Eso de la madurez suena a antiguo, lo que mola, lo moderno es ser un perfecto adolescente
Mucho me temo que si el CIS de Tezanos hiciera esta pregunta nos podríamos encontrar con una buena mayoría que prefiere la inmadurez. Estos días hemos cambiado el frigorífico de la casa, vinieron dos chicos, ya talluditos, que no pararon de jugar entre ellos durante la operación de desembalaje e instalación. Mientras trabajaban, bromeaban entre ellos; más que estar pendientes del trabajo, tonteaban. Para muchos, la vida es un juego. Prefieren ser un eterno adolescente a asumir responsabilidades con seriedad.
Un buen amigo psicólogo suele decir que ahora no se madura hasta los cincuenta años. Yo creo que algunos lo hacen bastante más tarde. No está de moda, no es cool ser responsable. Eso de la madurez suena a antiguo; lo que mola, lo moderno, es ser un perfecto adolescente, feliz, simpaticón, risueño, irresponsable, juguetón.
Pero, desgraciadamente, lo inmaduro sienta mal. Un atracón de fruta verde lleva a un cólico seguro. Es indigesto, no aprovecha y hace daño. Escuché en una ocasión a un filósofo ateo decir que, cuando uno decide ser padre, está obligado a dar una estabilidad familiar y emocional al hijo, al menos, hasta su mayoría de edad. La libertad lleva asociada la responsabilidad. Todo lo que se hace, hecho está, y tiene sus consecuencias.
Hace unos días presencié cómo un conductor de cierta edad estuvo a punto de atropellar a un ciclista por un adelantamiento impaciente y peligroso; no había visibilidad alguna, pero tenía prisa. La sensatez no la dan los años. No se madura por el simple hecho de que pasen las hojas del calendario. Estos días hemos disfrutado de una selección de fútbol muy joven, lo mismo que Carlos Alcaraz, jovencísimo también. El trabajo, el esfuerzo, los buenos maestros nos conforman bien. Maduran.
El profeta Jeremías se queja de los malos pastores, de los que descuidan su rebaño: «¡Ay de los pastores que dispersan y dejan que se pierdan las ovejas de mi rebaño! -oráculo del Señor-«. Por tanto, esto dice el Señor; Dios de Israel a los pastores que pastorean a mi pueblo: «Vosotros dispersasteis mis ovejas y las dejasteis ir sin preocuparos de ellas. Así que voy a pediros cuentas por la maldad de vuestras acciones -oráculo del Señor-«. La desidia del pastor es la de muchos gobernantes, maestros y profesores, personajes públicos, padres y madres que no son conscientes del mal que hacen y se hacen ellos con sus actitudes infantiles y narcisistas, de pensar solamente en ellos, en sus intereses, olvidando a los demás.
Para ser buen pastor hay tener presente que no nos podemos apacentar a nosotros mismos, que tenemos una misión respecto a los demás. La actitud adolescente de ensimismarse, de medirlo todo por el propio interés, por satisfacer mis caprichos, denota una clara inmadurez. Somos seres relacionales, no alcanzamos una personalidad madura al margen de los que nos rodean. Alcanzamos la felicidad haciendo felices a los nuestros.
Una nota esencial de la madurez personal es la capacidad de diálogo, la actitud de apertura hacia los demás que se manifiesta en la cordialidad del trato y en un sincero deseo de aprender de cada persona, ser un bien para el otro. Esta capacidad de escucha requiere atención, reflexión, esfuerzo por ponernos en la piel del otro. Crecimiento personal para ser un don, no para enriquecerme yo.
El gran místico San Juan de la Cruz dice: «Muere si quieres vivir, sufre si quieres gozar, baja si quieres subir, pierde si quieres ganar». Es la paradoja de la vida que tiene raíz evangélica: «El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará». Madurez es vivir la vida con sentido, saber quién y qué soy, cuál es mi destino y misión. Adecuar mis actos a lo que soy y no pretender ser lo que no soy. No huir de la realidad y saber que, como soy hijo de Dios y objeto de un Amor infinito, todo tiene sentido. Hay solución, aunque me cueste encontrarla.
El Evangelio nos muestra cómo cuida Jesús de los suyos: “Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco”. No se ocupa de su cansancio, sino del de quienes le siguen. Está pendiente de todos: “Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas”.
Un signo de madurez en estos días de verano será el procurar que los nuestros lo pasen bien, no caer en la tentación de verlo todo, disfrutarlo todo, no perderse nada. Disfrutar con la familia y los amigos. Tener y proporcionar un poco de paz y sosiego. Conviene que salgamos de nosotros mismos y nos abramos a Dios y a los demás, que superemos nuestros egoísmos e intereses, que estemos atentos a las deficiencias personales que nos puedan separar de los demás. Que deseemos ser fruto maduro que disfruten los nuestros y no darnos un atracón egotista de inmadurez.
Por Juan Luis Selma
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