eso, los fermentos están prohibidos en los sacrificios (Ex 29,2; Lev 2,11).

Lo que parece ser una fiesta agrícola que los israelitas adoptaron después de hacerse sedentarios también es celebrado en referencia a la liberación de Egipto (Ex 13,3) de la cual son «señal y memorial» (Ex 13,9): el hecho de la liberación de Egipto -la gracia divina de la salvación- debe estar siempre presente a todo israelita, que de él es beneficiario, como si lo tuviese esculpido en sus manos y como si lo encontrase siempre ante sus ojos. Del mismo modo, debe tener siempre como en la boca -en el espíritu y en el corazón- la enseñanza que procede de este acontecimiento decisivo y lo prolonga, la cual se convierte en regla para observar siempre y en aniversario para celebrar (Ex 13,10).

Los primogénitos (Ex 13,1-2.11-16)

El sentido de este rito aparece en el v.2, en que el Señor dice a Moisés: «Conságrame todos los primogénitos» lo que significa «dámelos», «resérvalos para mí solo». Y da igualmente la razón: «Me pertenecen», «míos son todos», ya sea hombre o animal.

Consagrar a Dios todo primogénito es reconocer que la vida pertenece a Dios, que toda criatura -hombre o animal- le debe a Él su existencia. En el gesto de ofrecer el primogénito se ofrecen intencionalmente todos los que vienen después, venerando a Dios como dueño de la vida y agradeciéndole el don de esas vidas concretas.

Pero además el rito aparece unido a la décima plaga (Ex 13,14-16): por consiguiente este rito recordará simbólicamente la acción liberadora de Dios, y lo hará al inicio de cada generación -todo primogénito- en todas las familias del pueblo elegido. De este modo, la  memoria del Dios que rescata está siempre ante el pueblo para que no la olvide (cfr. Sal 78,3-7) y viva siempre de ella, en referencia a ella.

El sacramento de la Pascua

Este carácter «sacramental» de la pascua judía hará que llegue a ser tipo de toda liberación. Ante cualquier opresión o dificultad el pueblo de Israel volverá los ojos a este acontecimiento fundante y con ello volverá los ojos al Dios que lo realizó. La acción que Dios realizó una vez puede volver a realizarla, porque Él es siempre el Señor que libera. La liberación de Egipto será por ello tipo y signo de la liberación de todas las potencias malvadas, de todas las servidumbres, de todo lo que es dañino y opuesto a la libertad y a la vida, y, por tanto, del mal, del pecado, de la muerte…

Por eso, cuando el pueblo se encuentre desterrado en Babilonia, la memoria de los acontecimientos del éxodo alimentará su esperanza de que Dios realice con ellos un nuevo éxodo (Is 43,16-21)…

Por eso, el Nuevo Testamento entenderá que la acción liberadora realizada por Cristo (Rom 3,24) es la nueva y definitiva pascua (1Cor 5,7), pues con ella hemos sido definitivamente arrancados del dominio de las tinieblas y de la esclavitud del pecado (Col 1,13-14).

Por ello también nosotros hemos de continuar haciendo memoria de esta redención (Lc 22,19; 1Cor 11,25) para recibir sus frutos. Por eso hemos de continuar haciendo memoria de estas acciones maravillosas para alimentar con ellas sin cesar nuestra fe y nuestra esperanza…

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