Ante Anás

Después del prendimiento desandan el camino. Bajan al Cedrón, suben las escala hasta el barrio situado en el Monte Sión. La casa del Sumo Sacerdote estaba situada muy cerca del Cenáculo.

Allí, en partes separadas, pero unidas, vivían Anás y Caifás, suegro y yerno respectivamente. Caifás era el Sumo Sacerdote aquel año, pero Anás tenía el prestigio y la autoridad. De hecho, fue Sumo Sacerdote doce años y había conseguido que cinco de sus hijos también lo fueran, y Caifás era yerno suyo lo que revela su influencia. El puesto de Sumo Sacerdote se había convertido en patrimonio familiar, con todas las ventajas de honores y de dinero que llevaba consigo. Anás era como el padrino de un clan que se aprovechaba de lo religioso para medrar. Ambos eran saduceos, es decir, de religiosidad muy aguada. Eran muy criticados por el beneficio que extraían de los sacrificios del Templo. Sabían moverse en las intrigas de la política y eso era lo que les interesaba de verdad.

Al llegar a la casa de los sumos sacerdotes, se reúnen los conspiradores. En primer lugar Jesús es llevado en presencia de Anás quien le preguntó sobre "sus discípulos y su doctrina" (Jn). Lo primero es lo que más le interesaba: saber quién entre los importantes estaba comprometido con Jesús y era seguidor suyo. Sabía algo de Nicodemo, de José de Arimatea, de Lázaro, de Simón el leproso y sospechaba de otros. Quería cortar las cabezas de una posible conspiración. No le importan tanto aquellos pescadores de Galilea que poco pueden hacer, sino los que eran influyentes por dinero y posición en el Sanedrín. Se comporta como un zorro político y sólo ve en Jesús un rebelde que anuncia un nuevo reino, un fanático religioso que le hará perder las suculentas ganancias que obtiene del poder.

Jesús no nombra a ninguno de sus discípulos, les protege de las iras de aquél hombre sin conciencia. Pero sí responde a la cuestión doctrinal. "Jesús le respondió: Yo he hablado abiertamente al mundo, he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde todos los judíos se reúnen, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me oyeron de qué les he hablado: ellos saben lo que he dicho"(Jn). Por otra parte Anás no tiene ninguna autoridad para interrogar a Jesús, y el Señor se lo hace ver.

"Al decir esto, uno de los servidores que estaba allí dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así respondes al Pontífice?" Es un acto violento preludio de los que vendrán y contra toda justicia. La bofetada -o puñetazo- golpea el rostro del Señor y le hace tambalearse. Es el argumento de los que carecen de razón. Jesús le contestó: "Si he hablado mal, declara ese mal; pero si bien, ¿por qué me pegas?"(Jn). No reacciona con ira; pero defiende la verdad y la justicia de sus palabras. La situación es tensa, pero todos se dan cuenta que no han conseguido atemorizar al Señor, ni que se doblegue ante los que detentan el poder y sus honores. La actitud del siervo revela la vileza servil de quien quiere contentar a sus superiores, quizá más allá de sus mandatos. "Entonces Anás le envió atado a Caifás, el Sumo Pontífice". Y atraviesan el patio que separa las casas de Anás y de Caifás.

Reproducido con permiso del Autor,

Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias

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3 comentarios

  1. Es claro de ver como en ese tiempo ya había injusticia y había vicio por el poder, son unos jueces corruptos, que le hicieron mucha mal al Señor

  2. Es claro de ver como en ese tiempo ya había injusticia y había vicio por el poder, son unos jueces corruptos, que le hicieron mucha mal al Señor

  3. Es claro de ver como en ese tiempo ya había injusticia y había vicio por el poder, son unos jueces corruptos, que le hicieron mucha mal al Señor

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