En el capítulo V hemos llegado a una situación en extremo desconcertante. Todo parece derrumbarse. La misión de Moisés parece fracasar. El pueblo es maltratado con dureza. Dios mismo queda mal, pues no cumple sus promesas…
Sin embargo, el versículo 1 del capítulo 6 recalca que el plan de Dios sigue en pie. Dios no se inmuta ni desconcierta por la situación creada. Por el contrario, este empeoramiento de las circunstancias estaba previsto por Él (3,19). El plan de Dios se realizará infaliblemente. «El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad» (Sal 32,10-11). Dios no se equivoca, su plan se cumple siempre; somos nosotros quienes hemos de adecuar nuestro plan al suyo: «Mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos; como se levanta el cielo sobre la tierra, así mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes» (Is 55,8-9).
A pesar de todo y de todos
En estos versículos asistimos a una renovación de la vocación de Moisés. La situación creada en el capítulo anterior había dejado todo como detenido, paralizado. Se hace necesario que Dios retome la iniciativa. No sólo que reafirme su plan (v. 1), sino que ponga todo en marcha de nuevo. Por eso vuelve a llamar a Moisés, le repite su misión, le da sus órdenes… Con ello quedará patente que Dios va a realizar la salvación de su pueblo a pesar de todo y de todos. Sacará adelante su plan a pesar de la obstinación de Faraón, a pesar de la incredulidad del pueblo, a pesar de los desfallecimientos de Moisés…
Con ello se pondrá sobre todo de relieve que Él es el Señor. Esto es precisamente lo que había quedado en entredicho en el capítulo anterior. Dios había revelado su nombre de «el Señor» (3,14-15) y había prometido en consecuencia liberar a su pueblo; pero las palabras de Faráon en Ex 5,2 («¿Quién es el Señor…? No reconozco al Señor ni dejaré salir a Israel») parecía desmentir la presentación del Señor de Israel, que tiene ante sí el reto de demostrar que es «el Señor». Por eso, en estos breves versículos reafirmará (nada menos que cuatro veces: vv. 2.6.7.8) que es «el Señor»: Nada escapa de su control, ni las dificultades, ni las demoras, ni las aparentes contradicciones… Dios domina y conduce la historia hasta en sus más minúsculos detalles y en sus acontecimientos más insignificantes. Es el Señor de la historia.
«He recordado mi alianza» (v. 5). Dios es siempre libre en su actuar. Sin embargo, libremente, ha querido ligarse. Con los patriarcas establece su alianza (v. 4) y ha quedado obligado. Pero Dios es fiel (1Cor 1,9). Cumple siempre sus promesas. Por otro lado, no es olvidadizo: Recuerda su alianza. Los hombres seremos infieles, pero El «permanece fiel» (2Tim 3,13). Los hombres podremos olvidarnos, pero El recuerda siempre su alianza (Sal 105,8-9). Por eso aquí encontraremos un motivo permanente para la esperanza, sobre todo en medio de las dificultades, como lo encontraba el pueblo de Israel en las situaciones calamitosas: «Recuerda tu alianza …» (Sal 74,20).
«Yo os haré mi pueblo, y seré vuestro Dios». Fórmula de alianza empleada para subrayar que Israel ha sido elegido por Dios para entrar en una relación nueva con Él. Dios le toma como cosa suya, como «propiedad personal» (19,5). Tenemos aquí una de las claves de la acción de Dios. Si Él libera a Israel es ciertamente por amor (Dt 7,7-8), pero la libertad no es un fin en sí misma: Está orientada a ser del Señor, a pertenecerle, a vivir en su intimidad. En adelante Israel deberá encontrar su seguridad y su gozo únicamente en ser «el pueblo del Señor».
«Sabréis que yo soy el Señor…» Si hay una certeza que atraviesa toda la Biblia, ésta es el hecho de que Dios es un Dios vivo, presente y activo. Se le conoce -y se le reconoce- en las obras maravillosas que realiza. Lo mismo que a una persona humana la conocemos en su obrar, así también a Dios le conocemos por el calibre de sus acciones. Este es el verdadero «conocimiento» de Dios: No el teórico y frío que proporciona un libro, sino el conocimiento vital y experimental de Dios en su actuar en nosotros y en el mundo. Un actuar que también para nosotros consiste en liberarnos de la esclavitud e introducirnos en su alianza, en su intimidad.
Sin embargo, después de esta reiteración de la llamada de Moisés, la situación permanece igual: los israelitas no le escuchan (v. 9), con mayor motivo tampoco Faraón le hará caso (v. 12), el propio Moisés experimenta el desaliento (v. 12)… Todo permanece colgado exclusivamente de la palabra del Señor, de sus «órdenes» (v. 13). Pero esto es precisamente lo que está por verificar: ¿Se cumplirán estas palabras?, ¿serán eficaces estas órdenes?
Genealogía
La genealogía presenta a un Moisés profundamente radicado en la historia de su pueblo y formando plenamente parte de ella. Un Moisés que forma parte de una familia que habiendo sido maldecida a causa de un crimen de antepasados (Gn 34,25-29; 49,5-7) ha sido, sin embargo, llamada por elección divina a ser la tribu «santa» por excelencia, el bien particular de Dios, para la función más santa en la comunidad de la alianza (Éx 32,26-29; Dt 33,8-11; Núm 3,6-13; 8,14-19). Un Moisés que ha sido elegido como instrumento de la salvación de Dios a pesar de sus vacilaciones (vv. 12 y 30)…