“No te ensorbezcas, mira quien ha vencido en ti. ¿Por qué venciste? Porque más poderoso es el que está en vosotros que el que está en el mundo. Se humilde; lleva a tu Señor; se un borriquillo de tu jinete. Te conviene que Él te guíe, que Él te conduzca; porque si no lo tienes a Él por jinete, te dará por alzar la cabeza, por lanzar coces: ¡pero ay de ti sin guía!
Esa libertad te llevaría a ser pasto de fieras”
(S. Agustín, In Epistolam Ioannis ad Parthos).
Los matrimonios católicos somos más felices y tenemos una sexualidad más plena según diversas encuestas, no porque poseamos técnicas o conocimientos secretos. La verdad es que somos más felices y vivimos plenamente nuestra sexualidad debido a la concepción que tenemos del ser humano, del matrimonio y del significado de ser cristianos.
La clave para lograr esa felicidad viene principalmente por una doble vía: sabernos con la dignidad de ser hijos de Dios, invitados a participar en la comunión de vida y amor que es Dios. Y el ser testigos de la misericordia de Dios, en Su Encarnación y muerte redentora, que nos manifiesta la supremacía del amor. En estos dos hechos, descubrimos nuestra vocación al amor, a imagen y semejanza del de Dios, y los estándares a los que nuestra relación matrimonial ha sido llamada a alcanzar.
El cónyuge católico en la convicción de poder encarnar un amor así por su cónyuge: total, incondicional, generoso, y en la de contar con las gracias necesarias en el sacramento, se embarca en la empresa de fundar un matrimonio, según su propia naturaleza: uno con una, hasta que la muerte los separe, para ser un bien mutuo y para formar una familia sin temor, pues sabe, como dice San Josemaría Escrivá que “La solución es amar. San Juan Apóstol escribe unas palabras que a mí me hieren mucho: qui autem timet, non est perfectus in caritate. Yo lo traduzco así, casi al pie de la letra: el que tiene miedo, no sabe querer. – Luego tú, que tienes amor y sabes querer, ¡no puedes tener miedo a nada! – ¡Adelante!” (Forja, n. 260).
¡Sí! La clave es amar. Los cónyuges católicos por amar a Dios, amamos a nuestro esposo o esposa generosamente. Nos vemos mutuamente con los ojos de Dios y a la vez, descubrimos a nuestro Padre amoroso en nuestro cónyuge que nos ama -con un amor imagen del de Dios-. Mediante el amor conyugal experimentamos y descubrimos vestigios del amor de Dios y de la imagen de Dios en nosotros.
¿Y cómo es eso? Pues mira: mediante el bautismo, los cónyuges nos convertimos en hijos de Dios, en parte del cuerpo de Cristo y por lo tanto, solo amándonos mutuamente, es que podemos amar a Dios, cumplir sus mandamientos y participar de sus gracias. De otro modo estaríamos mintiendo al decir que lo amamos, nos estaríamos oponiendo a su plan de redención y pondríamos en peligro nuestra salvación. Además de que haríamos la vida común más difícil y en ocasiones hasta imposible.
Lo que nos garantiza una vida matrimonial plena, es una vida de amor profundo, total y pleno en Dios, y a través de Él, a nuestro cónyuge. Por eso, para nosotros, los cónyuges católicos, es fundamental la oración y frecuentar los sacramentos, pues en ellos se hace presente la gracia de Dios que necesitamos para vencer las tentaciones e introducirnos en la comunidad de amor Divina.
Orando y frecuentando los sacramentos: nos fortalecemos ya que nos reconocemos pecadores y necesitados del amor Divino y humano; logramos una vida matrimonial bella, plena y fructífera -que a su vez, nos resguarda de los peligros que siempre acechan-; mantenemos, acrecentamos y fortalecemos nuestro amor; actuamos con la Dignidad de hijos de Dios y participamos de la naturaleza divina.
Este es un modo de ser que nos obliga, pues al sabernos miembros del cuerpo de Cristo, no olvidamos que hemos sido liberados del poder de las tinieblas y trasladados a la luz y gozo del Reino de Dios. Y para nosotros no hay mayor felicidad que esta, felicidad que se trasluce en todo nuestro ser y hacer.
amen el matrimonio Cristiano es mas feliz porque tenemos la gracia de Dios de nuestra parte grande es Dios